Monólogo de Alsina: "Ministros disciplinados de un presidente: los éxitos para él, los fracasos para ellos"
¿Con qué golpe de efecto nos sorprenderá hoy Rajoy? ¿O no nos sorprenderá? ¿Cuál será el giro argumental que ningún cronista alcanzó a intuir? ¿Cómo se las apañará el presidente para darle en los morros a los quinielistas y dejar constancia, una vez más, de que ni se deja influir ni se deja filtrar en aquello que es cosa suya y sólo suya?
Quien entra, quién sale. Quién sube, quién baja. El bombo de los premios ministeriales ya está girando. Canta todas las bolas, porque todas las bolas son suyas, un solo niño de San Ildefonso: Mariano.
Igual usted, que está más interesado en el dióxido de nitrógeno, o que tiene abierto el debate en casa sobre si hay que incitar al niño a hacer huelga de deberes y formar piquetes de padres para detectar esquiroles en el bloque, igual usted se está preguntando si acaso es tan importante quienes sean o dejen de ser los nuevos ministros. No está mal la pregunta.
Hombre, para ellos sí. Para los elegidos es la consagración de una carrrera política. Para los defenestrados, es la jubilación anticipada. (Bueno, en el caso de Margallo y Morenés muy anticipada no sería).
Pero al final los ministros son todos jugadores de un mismo equipo. Los titulares del conjunto marianista. Que responde al patrón, las instrucciones y la forma de actuar que el presidente Rajoy decida. Si es un gobierno amable y poco invasivo, será porque el presidente así lo quiera. Si es un gobierno antipático y con ganas de meter las narices en todos los ámbitos de la sociedad, será también porque el presidente lo diga. De todos los nombres que han sonado estos días no hay uno solo que se haya destacado por llevarle la contraria al líder.
Para un presidente es importante tener ministros disciplinados porque sus éxitos se los apunta el jefe (como bien sabe De Guindos) mientras que los fracasos se los come el ministro de turno. Ahí está Gallardón, ahí está Wert, ahí puede estar en breve Fernández Díaz para acreditarlo. Son los fusibles que saltan, los cortafuegos. Si un proyecto sale rana, se le atribuye la paternidad, y el empeño, al ministro cegado que sólo piensa en lo suyo, y fin del asunto.
La ley Wert de Educación ya se encuentra en cuarentena. La de seguridad ciudadana va a pasar por el taller. El cambio para elegir el consejo del poder judicial se quedó en nada. La reforma de la ley del aborto fue enterrada antes de que Gallardón llegara a rematarla.
En puertas de un programa de gobierno en minoría, puede ser una pregunta pertinente: ¿cuáles son las convicciones últimas de Rajoy, los pilares de su idea de país que nunca abandonaría? Hasta ahora ha mencionado dos: la política económica (legislación laboral incluida) y la unidad territorial (sin cambios en Cataluña). El resto es susceptible de revisión. Por mucha vehemencia que pusieran sus ministros en algunas de las reformas, Rajoy ha demostrado que tampoco le cuesta mucho cambiarlas.
¿Quién quiere mal a Ramón Espinar? ¿Quién le está haciendo la cama al aspirante a liderar Podemos en Madrid? ¿Quién intenta que descarrile su campaña en las elecciones internas de su partido?
Pues alguien hay, desde luego. Pero la primera sospecha en estos casos, Espinar, no está en el poder económico (comodín para todas las conspiraciones), sino en el fuego amigo. Pero ése es un elemento menor en la historia a la que ayer tuvo que hacer frente.
Los dossieres con episodios incómodos para un político se filtran para perjudicarle, obviamente. Por eso cabe decir, parafraseando a Irene Montero, eso de la “máquina del fango”. Cabe decirlo si es que hay fango. Lo sorprendente en los portavoces de Podemos es que digan que no hay nada que objetar al comportamiento de Ramón Espinar, todo fue ejemplar, encomiable, digno de aplauso, y a la vez se revuelvan porque se haya contado la historia de su piso de Alcobendas para hacerle la puñeta. Si todo es perfecto, no sólo no tiene por qué perjudicarle, le engrandecerá como sufrido representante de la juventud enredada en la compraventa.
Ésta fue la parte más pintoresca de la declaración que hizo Espinar sobre el piso de protección que primero compró y luego vendió sacándole una plusvalía. Este intento de presentarse como un joven común y corriente al que le pasó lo mismo que les pasa a todos los jóvenes. Quién, con 21 años y sin empleo, no se ha metido en un piso de 145.000 euros, aprovechando que tu padre te presta 60.000 euros y que la promotora te gestiona una hipoteca de 90.000 con el BBVA, te metes. A quién no le ha pasado que se compra un piso sin tener empleo, firma el crédito y luego descubre que no lo puede pagar. Y entonces vende el piso con tan buena suerte que, en lugar de palmar dinero en el camino (en plena recesión inmobiliaria) le saca treinta mil euros de plusvalía. Y lo que haga con ese dinero luego ya da igual, un máster, un ordenador, un coche, una lavadora o un crucero.
Lo último que podía hacer ayer Ramón Espinar era presentarse como un joven del montón. Siendo, como ha acreditado ser, un hacha para la inversión inmobiliaria. No se quite méritos. Ni es un cualquiera ni es una víctima del sistema. Bien al contrario, demostró saber sacarle partido al sistema.
Fue enternecedor escucharle decir que las ruedas de prensa son crueles porque no se tiene en cuenta el factor humano. El dolor de quien tiene que dar explicaciones y se siente golpeado.
Es verdad que no está acusado de matar a nadie, ni de llevarlo crudo, no se le acusa de haber manipulado un concurso público. Ni siquiera de haber delinquido.
Es más una cuestión de principios. De armonía entre lo que predicas y lo que haces. Lo que ves mal en los demás y ves perfecto en ti mismo. La viga en el ojo ajeno. La paja de protección pública y treinta mil euros de plusvalía.
Cómo un joven estudiante consigue que una cooperativa de Comisiones Obreras, promotora de cien pisos quince de los cuales puede vender discrecionalmente a quien quiera, le elija a él como comprador pese a no tener ingresos. Y cómo él, cuando su previsión de colocarse y disponer de un salario se truncan, en lugar de darse de baja y recuperar lo invertido opta por escriturar la vivienda, no llegar a habitarla y venderla alegado que no puede permitírsela (en realidad, nunca pudo).
Toda esta historia seguramente no se entiende si no se añade que Ramón Espinar, en aquel momento, no era conocido como el senador de Podemos (aspirante a liderar el partido en Madrid), sino como el hijo de Ramón Espinar el de CajaMadrid. Desconocido, el hijo, para el común de los mortales pero sobradamente conocido el padre para la cooperativa que construyó los pisos.
Y antes incluso del debate sobre cuántas lecciones contra la burbuja inmobiliaria puedes dar si te compras un piso protegido y lo vendes diez meses después a un precio más alto, está otra reflexión interesante: qué lleva a un joven de 21 años sin recursos, y con capacidad para pensar por sí mismo, a entramparse con un banco y meterse en la compra de un piso sin más ingresos que una beca universitaria de 400 euros. Si no puede pagarlo, ¿por qué se lo compra?