Monólogo de Alsina: ¿Qué pretenden hacer con España estos dirigentes 'listísimos'?
Cuánto daño ha hecho House of cards. Ahora todos los líderes políticos van de audaces, de más listos que el otro, de habilísimos estrategas. Queriendo jugársela al otro mientras la situación se empantana e involucran al rey en su enredo.
Uno empieza a pensar que carece de sentido contarles a ustedes lo que dicen cada día los líderes de los partidos. Para qué. Si hoy dicen blanco y mañana es negro. Qué más da lo que hayan declarado hoy si mañana declararán lo contrario y ni siquiera admitirán que lo han hecho. Enorme tomadura de pelo. Este reality show de tipos pretendidamente astutos que se inventan normas constitucionales que no existen, lealtades institucionales que no lo son e interpretaciones al gusto del consumidor sobre qué es lo que les ha encomendado la sociedad al elegir un parlamento sudoku. Se han creído personajes de Borgen, de House of Cards, prestos a la pirueta y el fingimiento para despistar al adversario y dar el golpe de efecto.
Treinta y cinco días después de las elecciones, no hay candidato a la presidencia del gobierno. El único al que el rey invitó a serlo le dijo tururú sin preocuparse del mal efecto que causa un jefe del estado que no es capaz de persuadir a quien ha ganado las elecciones para que intente formar gobierno. De entre todos los episodios chocantes que se han producido en los últimos, el de la corona no es menor: sabiendo que ningún aspirante reúne apoyos suficientes para ser presidente, el rey podía haber instado, simplemente, a los partidos políticos a que buscaran acuerdos. Nueva ronda de consultas en busca de un candidato al que proponer al Congreso. Ésa es la tarea del jefe del Estado: proponer un nombre a las Cortes. No proponerle a uno de los dirigentes ser propuesto para que éste valore si le conviene o no y decline la oferta. Pero justo fue esto segundo lo que quiso hacer el rey: ofrecerle a Mariano Rajoy ser candidato sabiendo que éste le diría tururú. El encargo del rey no lo cumplo, va a ser que no, no lo acepto.
¡Jugada brillantísima!, proclamó de inmediato el marianismo. Subráyese la palabra “jugada”. Nadie habló el viernes noche de grandeza, de altura de miras, de sensatez, sentido común y todo el repertorio de términos campanudos con que nos había venido obsequiando durante cuatro semanas el presidente en funciones. De repente lo importante era la habilidad de la jugada. La astucia. Los mismos que veinticuatro horas antes despachaban por indocumentados a quienes albergaban la duda de si Rajoy iría a la investidura —es un hombre previsible y coherente, decían—- cambiaron con urgencia el guión para celebrar que el aspirante se apartara. Ahora era un estratega. Veinticuatro horas antes, en efecto, Rajoy apelaba a la seriedad y la sensatez para garantizar que habría investidura. Evidentemente le diré al rey que sí si me lo propone. Evidentemente. Magistral, he aquí un dirigente político que consiguió engañarnos a todos. Por creer que era verdad lo que nos decía. Después de todo, ahora se trata de eso, ¿no?, de ver quién despista más y mejor al respetable. Qué sentido tiene contarles a ustedes lo que dicen si mañana igual descubrimos que se estaban quedando con nosotros.
Pablo Iglesias construyó su liderazgo sobre este mensaje que decía que el PP y el PSOE eran lo mismo: el PPSOE, que repetían con entusiasmo sus fieles. No era cuestión de izquierdas o derechas, era el sistema de siempre frente a la democracia real y todo aquello. Podemos nunca participaría de un acuerdo con el PSOE porque el PSOE era lo mismo que el PP. Cuando las urnas demostraron que pese al nutrido resultado de Iglesias, PP y PSOE siguen teniendo más respaldo social (más votos) que Podemos, intentó llevar la iniciativa política proponiendo él una ronda con todos los partidos —-que no se produjo—- para hablar de la reforma de la Constitución y el derecho a decidir. Luego señaló como exigencia tener cuatro grupos parlamentarios. Y más tarde fue echando agua a las exigencias en vista de que nadie se las aceptaba.
La negociación, según dijo, tenía que versar sobre programas y reformas, pero el viernes se enmendó a sí mismo y salió con esta historia de hacer presidente a Sánchez si le entregan a él la vicepresidencia. ¡Jugada maestra!, exclamó media España. Subráyese “jugada”. Qué tío más listo, más hábil, que grandísimo estratega. Iglesias disfruta de su condición de táctico presuntamente infalible. Da igual lo que haga o lo que diga: los suyos siempre aplauden a la estrella de rock. Capaz de describir sus actos justo con las palabras contrarias a lo que, en realidad, está haciendo. Dice lealtad institucional cuando lo que está haciendo es involucrar al rey en el chalaneo. No importa que esta vez no hablara ni de círculos, ni de asambleas, ni de gaitas. Si Pablo dice gobierno de coalición, ésa debe de ser la jugada buena.
Pedro Sánchez salió el viernes de la Zarzuela, se enteró de que Iglesias le había tratado en público como a un pelele y no tuvo ni medio reproche para el de Podemos. Bien al contrario, tendió su mano y abrió camino a la negociación con el argumento de que los votantes socialistas no entenderían que no se pusieran de acuerdo. Sólo lo ha dicho sobre Iglesias: de ningún otro candidato u otro partido ha dicho Sánchez que los votantes no entenderían que no pactaran, la predisposición a lo morado parece evidente.
Pero…veinticuatro horas después un comunicado de Sánchez endurece el tono y habla de chantaje y de humillación a los socialistas. Intolerable que insulte de esa manera a su partido. Sorprende que el lider socialista no lo considerara así en el primer momento. Como sorprende, o no, que todo lo que dijo este último año sobre Podemos lo haya enviado ahora a la papelera de reciclaje. Ahora resulta que Podemos, como es de de izquierdas y quiere enterrar a Mariano, es el alma gemela del PSOE. Como dos gotas de agua, oiga. Nadie entendería que no consumaran su matrimonio de conveniencia. Qué sentido tiene contarles a ustedes lo que hoy diga Sánchez si mañana puede estar diciendo lo contrario. ¡Jugada maestra!, proclamarán los suyos. Subráyese “jugada”.
Albert Rivera se siente cómodo en su papel de líder mejor valorado aunque sea el cuarto en el Parlamento. Abierto al pacto de gobierno, en cualquiera de sus fórmulas, siempre que éste contara con la bendición de populares y socialistas. No tendría inconveniente en aliarse ya con Sánchez si éste se garantizara que es la abstención de diputados del PP, y no el impulso de Podemos, lo que hace que la investidura salga. En el PSOE meten presión a Sánchez para que explore el pacto con Ciudadanos antes que con Podemos. Si Sánchez y Rivera estuvieran por la labor de gobernar juntos, estaría en manos del PP facilitar la semi-gran coalición absteniéndose en la investidura. Grandeza, estabilidad y sensatez, las palabras que le recordarán a Rajoy si ese escenario al final prospera.
El único candidato que tuvo oportunidad de intentar la investidura declinó el viernes la encomienda. Es el único que, de hecho, se ha descartado como aspirante. Por ahora, dice él. Pero tampoco tiene obligación el rey de andar esperándole. Es un presidente en funciones que ha admitido que no cuenta con el respaldo del Parlamento. Mayor precariedad política no cabe. Para estar reclamando seguridad y certidumbre, ha elevado la incertidumbre a su grado máximo. “Jugada deslumbrante”, proclama el público. Subráyese “jugada”.
Todos quieren ser Frank Underwood y Tyrion Lanister juntos. Incluso Rajoy, aunque no haya visto ni House of cards ni Juego de tronos. Dirigentes listísimos de una audacia encomiable. Ahora que ya les hemos reconocido su incomparable astucia, ¿se animan a explicarnos cuáles son sus principios verdaderos, incluso qué pretenden hacer con España?