El monólogo de Alsina: En twitter, como en tantos ámbitos de la vida, cada uno se retrata a sí mismo
Les voy a decir una cosa.
Una madre y una hija. En el tanatorio. Una madre y una hija. En el calabozo. Las dos primeras juntas, muerta la madre, velando el cuerpo la hija. Las dos segundas, separadas, cada una en una comisaría para que no puedan hablar entre ellas. Madrugada de un trece de mayo en León.
La noche después del asesinato. Llegada, desde Madrid, la hija, horrorizada aún por la noticia de que le han matado a la madre. Le escucharon, entre sollozos, quienes allí estaban estas dos palabras: “por qué”. Repetidas en voz baja hasta formar una letanía, “por qué, por qué, por qué”. La hija se llama Loreto, hija única. De profesión, veterinaria. Trataban de consolarla, inconsolables ellas, sus tres tías, las tres hermanas de Isabel Carrasco.
Son estas cuatro mujeres, junto con la pareja de la mujer asesinada, Jesús, compañero (novio) desde hace años, quienes sufren de manera más directa, más cruda, la ausencia de una persona a la que querían y a la que nunca más tendrán consigo. Son estas cuatro mujeres y este hombre a quienes se les cruzó también ayer, a las cinco y veinte de la tarde, la tragedia que traían consigo otras dos mujeres, la madre y la hija que, a esta hora, siguen siendo sospechosas únicas -sólo ellas dos detenidas- del asesinato de Isabel Carrasco. Montserrat se llama la hija y María Monserrat la madre. Una disparó y la otra estaba allí, presuntamente, para ayudarla.
No era fue ni calentón porque un arma no consigue de un día para otro en cualquier sitio. El crimen estaba planeado y, a decir de un testigo -trata la policía de ir atando cabos- se aseguró la homicida de que su víctima moría del todo disparándole en la cabeza cuando ya había caído. Dos tiros por la espalda, el tercero en la cabeza. Madre e hija no dicen nada.
La policía sostiene que se niegan a responder a las preguntas que se les hacen. Niegan haber estado allí, en la pasarela sobre el Bernesga a las cinco y veinte. No estaban, no eran ellas, no saben de qué les hablan.
Hay un marido y un padre a quien también cambió la vida para siempre ayer por la tarde. Pablo Antonio Martínez, inspector de policía en Astorga. Tantos años de trabajo policial, tratando con delincuentes, y ahora son la mujer y la hija las que están allí dentro, esperando a que avance la investigación y el juez ordene la prisión preventiva. Qué se le pasará por la cabeza a este hombre, que dice no haber sospechado nunca, ni por asomo, que pudiera suceder algo como esto. Cómo verá su vida este hombre, si todo es como se está contando hoy, los próximos quince o veinte años acudiendo a una cárcel de visita.
El inspector de Astorga no encuentra explicación al asesinato. Sus compañeros de León capital están en ello, en confirmar, o ampliar, o desmentir, que aquello que movió a estas dos mujeres, Monserrat madre y Monserrat hija, a asesinar fue la contrariedad por un pleito laboral perdido.
En León, hoy, una de las frases más repetidas en las conversaciones, en la calle, en los bares, era “tiene que haber algo más”. Y puede que sea así. O puede que, simplemente, no sea. Una madre y una hija, camino de prisión. Una hija y una madre -acompaña la hija el féretro con la madre muerta- camino del cementerio. León, en el día siguiente al asesinato.
Como en nuestro país somos de sacar debates de debajo de las piedras -de intentar convertir cualquier acontecimiento, cualquier suceso en germen de un debate sobre si las leyes están bien o hay que cambiarlas- hoy toca debate sobre si hay que cambiar alguna cosa para impedir el bochornoso espectáculo que se produce en twitter cuando una persona agredida, asaltada o asesinada, es conocida, famosa o, como en este caso, política.
Entiéndase que no todos los usuarios de twitter participan de ese espectáculo (de hecho, la inmensa mayoría no lo hace, no lo hacemos) y que el bochorno es, o debería ser, para quienes escriben ahí determinadas cosas. Cada uno es responsable de lo que hace y de lo que dice. Hay mucho embozado, lo sabemos, que suelta en twitter aquello que no se atrevería a decir mirando a cámara y con un micrófono; mucho cafre que en lugar de competir por ver quién la tiene más larga compite por ver quién la dice más gorda; mucho incoherente que encuentra justificado matar a quien te ha despedido pero a la vez repudian la pena de muerte porque nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano.
De sus actos y sus expresiones sólo son responsables ellos. No parece razonable ni extender su responsabilidad a quienes están a su alrededor ni criminalizar (o satanizar) la herramienta, esto que llamamos redes sociales, que en realidad significa tuiter y que, como dicen algunos, no es otra cosa que la versión global, o electrónica, de la barra del bar o la plaza del pueblo, al que se asoma gente a decir lo que le da la gana.
Éste es el punto de partida necesario para plantearse el asunto: qué es twitter, en qué categoría lo incluimos. ¿En la de medios de comunicación, dado que se publican y difunden contenidos dirigidos al público, o en la de patio global, plaza pública en la que están, o por la que pasan, ciudadanos que hablan de lo que les parece?
Si es un medio de comunicación, aplíquensele las normas que estamos obligados a cumplir los medios; y que establecen lo que es ilícito y de quién es la responsabilidad cuando un comportamiento ilícito se produce. Si es la plaza pública, la barra del bar, trátese lo que allí se diga se tratan las cosas que se dicen en estos ámbitos.
Usted en la barra del bar puede decir lo que quiera, es verdad, pero hay hechos punibles que se pueden cometer en la barra de un bar. La calumnia lo es. La injuria lo es. La apología del delito, que mencionó hoy el ministro, también lo es, pero es discutible (hay doctrina del Constitucional al respecto) que el hecho de aplaudir un delito constituya, en sí mismo, otro delito de apología. En cualquier caso, las normas, las leyes, ya están ahí. Cambie “lo ha puesto en twitter” por “lo ha dicho en la plaza del pueblo, o en la barra del bar” y decida si hay posible comportamiento sancionable.
La redes sociales ya están reguladas. La dificultad, en todo caso, para aplicar las reglas que ya existen será la determinación de la autoría, porque para apuntarte a twitter no te piden el DNI. La libertad de expresión y de opinión es piedra angular de los países democráticos. Esto que se atribuye a Voltaire: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Recurrir a algo tan necesario como la libertad de expresión para defender la falta de respeto, la pésima educación y el mal gusto es acogerse a sagrado para llenar el templo de basura. Pero ni la falta de respeto, ni el mal gusto ni la pésima educación son delitos. No se pueden “regular” los principios sobre los que asienta su forma de ser y de actuar una persona. En twitter, como en tantos ámbitos de la vida, cada uno se retrata a sí mismo. Lo raro no es que haya tipos que celebran o frivolizan el asesinato de una mujer. Lo raro es que esos tipos aún tengan seguidores