El monólogo de Alsina: No han terminado con la corrupción pero van a terminar con los imputados
Les voy a decir una cosa.
Qué empeño en decir lo que pasará pase lo que pase. Qué esfuerzo inútil en presentar como hecho innegable lo que no pasa de ser una apuesta. Qué pérdida de tiempo esto de afirmar una mera especulación presente como futuro de obligado cumplimiento.
Pase lo que pase, dicen, como si estuvieran en disposición de saber lo que está por pasar. Primero fue Florentino Pérez, solemne ayer en la Casa Blanca, sobre el futuro de Ancelotti: “Seguirá siendo el entrenador del Madrid pase lo que pase”. Enfadado, el presidente, con las intenciones falsas que le atribuye alguna prensa. Pase lo que pase seguirá, veremos. Enfadado también el señor Durán i Lleida, no por lo que le pase a Ancelotti sino por cómo se lo están haciendo pasar a él mismo sus socios de Convergencia.
¡Qué semanita me han dado algunos!, dice Durán en una carta pública enviada desde el lecho del dolor, víctima de la gripe, o gripado (que es como lleva los últimos tres años). No habrá un pacto de CiU y Esquerra a costa de matarme a mí, viene a decir el convaleciente. O en aviso de su lugarteniente Sánchez Llibre, que Durán siempre encarnará a Unió Democrática, pase lo que pase. Veremos.
Hoy fue Felipe quien se sumó al juego de hacer ver que uno sabe lo que depara el futuro. No el rey Felipe sino el compañero Felipe, aquel líder que tuvo hace muchos años el PSOE y a quien tanto añora Ibarra en compañía de otros. “Pase lo que pase”, le ha dicho González al diario que siempre leyó, “pase lo que pase Susana Díaz se dedicará a tiempo completo a Andalucía”, entiéndase a la política autonómica y gane, pierda -gobierne o no gobierne- después de las urnas que llegan en dos domingos.
“Estoy seguro de que su única meta es Andalucía”, dice el ex presidente en su condición no de profeta, o de analista, sino de militante que hace campaña por su partido. En realidad Felipe, como el resto de la Humanidad, carece de la menor idea de dónde estará Susana dentro de un año porque nadie está en disposición de precisar el contenido de ese pase lo que pase. Pueden pasar mil cosas y es sobradamente conocido el efecto mariposa. Apoyar a Susana en este trance de su carrera política es proclamar en público que no entra, para nada, en sus planes aspirar al liderazgo nacional del partido, que su pasión no es otra que los andaluces, que no hay otra palabra en su cabeza que Andalucía.
Felipe echa un cable tirando de la profecía en negativo: esto es lo que no hará. Es verdad que en otros tiempos al líder autonómico que aspiraba a la reelección le apoyaban sus compañeros de filas pregonando los muchos éxitos de su gestión como gobernante: fijaos lo que ha mejorado vuestra tierra, repasad todas las cosas que ha hecho, contemplad con vuestros propios ojos el éxito. Ahora apoyar a Susana es prometer que no entra en sus planes irse. Apoyar a Moreno Bonilla es casi igual de simple: apoyar a Moreno consiste en amordazar a Antonio Sanz hasta que pase la campaña.
Pase lo que pase no crearé problemas a la nueva dirección del PSOE, dijo Rodríguez Zapatero el día que cogió la puerta y prometió ser un jubilado ejemplar, para jarrones chinos ya estaban otros. Pase lo que pase lo que luego pasó es que empezó a coquetear con Chacón, con Madina, con Susana, con Pablo Iglesias en casa Bono; lo que pasó es que se plantó en Cuba al rebufo del lobbyMoratinos y dejó a su partido en situación apurada, tan apurada como hoy mismo, día en que el ex presidente ejemplar se ha plantado en el Sáhara no para recordar la posición de España sobre este territorio sino para alegría del gobierno de Mohamed, que presume de tener a un ex presidente español en territorio marroquí, que es como Marruecos considera el territorio ocupado. “La posición del PSOE no ha cambiado”, ha salido a decir César Luena, preguntándose seguramente, en la intimidad, por qué Zapatero no se queda quieto en Madrid, esposado a la pata de la mesa del Consejo de Estado.
Pase lo que pase no volveremos a llevar imputados en nuestras listas, dijeron los partidos tradicionales cinco minutos antes de volver a llevarlos. En busca de una solución al problema creado por ellos mismos, ahora se anuncia el cambio de denominación de la persona a la que llame un juez en compañía de su abogado para informarle de acusaciones formuladas contra él. Ya no será el imputado, porque alguien le imputa haber hecho no sé qué, sino el investigado, porque se investiga si es cierto eso que alguien le imputa haber hecho.
La ley de enjuiciamiento criminal en la que Gallardón pretendió establecer que la dirección de las investigaciones correspondiera a la fiscalía y no a los jueces de instrucción ha quedado reducida, como el propio Gallardón, a las raspas. El imputado pasa a ser investigado porque hay que rescatar, dice el gobernante, la verdadera presunción de inocencia tan mermada por la pena del telediario. Dicho por el gobierno de un partido que prescindió de sus cargos salpicados por la púnica a poco de ser estos detenidos y sin esperar a que se formularan ni siquiera cargos, parece, más que un principio firme, una broma de gusto discutible.
Son los partidos los que más han contribuido en España a identificar “ser imputado” con ser culpable de algo; agarraban las imputaciones y las usaban para calzarle un golpe genital al adversario (qué tiempos aquellos de las ruedas de prensa semanales de Zaplana y José Blanco, lo que disfrutaban caracterizando al partido de enfrente como corrupto, ladrón, antidemocrático, un cáncer para el país: ahora lloran por las esquinas el descrédito del bipartidismo). No han terminado con la corrupción pero van a terminar con los imputados. Limpiando España.