Monólogo de Alsina: ¿Podemos dar por hecho que subirá la luz?
Les voy a decir una cosa.
La canción era de “Azul y negro”, ¿se acuerdan? Me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco, poco a poco, poco a poco. Canción denuncia. Repetitiva, si quieren, pero de mensaje desgarrador y nitido.
El ministro José Manuel Soria, que es un señor amable que hace treinta años debía de frecuentar las discotecas, podría haberse personado este mediodía en la Moncloa canturreando el exitoso hit (¿se dice hit?) de los ochenta. Me estoy volviendo loco, poco a poco, poco a poco, hecho un sandwich entre las eléctricas y el ministro de Hacienda. Claro que también podrían haber sido los periodistas allí presentes, o los consumidores de electricidad movilizados en un flashmob quienes se lo hubieran cantado a él: “nos estás volviendo loco, poco a poco, poco a poco”.
Hasta hace dos meses, lo decidido (y publicitado) es que el Estado iba a poner 3.600 millones de euros para resolver, con las eléctricas, el déficit de tarifa de este año. En noviembre proclamó el ministro que este año no habría déficit de tarifa (adicional, se entiende, añadido al que se viene arrastrando desde hace años). Pero luego empezó el gobierno a verle las orejas al lobo del déficit del Estado --que está ahí ahí, apuradito para cumplir con el compromiso adquirido con Bruselas-- y decidió que los 3.600 millones se retiraban de la mesa. Ahora sí, ahora ya no. Donde dije digo digo que ya no quiero.
Regresó al discurso del gobierno el mantra aquel de comienzos de la legislatura: el déficit es nuestro objetivo sagrado, todo debe supeditarse al cumplimiento del objetivo, amén. Las eléctricas volvieron a enfurruñarse y negociaron con Montoro una alternativa: el Estado no pone el dinero, pero sí avala el derecho a cobrar ese dinero, para que las compañías puedan “venderle” esa deuda a terceros.
Se llama titulizar, pero la deuda (del Estado) sigue existiendo. De rebote, el ministro Soria --que es un hombre amable-- se vio convertido por segunda vez en algo parecido a un florero: ni fue cosa suya retirar los 3.600 millones ni contaron con él para firmar la tregua. A comienzos de diciembre, le preguntaron lo periodistas al ministro de Energía si, consecuencia de este cambio en la política del gobierno (de poner los millones a no ponerlos), pensaba él que en enero nos subirían a los consumidores la tarifa eléctrica. Y dijo que no tenía por qué, que las compañías no tienen por qué vender la electricidad más cara --no tiene por qué encarecerse la subasta-- y que, en lo que depende estrictamente del gobierno, que son los costes regulados (llamados peajes), no habría subida porque el gobierno ni siquiera se lo había planteado. Quince días después, llega otro cambio: esta mañana, en Onda Cero, anunció Soria que, en realidad, los peajes van a subir un dos por ciento.
Es decir, que la parte de la tarifa que decide el gobierno se ha decidido que suba. Me estás volviendo loco, me estás volviendo loco. ¿Significa eso que ya podemos dar por hecho que subirá la luz? Dices: “¿de verdad me lo preguntas?” Y en caso afirmativo, como dice Artur Mas, “¿ésta será la última o la primera de las subidas?” El ministro, que es un señor amable, explica que aún no es seguro que la luz suba, porque siempre cabe la posibilidad (en la teoría, como cosa hipotética) que en la subasta del jueves baje la otra parte del precio (el que fija el mercado) y esa bajada compense la otra subida y terminemos en tablas, que nos quedemos como estamos.
Es el problema que tienen estas fechas navideñas, que nos a todos por soñar. Unos sueñan con su consulta independentista y otros con que subiendo los peajes no suba el recibo eléctrico. En teoría, es factible. En la práctica, nadie cree que vaya a pasar eso. Como el ministro se escuda en que hasta el jueves no se sabe, y como empieza a resultar legendaria la caducidad con que perecen sus anuncios, los periodistas, amablemente, se le acercaron este mediodía, en la Moncloa, a preguntarle qué va a pasar y él acabó diciendo una gran verdad: “no lo sé”. También podría haber dicho “y yo qué sé qué va a suceder en el sector eléctrico, si sólo soy el ministro de Energía”, es decir, el que no decide cuánto dinero pone o quita Hacienda. “No lo sé”, un gran ejercicio de humildad ministerial en vísperas de que la luz suba de nuevo.
Por lo que cuentan los allí presentes (que han sido legión) la copa de Navidad en el palacio de la Moncloa ---ágape educado que organiza el gobierno y al que invita a periodistas y ejecutivos de medios--- resultó muy cordial, muy correcta y muy simpática. Porque tanto los ministros como los periodistas (y comentaristas) estuvieron afables y simpáticos. Si hoy hubiera dicho el ministro Wert eso de “esto es la selva y no tengo machete”, no sólo no le habría puesto a parir nadie sino que muchos le habrían seguido la broma. Incluso los ministros que eluden sistemáticamente las comparecencias públicas --hay ministros verdaderamente alérgicos a las conferencias de prensa-- conversan sin mayor problema con la prensa en las copas navideñas.
Como decía Pilar Cernuda esta tarde en su bisturí, “¡hasta con Ana Mato hemos podido hablar los periodistas!”. Bendita sea. Ha tenido que llegar la Navidad para poder hacerlo. Estos actos sociales que reúnen al gobierno y la prensa, ubicados en una esfera indefinida entre la cortesía y el tomarse la medida mutuamente, vienen a ser un híbrido entre la declaración oficial y el chisme: los altos cargos cuentan allí algunas cosas, responden (o fingen responder) a las curiosidades que se les plantean, pero a su vez también preguntan ellos a la prensa, se intesan (o fingen interesarse) por conocer el punto de vista de un comentarista o un directivo que se siente reconocido, oye, cuando el ministro le pregunta.
En actos como éste de hoy, se vuelve navideño hasta el ministro de Hacienda. Y los más ácidos comentaristas tienen luego dificultades para hacer una columna vitriólica sobre aquel con quien han compartido canapés y una copa de vino. Entre medias, hacen bromas y deslizan puyas a compañeros y rivales. Tanto los ministros como los periodistas, por supuesto.
No alcanza, en todo caso, el desdoblamiento de los asistentes (personas con ocupaciones profesionales a menudo peleadas) al ejercicio de política extracorpórea que se marcó anoche Artur Mas en su televisión autonómica. Esta historia de que, como persona, votaría sí, sí, pero como presidente no debe pronunciarse porque su papel se limita a conseguir que se pueda votar, no a inducir el voto. La falsa neutralidad que, a estas alturas, no hay quien se crea. No hay como inventarse uno mismo las funciones del cargo para que éstas se acomoden milimétricamente a lo que uno espera de sí mismo. Habrá que preparar una consulta personalizada para Mas: ¿Quiere usted, como persona, que Cataluña sea un Estado? En caso afirmativo, y como presidente catalán que es, ¿pero qué hace usted votando por la independencia?