Monólogo de Alsina: "Los 'discursos mitineros' se autodestruirán en cuanto cierren las urnas"
A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Este fin de semana fútbol hay. Mítines hay. E investidura sigue sin haber. De manera que hemos vuelto a la rutina. Los futbolistas cumplirán con sus obligaciones laborales, subirán los malabaristas al escenario a pronunciar sus pregones pidiendo el voto y seguirá en funciones Susana. Todo sigue estando donde estaba.
Aunque lean ustedes en todas partes que “ya no se descarta que haya otra vez elecciones andaluzas”, que “se abre la vía”, no le dén demasiada importancia porque descartarse, nunca se descartó. Y la vía aún no se ha abierto. En la cabeza de Susana no está aún llamar a las urnas. Y en la de los demás, tampoco porque temen que la presidenta, menguante pero con labia, aún pudiera aumentar su victoria a costa de los otros y aunque le haya reventado Aznalcóllar. Hasta el 25 de mayo, día de San Valencio, aquí ya no se decide nada.
En estos nueve días que quedan para las urnas van a pasar dos cosas. Bueno, tres.
La primera ya pasó, ayer. Se reunió el Consejo de Ministros, puso a girar los bombos, y salieron los ministros a cantar los premios.
Un nuevo plan PIVE para subvencionar la compra del coche. Más dinero para ayudas al cine. Más crédito para financiar inversiones en las autonomías. Un complemento de jubilación para mujeres que hayan tenido dos o más hijos. Este nuevo cheque —-cheque pensión, o cheque-madre—- beneficiará, según el gobierno, a medio millón de mujeres en los próximos cuatro años. Es la medida más publicitada ayer de las doscientas y pico (un poco de esto, un poco de aquello) que presentó ayer el ministerio de Asuntos Sociales con la percha, o la excusa, de que hoy, celebrémoslo, es el Día Internacional de la Familia. ¿Quién dijo que no sirven para nada estos días internacionales de? Sirven para que el gobierno dé a luz, con tres años de demora, el plan que anunció por primera vez en 2012 Ana Mato. ¿Quién fue Ana Mato? Una ministra muy buena que tuvo este gobierno —bueno, Rajoy siempre dijo que era muy buena— a la que mandaron a casa no por ministra, sino por participe a título lucrativo, o sea, la Gurtel. El sucesor, Alonso, ha tenido la fortuna de llegar cuando Rajoy ha dado indicaciones para abrir la mano. Gastemos sin volvernos locos, pero gastemos. Aunque siga habiendo déficit público, que se note que este año no es como los anteriores. Al lado de tanto cheque y tanta ayuda como llueve sobre el pueblo votante, ríete tú de la paga aquella que anunció Monago para mujeres que vivieron la guerra civil. Y le llamaron electoralista.
Las otras dos cosas que van a pasar son:
• Que los oradores de los partidos van a meter cada vez más brocha gorda en sus mensajes y más leña al competidor más inmediato. Se van a decir de todo, es verdad. Que si tú eres el partido de la corrupción, que si tú eres un novato, que si tu programa es estúpido, que si estúpido lo será tu padre. Leña, leña. Nunca pierdan de vista una cosa: todo lo que se pueda llegar a decir estos días caduca el 24 por la noche. Estos discursos mitineros se autodestruirán en cuanto cierren las urnas. Incluso aquéllos que hoy nos parecen más irreconciliables que Rosa Benito y Belén Esteban, quedarán a comer para ver qué posibilidades hay de hacer algo juntos.
• Y por último, pasará —porque pasa siempre— que irán pareciendo cada vez más los discursos que escuchemos en boca de los líderes. Los que están en la oposición, ensalzando las bondades del cambio. Bendito cambio. Esto lo estrenó con éxito Felipe hace treinta años. “Por el cambio”. Y sigue vigente.
Los que ya están en el gobierno a lo que aspiran es a conservarlo. Y tiene dos opciones: convencer a los votantes de que su gestión ha sido muy buena o persuadirles de que o probar con otra cosa es arriesgarse a ponerlo peor. El PP, que es quien gobierna en la mayor parte de los sitios porque en 2011 obtuvo una victoria abrumadora, está combinando los dos mensajes. Rajoy predica la recuperación económica y la creación de empleo pero a la vez, como si fuera consciente de que la España votante sigue siendo escéptica, refuerza esta otra idea que dice: ay de vosotros como os pongáis a hacer experimentos, estas ventoleras, estos saltos mortales, este jugar al borde del abismo”. Como las madres, ¿no? Luego no me vengas llorando, niño.
Discursos cada vez más parecidos y, naturalmente, lo del voto útil. Que esto también es de manual. El manual que sigue Pedro Sánchez. No me votes por principios, vótame por cálculo. Sánchez y también Aznar, que del PP, es quien más claramente está entonando este estribillo del voto útil de la derecha. Qué estamos haciendo, dice, convirtiendo a Ciudadanos en una forma amable de castigarnos a nosotros. ¡No es esto, mitineros, no es esto!
En Cataluña hay una cosa más que siempre pasa cuando quedan diez días para las urnas es que la gente repara en las banderas que tiene puestas el alcalde en el balcón municipal y se da cuenta de que se ha creído que el mástil es suyo. Comprueba, por ejemplo, que en setenta ayuntamientos de Cataluña tienen puesta una bandera que no representa a institución ni realidad alguna: la estelada, esta bandera con estrella que encarna, para los independentistas, la nación independiente catalana, o la aspiración de que alguna vez haya una Cataluña separada de España. La Junta Electoral Central, sin necesidad de darle muchas vueltas al asunto porque no hay que ser un lince, ha concluido que poner una estelada es como izar el cartel electoral de Esquerra, o de Convergencia, o sea, hacer campaña por las opciones soberanistas. Y ha dicho que dónde van estos setenta alcaldes, que se corten y arríen. Señores, a plegar velas que la estelada canta. Lo había pedido la asociacion Sociedad Civil Catalana y la Junta le ha dado la razón. Solo que está por ver qué pasa ahora. Porque la Junta Electoral ha prometido que va a vigilar que la orden se cumpla —no parece difícil comprobar si las banderas siguen estando— y Esquerra ha llamado a la insumisión. “Sembremos Cataluña de esteladas”. Como el bosque de banderas que Castro le plantó enfrente de su oficina comercial a los americanos. Ahogados en banderas. En el balcón de su casa puede poner uno lo que quiera. La senyera, la estelada o la bandera del Espanyol. Pero el balcón del ayuntamiento, como el mástil, no es una valla comercial que el alcalde llena con la propaganda de lo que a él le apetezca. El mástil no es suyo. Aunque tampoco lo vaya a usar la Junta Electoral, hasta ahí no llega, para empalar a quien desobedezca.