MÁS DE UNO

Monólogo de Alsina: "Ganar y perder la última etapa"

Carlos Alsina

Madrid |

Qué tal, ¿cómo están? Bienvenidos a una nueva mañana de radio. Lunes, 15 de septiembre de 2025. Esto es ‘Más de uno’. Esto es la radio. La radio que está al día. Déjenme que les cuente una historia. (Es muy corta, ya verán).

Había una vez un niño, hijo de padres emigrados, o refugiados, tirando a pobres. El padre, bibliotecario; la madre, maestra de historia. Vivían en un apartamento diminuto lleno de libros y vacío de comodidades. Los padres trataban de pasar la mayor parte del tiempo fuera. Quedaban en los cafés con los amigos para conversar sin límite de tiempo. Capaces de conversar siete días seguidos con sus siete noches, según la impresión, exagerada, que aquellas tardes dejaban en el niño.

Como no había más familia con la que dejarle, y para aliviar su soledad incuestionada, los padres se llevaban al crío a todas partes, cafés y conversaciones interminables incluidos. 'Pórtate bien', le decía, que significaba 'estate callado'. 'Pórtate bien y te compraremos un helado'. Aquel niño se acostumbró, para no morir de aburrimiento, a imaginar historias sobre las personas que entraban o salían del café, de dónde vienen, qué relación tienen entre ellas, qué problemas les esperan en casa, cómo son, qué piensan, dónde viven, a qué aspiran.

Ponerse en la piel de quien no piensa como tú le vacunó contra el fanatismo

El niño, por supuesto, acabó convertido en escritor. 'Me hice escritor', contaría cuando le entrevistaran, 'a causa de la pobreza, de la soledad y de los helados'. Imaginar vidas ajenas le sirvió ya el resto de su vida para hacer dos cosas: ganarse la vida fabulando y ponerse en la piel del otro. Esas dos actividades resumen, creo, la obra de Amos Oz, el novelista y el opinador, sus libros y sus artículos de prensa.

Ponerse en la piel de quien no piensa como tú le vacunó contra el fanatismo y le ocupó en entender a los árabes que vivían a unos pocos kilómetros de él y a los palestinos que habitaban su mismo territorio. Amos Oz era israelí, por supuesto, fundador del movimiento Paz Ahora, predicador incansable de la repartición del territorio entre su pueblo y el pueblo palestino y defensor de los dos estados mucho antes que casi nadie.

Tachado de traidor por muchos de sus compatriotas, traidor y equidistante, y cordero camuflado a ojos de muchos palestinos. Sus libros alcanzaron éxitos de tirada sobresalientes en Israel. Y su editor le explicó una vez por qué: 'Hay personas que compran diez o doce ejemplares'. '¿Para regalarlos?', preguntó. 'No, para quemarlos'.

Amos Oz se murió hace siete años sin haber llegado a ver un Estado Palestino en términos de igualdad con el Estado de Israel. Sí llegó a ver nueve años de gobierno de Netanyahu y ocasión tuvo de escribir contra los crímenes de guerra que, en su opinión, cometía el ejército en Cisjordania.

Y ocasión tuvo de desear que Netanyahu, y su forma de entender el poder, se fueran al infierno. Dejó escrito que el peor mal que debilita a la sociedad israelí, al cabo de tantos años de conflictos armados, es la indiferencia. Y dejó escrito que los ataques de Hamás merecen una respuesta militar, pero limitada. Y dejó escrito, en fin, que cuantos más israelíes sean asesinados en los atentados de Hamás es mejor para Hamás. Y cuantos más palestinos sean asesinados por el Ejército de Israel, también es mejor para Hamás.

El escritor nunca vio cumplido su deseo, humorístico, de ser contratado como profesor de fanatismo comparado en alguna universidad europea.

el peor mal que debilita a la sociedad israelí es la indiferencia

El fin de semana nos deja la imagen devastadora de cientos de familias avanzando lentamente por la carretera de la costa que une la ciudad de Gaza con los campos de desplazados en el sur. Críos con mochilas, mujeres con hijos en brazos, coches destartalados y camionetas con muebles, esteras, ropa, objetos de toda clase, recuerdos de toda clase que forman la historia de cada una de estas familias.

El viaje interminable, apenas diez kilómetros, de miles de personas forzadas a evacuar su ciudad so pena de ser eliminadas en alguna de las acciones dinamiteras del Ejército israelí a las órdenes de su gobierno bombardero.

El gobierno de España tenía ayer un trabajo que hacer: garantizar que pudiera desarrollarse la última etapa de una carrera ciclista. Ésa era su tarea. Así lo había asumido el representante de Sánchez para Madrid, delegado del gobierno Francisco Martín Aguirre ---creo que le llaman Fran---. Y el delegado, o sea el gobierno, fracasó. La Vuelta no puedo terminar. Incapaz el gobierno de asegurar la integridad de los ciclistas e incapaz de mantener despejadas las calles del recorrido.

Casi tres mil policías dijo el gobierno central que tenía movilizados. No bastaron, se ve, para cumplir con la tarea. El trabajo del gobierno era hacer posible que quien quisiera manifestarse por Palestina lo hiciera y que la Vuelta pudiera llegar a meta y proclamar vencedor en el podio con tranquilidad.

Consiguió lo primero, quien quiso pudo manifestarse, y fracasó en lo segundo. Con la duda que ahora queda, y es responsabilidad del gobierno que permanezca, respecto de la voluntad real de que la Vuelta pudiera completar su recorrido.

Casi tres mil policías dijo el gobierno central que tenía movilizados. No bastaron, se ve, para cumplir con la tarea

Por la mañana había mitineado el presidente a favor de su propia causa usando el truco este de decir que respetas a los deportistas, pero que, sobre todo, admiras a quienes tratan de que los deportistas tengan que quedarse parados suspendiendo la Vuelta.

La duda es legítima porque lleva el gobierno tres semanas quitando importancia a los incidentes y defendiendo que fuera expulsado el equipo que lleva la palabra Israel en su nombre. Y la duda es legítima, sobre todo, a la vista de la satisfacción con que el delegado del gobierno compareció anoche, habiendo fallado, para celebrar el balance de la jornada.

El delegado de Moncloa utiliza interesadamente la manifestación ciudadana pacífica para diluir los incidentes de desorden público que acabaron provocando que la carrera fuera abortada. Y no porque el clamor del pueblo de Madrid impidiera a los ciclistas llegar a meta, sino porque él no pudo atajar el boicot, irrumpiendo en el trayecto y tirando vallas, de que fue objeto la carrera. Anotemos en el nuevo manual de supervivencia político de nuestro tiempo esto de camuflar tu fracaso proclamando, sobreactuado, una evidencia.

¿Y? Naturalmente que nada de todo eso pasa en Madrid; en Madrid lo único que pasaba era una prueba deportiva que el gobierno se comprometió a proteger y o no quiso, o no supo, hacerlo. Bien por negligencia, bien por dejación de funciones, el delegado haría bien en colgarse menos medallas.

Y tanto él como Ayuso o Almeida debieran abstenerse de hablar en nombre del pueblo de Madrid. 'El pueblo de Madrid ha enviado un mensaje al mundo', dice el delegado, 'el pueblo de Madrid no son disturbios que impiden una Vuelta', dice el alcalde.

Ahora que la Vuelta ha terminado, pero lo de Gaza no, la pregunta que habrá de responder el presidente es: ¿con qué otras acciones de protesta celebraría que el pueblo español siguiera presionando? Si mañana alguien propone boicotear cualquier actividad, o empresa, o marca, que tenga relación con Israel, pongo por caso, ¿lo celebrará también?

Si alguien propone, qué se yo, sitiar la embajada de Israel, ¿lo aplaudirá? Si propone cercar Radio Televisión Española, e impedir el acceso a sus trabajadores, hasta que abandone el concurso de Eurovisión, ¿lo alentará? Si boicotean los actos de su propio gobierno por mantener vivas las relaciones diplomáticas con el estado genocida de Israel, por ejemplo, ¿también le producirá admiración?

La pregunta que habrá de responder el presidente es: ¿con qué otras acciones de protesta celebraría que el pueblo español siguiera presionando?

Porque esta frase del ministro Óscar López anoche, en el día en que el gobierno fracasó en el mantenimiento del orden, vale para justificar casi cualquier cosa. Dijo López: 'Lo siento por la vuelta, pero más por los palestinos masacrados'. Lo siento por Eurovisión, pero más por los palestinos masacrados. Lo siento por la embajada de Israel en Madrid, pero más por los palestinos masacrados. Lo siento por las universidades españolas que colaboran con universidades de Israel, pero más por los palestinos masacrados.

¿Quién fija la línea que separa al gobierno de Israel, y su matanza en Gaza, de todo lo que, siendo es israelí, no es tentáculo de su gobierno? El Partido Laborista de Israel, por ejemplo, hoy bajo la marca Los Demócratas, está integrado en la Internacional Socialista. Es israelí, ¿hay que echarlo? Está en la oposición a Netanyahu, ¿es culpable?

El diario Hareetz, que es tremendamente israelí, ha celebrado este fin de semana en Toronto una conferencia por la que han pasado israelíes que viven en Canadá y en Israel, todos tan israelíes como Netanyahu y todos tan críticos con él, o más, que Pedro Sánchez. Allí ha dicho la diputada israelí Naama Lazimi que Netanyahu ve en Hamás un activo para mantener vivo el conflicto y que lidera un gobierno que prefiere la destrucción a la esperanza.

Allí ha dicho Ayman Odeh, que también es diputado en Israel, y árabe, que el reconocimiento del estado palestino no es un premio, sino un acto de justicia, y que debiera ser el Parlamento israelí quien lo hiciera. Y allí ha dicho, en fin, Dan Meridor, que fue dirigente del Likud y viceprimer ministro con Netanyahu hace diez años, que no habrá Estado judío en paz sin Estado palestino reconocido, y que es la sociedad israelí quien debe reaccionar ante los excesos de su gobierno.

Llamamientos contra la indiferencia. De israelíes que lo son y que aborrecen de la expulsión de los palestinos de Gaza. Llamamientos contra el fanatismo de quienes sí son capaces de ponerse en la piel del otro, a imagen y semejanza de aquel niño que se hizo escritor a causa de la pobreza, la soledad y los helados.