Monólogo de Alsina: "Que esta vez sí, que esta vez sí que abdica el Rey"
A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Hace un año, a esta hora, estaban a puntito de poner el huevo. En la Moncloa preparaban el aviso a los medios para que se personaran en Palacio a escuchar algo muy relevante que tenía que anunciar el presidente. “Será un cambio de gobierno”, especulaban los periodistas más madrugadores (porque hace un año, como ahora, estábamos en el quinielismo de ministros nuevos y otros que iban a dejar de serlo). “Será que va a cargarse a algún ministro”, cuando empezó a extenderse el runrún de que no era en Moncloa donde iba a haber mudanza, sino en Zarzuela. Que esta vez sí, que esta vez sí que abdica el rey, que no se ha visto el presidente en otra que tener que anunciar un cambio de monarca. Con lo alérgico que es Rajoy a los cambios, ¡y le toca un cambio de Rey! Si no te gusta el caldo, ahí te mando una fábrica de Avecrem.
Rajoy preparó el guiso para la prensa, dijo que el rey se iba y el rey tuvo a bien aparecerse luego en la televisión para confirmar que, en efecto, no volvería a suceder. Que, como rey en ejercicio, no habría ni más Botswana, ni más Corina, ni más de nada. Game Over, o King Over, comenzaba la transición…hacia la coronación del príncipe sobradamente preparado, nuestro hijo Felipe. El debate público sobre monarquía o república no tuvo público suficiente como para aguantar más de una semana en pantalla y el nuevo Rey acabó asumiendo la jefatura del Estado sin apenas ruido y con toda la presión que se empeñaron en meterle quienes más le jaleaban: Felipe venía a sanar España, a liderar la segunda transición, a regenerar democráticamente el Estado. De él depende tomar la iniciativa, decían, para que el país no se vaya al carajo. Con el tiempo ha ido comprobando el monarca que reinar en España consiste en aguantar que casi todo el mundo espere de ti cosas que no escapan claramente a tus funciones y en aguantar también estoicamente que te monten una pitada en un estadio mientras el príncipe catalán que más te hizo siempre la pelota, Artur Mas, sonríe a tu vera complacido.
Un año después de aquel sorpresón que nos dio a todos don Juan Carlos, recién celebradas las elecciones europeas en las que aflojó el bipartidismo, emergió Podemos y empezaron a diluirse UPyD e IU, un año después y recién celebradas las autonómicas, el panorama es el siguiente. Republicanos sigue habiendo, sólo faltaba, pero el debate sobre la sucesión dinástica, con permiso de Cayo Lara, lo tiene incluso apartado Pablo Iglesias, obsequioso con el Rey y anhelante aún de ser convocado por Felipe (o por Letizia, o por Leonor o por quien sea) en la Zarzuela. “Pablo, que dice Leonor que si te gusta Dora, la exploradora”. “Por supuesto, mi serie favorita, mucho mejor que Juego de tronos”.
El debate sobre la jefatura del Estado se esfumó pronto. El otro debate, sobre la Constitución del 78 y el sistema que se diseñó entonces, fue perdiendo presencia en favor de cuestiones más inmediatas, como la corrupción, la política económica, la desigualdad social, las puertas giratorias.
Un año después de aquella sacudida que encadenó las europeas con la abdicación de Juan Carlos (y con la abdicación de Rubalcaba), el mapa político tiene cuatro actores principales, aunque dos de ellos sigan siendo los mayoritarios. Como tiene admitido Iglesias, PP y PSOE han aguantado mejor de lo que él pensaba. Incluso encajando resultados tan endebles como los del domingo de hace dos semanas. A seis meses de la meta definitiva, hay que ir definiendo quiénes serán los candidatos. Por el PP lo será Rajoy, con espejo o sin espejo y porque no tiene ni tiempo ni alternativa clara el partido del gobierno. Rajoy será cartel electoral porque él lo quiere y porque no consta que en su partido haya ningún otro con ganas de estrellarse.
En los nuevos partidos también lo tienen claro: Pablo Iglesias será el cartel electoral de Podemos y Albert Rivera lo será de Ciudadanos, aunque en ambos casos tengan que hacer antes las primarias y aunque existan sectores críticos en sus partidos bastante minoritarios. Hay primarias también en el PSOE el mes que viene. Y Pedro Sánchez, a día de hoy, es el único aspirante. A día de hoy. Su equipo quiere creer que no habrá nadie que intente disputarle la candidatura. Pero…no cante Sánchez victoria antes de tiempo porque todavía hay margen y porque hay gente pensando. En el primer día de carrera nadie se ha animado a dar el paso, es verdad, pero días para hacerlo aún quedan. La recogida de avales comienza el viernes. Si es que para entonces alguien se ha decidido a intentar recogerlos.
En UPyD habrá cambio de caballo con la salida de la primera línea de Rosa Díez. Y en Izquierda Unida, uff, en IU sí que está por ver. Porque ya existe un candidato elegido, Alberto Garzón, pero hay tanto movimiento interno en estos días que lo mismo acaba o no siéndolo o teniendo candidatura propia que encabezar porque acaba yendo de la mano con Podemos. Izquierda Unida en Madrid es una caja de bombas en la que los veteranos señalan directamente a Garzón como responsable de que la coalición se haya quedado fuera del Parlamento Autonómico. El enemigo en casa, dicen, jugando a liderar IU pero haciéndole el juego a las carmenas y las tanias. Suya será la culpa si Cifuentes acaba gobernando con Ciudadanos.
A Garzón le crecen los enanos. Allí donde Izquierda Unida siempre tuvo, en Madrid, su feudo; allí donde IU ha ganado las elecciones por delante, incluso, de la candidatura amparada por Podemos, Rivas Vaciamadrid, allí le acaban de imputar al alcalde en funciones y candidato. Imputado por presunto tráfico de influencias y malversación de dinero público en el caso Aúpa, el mismo que tiene desde ayer imputada a su antigua compañera de partido Tania Sánchez. Imputación, como se sabe, no prejuzga culpabilidad. Tanto el alcalde como Tania pueden acabar siendo exonerados de todo. Pueden. Pero es la doctrina de los partidos la que establece que el imputado debe ser extirpado de inmediato de cualquier sillón y cualquier lista. Ni un imputado entre nosotros, es el estribillo del que han hecho bandera Podemos, Ciudadanos, Izquierda Unida y UPyD. Mejor pecar por exceso de celo, dicen, que consentir que un corrupto se refugie en sus siglas.
Tania Sánchez no tiene cargo del que dimitir porque no desempeña hoy cargo alguno. Iba a ser candidata de IU a la comunidad de Madrid, dejó de serlo por la bronca interna y en su horizonte está, si acaso, forjar una alianza de Podemos y organizaciones de izquierda para las generales próximas. Pero cargo público no tiene. Pedro del Cura sí. El alcalde de Rivas es alcalde y es candidato de IU a la investidura. Y por pura coherencia interna, lo sabe Alberto Garzón, no puede seguir siéndolo. Lo dice el código ético de IU. “Los imputados por tráfico de influencias cesarán de forma inmediata de sus cargos”. Es nítido el compromiso. Asumido por Garzòn y asumido por Del Cura. El imputado, aunque se declare inocente, tiene que abdicar, como el rey hace un año. El alcalde de Rivas ya está tardando.