El monólogo de Alsina: A Rajoy lo del espíritu de Juanito, como que no
Les voy a decir una cosa.
A Rajoy lo del espíritu de Juanito, como que no. Esto de remontar el resultado adverso sólo una semana después de haberlo encajado no entra en sus esquemas.
Carlos Alsina | @carlos__alsina
Madrid | 29.04.2013 20:12
Entraba alimentar esa ilusión cuando él estaba jugando aún la fase clasificatoria -llegaré, generaré confianza y empezará la recuperación- pero ahora que gobierna pide tiempo porque las remontadas, dice, son cosa lenta, que requieren de perseverancia y de paciencia. “Este partido lo vamos a ganar”, pero no mañana, ni el mes que viene ni el año próximo. Rajoy nos dice que el empleo empezará a crecer en 2015. La crisis no durará más allá de 2016. Para 2017 seremos todos más altos y más guapos y en 2018 (diez años después de empezar la crisis) volveremos a ser aquello que fuimos. Cómo no ilusionarse con un calendario tan preciso.
A la sociedad española le han contado el cuento de la lechera ya tantas veces que ha acabado por no hacerle ni caso a quien lo cuenta. Empezó a escucharlo allá por 2008, cuando éramos tan recios y tan sanos que apenas nos afectaría la marea que había empezado, con las subprime, en los Estados Unidos. Como éramos más sólidos y más limpios, la crisis internacional pasaría de largo y estaríamos en condiciones de ser nosotros los que explicáramos a Europa, y a Norteamérica, en qué habían fallado.
Cuando el cubo con la leche se nos cayó por primera vez de la cabeza le cambiaron el nombre al cuento: pasó a llamarse la salida socialdemócrata de la crisis. Que consistía en enchufar la manguera de la inversión pública -a costa de déficit y de deuda- para incentivar a la vaca y evitar la recesión; fue la época de los planes de estímulo económico aquí y en Europa -200.000 a comienzos de 2009 que fueron celebrados por Gordon Brown, por Zapatero y por Angela Merkel-, aquella época en que Trichet, desde el BCE, bendecía la inyección de dinero público y bajaba y bajaba los tipos de interés. Pero entonces lo que se nos rompió no fue el cántaro de la leche, sino el mercado de la deuda pública, el precio de los bonos que se fue de madre en los países periféricos y que obligó a incluir en el discurso político una palabra, “rescate”, y después otra, “equilibrio presupuestario”.
La lechera nos contó entonces que equilibrar las cuentas era reparar la vasija de transportar la leche, arreglar todo aquello que teníamos roto para poder poner de nuevo en marcha el proceso: con la leche tendré nata, con la nata mantequilla, con el dinero de la mantequilla compraré huevos...y etcétera. Para que llegara la recuperación había que corregir el déficit enorme en que nos habíamos metido cuando la doctrina europea era justo esa, la de enchufar la máquina (la regla del déficit cero se incorporó a los tratados europeos y a las constituciones nacionales); para que llegara la recuperación había que abaratarlo todo, empezando por los salarios de la empresa privada y siguiendo por los de la administración y la empresa pública; para que llegara la recuperación, asfixiada por la ausencia de crédito bancario, había que enterrar las cajas de ahorro y apuntalar los bancos.
Haciendo todo eso se alejaría para siempre el fantasma de la recesión y volverían los buenos tiempos. Y, durante algunos meses, pareció que eso era así. En 2010 la zona euro creció un 2 %; 2011, un 1,4; pero en 2012 llegó, otra vez, la recesión, particularmente aguda en España, donde los dos años de crecimiento europeo habían sido, aquí, de estancamiento. El cubo de la leche volvió a derramarse, ahora de la cabeza de Rajoy, nuevo al frente del gobierno. Ésta que atravesamos ahora es nuestra segunda recesión en cinco años, con el PIB cayendo y el paro en máximos. Y de tanto escuchar el cuento de la lechera -es lógico- la sociedad ha terminado por no hacer ni caso a los relatos futuristas que siempre han terminado igual: ubicados en un futuro más lejano, ese futuro que nunca llega a hacerse presente. Siempre sentando las bases de una recuperación imaginada y esquiva, que no llega.
El presidente de ahora se presenta ante los ciudadanos como la antítesis de los cuentacuentos, aquel que nunca nos entretendrá con leches y con lecheras. Si de algo presume desde que llegó al cargo -junto a saber siempre lo que hace y tener en el gobierno a los mejores- es de no construir castillos en el aire, decir la verdad de lo que hay, por mucho que duela. Se ha construido ese papel y todo indica que, en efecto, él se ve así, como el doctor House que nunca miente. Si las estimaciones que presentó su gobierno el viernes son tan malas es porque hay que asumir que esto sigue mal; si se aplaza ahora la creación de empleo para la legislatura siguiente, es porque en esta legislatura no da tiempo a que la cosa cambie.
Casi casi con orgullo, como si fuera el mayor de los méritos posibles, exhibe el presidente su capacidad para afirmar lo pésimos que van a seguir siendo los próximos doce meses, como si contar la verdad fuera merecedor de aplauso y como si no cumpliera ya dieciséis meses de gestión personalísima de la cosa pública. Y, sobre todo, habla hoy el presidente como si no fuera él mismo, y su gobierno, el que lleva meses diciéndonos que ya estamos saliendo de la crisis económica. Para entregarse al broteverdismo no hace falta pronunciar expresamente las palabras brotes verdes. Es paradójico que, al mismo tiempo que el gobierno presume de no hablar de brotes verdes, venga incurriendo repetidamente en el mensaje de que la recesión ya ha quedado atrás. La primera en decir que “estamos saliendo de la crisis” fue Fátima Báñez en octubre pasado. El último, Montoro hace doce días en el Congreso: “cuando decimos que estamos saliendo de la crisis”, explicó entonces, “es porque estamos saliendo de la crisis”. Fue nueve días antes de presentar el cuadro macroeconómico que prolonga la crisis hasta 2015.
Entre Báñez y Montoro transitaron por la misma vía De Guindos, Margallo y el presidente en persona: debate sobre el estado de la Nación: “España ya tiene la cabeza fuera del agua; hoy tenemos un futuro que hace un año no teníamos”. El horizonte que hoy dibuja el gobierno --ese futuro-- es peor al que dibujaba el mismo gobierno hace un año. Cuando no teníamos futuro estimaba un paro del 24,3; ahora que lo tenemos, lo estima en el 27 %. Si Zapatero se inventó aquello de la salida socialdemócrata de la crisis, el gobierno actual se ha inventado la salida diferida de la crisis: ya ha comenzado, pero no se notará hasta dentro de dos años. Éste empieza a ser el gobierno del barón Ashler, o de Jekyl y Hyde. En sus números pone una cosa -aún empeoramos- pero de su boca sale otra -ya estamos saliendo-.
La lechera vuelve a llevar el cubo reluciente sobre su cabeza: aún le queda cuesta arriba, pero ya ve la nata, la mantequilla, los pollitos que se comprará con el dinero, su futura granja. Ha tropezado ya tantas veces que ella, a esto, no le llama soñar. Le llama explicar lo que va a ir pasando con realismo y sin brotes verdes. Le llama estar saliendo de la crisis. Cae en la cuenta de que el cubo le pesa poco. Ahora que lo recuerda, el cubo va vacío; porque, ahora que lo recuerda, la lechera se quedó sin vaca.