OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Una democracia plena"

Carlos Alsina

Madrid |

Escuchemos la voz del presidente del gobierno que esta mañana, terminada su reflexión, nos comunicará a los españoles si le merece la pena seguir gobernándonos. Escuchemos su voz exponiendo lo sólida, lo plena, lo admirada que es la democracia española.

España es una democracia plena. Un ejemplo de calidad democrática. Lo proclamó el presidente en el Congreso cuando ya existían cabeceras digitales derechistas, bulos en redes sociales, cuando ya había Manos Limpias y triunfaba en el tik tok el 'que te vote, txapote'.

Lo proclamó el presidente la segunda vez que se constató un intento de derribarle del gobierno por la única vía posible para derribar un gobierno en democracia, que es la moción de censura. Dos le presentó Vox. Dos perdió. Sánchez siguió gobernando por la misma razón por la que podrá seguir haciéndolo si él quiere: la mayoría parlamentaria le invistió y no hay mayoría parlamentaria para descabalgarle.

"España, como proclamó el presidente, es una democracia sólida"

Al presidente del gobierno no se le elige ni en un juzgado, ni en un medio de comunicación, ni en el tik tok. España, como proclamó el presidente, es una democracia sólida, tan alejada la descripción de los discursos tremendistas que estamos escuchando a ministros, dirigentes del PSOE y comentaristas afines en estado de duelo preventivo que retratan estos días nuestro país como una suerte de conjura mayúscula (derechista, por supuesto) en la que jueces, partidos, medios de comunicación y asociaciones mafiosas se han concertado, con la aquiescencia de once millones de votantes, para no dejar gobernar a quien fue investido.

La matraca ésta de que la derecha en todas sus encarnaciones sólo deja gobernar al gobierno cuando el gobierno es suyo. El PSOE ha gobernado veintisiete años en la España Constitucional. El PP, quince. No ha habido gobierno que no haya acusado a la oposición de intentar ganar en un juzgado lo que no ganó en las urnas.

En la cuenta atrás

En la cuenta atrás para que el presidente investido por el Congreso anuncie si se desinviste a sí mismo, leo un editorial del diario El País: 'Todo gobernante, cuando se siente en apuros, acostumbra a presentarse como víctima de alguna conspiración, advertir contra fuerzas perversas y presentar a la oposición como agente de la subversión. El guión es conocido. El presidente lo ha hecho suyo.

Y a este paso dejará España con una fractura política y social sin precedentes en la historia de la democracia'. Abril de 2003. El editorial se titula 'El gran crispador' y estuvo dedicado a José María Aznar. De quien dijo Rodríguez Zapatero, profeta del talante que estos días se duele de los insultos que ha recibido el presidente Sánchez, que dejaría un 'epitafio de rencor y división'.

Antes había dicho Zapatero de Aznar que era ‘un cobarde, ruin, antipatriota'. Que en Madrid había habido un pucherazo, por la no investidura de Simancas, que el PP había dado un golpe institucional, que Aznar era un peligro para la democracia. 'Quiere una democracia secuestrada', decía ZP en los mismos días en que El País llamaba fatuo al presidente y Pascual Maragall le comparaba con Herman Goering, criminal de guerra nazi.

Nada es tan nuevo como el coro doliente de estos días pretende. A Gallardón le montaron una campaña por su presunta relación con una señora apellidada Corulla. De Aznar se publicó, en la prensa llamada seria, que quizá había embarazado a una ministra de Sarkozy.

Cuando Telefónica contrató al marido de Soraya Sáenz de Santamaría, Rafael Simancas, hoy secretario de Estado de Sánchez, lo tachó de nepotismo y dijo que no era ético. Sánchez imputó a Rajoy que no le importara el sufrimiento de la gente, deshumanizar lo llamarían ahora. Sobre Ana Botella escribió un afamado columnista de izquierdas: 'Entra y sale de la misma peluquería donde cortaban el pelo a la madrastra de Cenicienta. Nos la imaginamos por la noche en la cama preguntándole a su marido: José, ¿yo soy lista?'

Como al final se vaya no sé cómo van a justificarle

Un diario muy influyente escribió sobre la hija del entonces presidente: 'Ana Aznar no tuvo que buscar muy lejos a su futuro marido, entró como ayudante en la Moncloa cuando ella tenía catorce años'. A Ayuso se refería una columnista del mismo diario muy aplaudida como IDA, en los días en que se celebraba en Twitter poner en duda la salud mental de la señora. Almodóvar quizá recuerda que en la manifestación contra la guerra de Iraq (en realidad, contra el gobierno) de 2003 había lemas como 'Aznar, gilipollas, te vamos a dar dos yoyas'; y que la lectura del manifiesto fue interrumpida por gritos de ‘asesino’ que no consta que incomodaran al lector del manifiesto, o sea, Almovódar, no lo bastante al menos para pedir que no se insultara ni vejara al presidente del gobierno de España.

Nada es tan nuevo como se pretende. Lo nuevo, en la tribulación personalísima del presidente Sánchez desde hace dos meses, es que un diario de gran difusión publicó, en el contexto del caso Koldo y Víctor de Aldama, una información relativa a la actividad profesional de su esposa. Ni ilícita ni reprobable, salvo, quizá, para Simancas y su doctrina sobre el nepotismo (de los otros).

Lo nuevo es que el presidente comprobó hace dos meses que ni su cargo, ni la persuasión de su equipo al medio en cuestión, ni su intervención personalísima logró abortar la publicación. Y a la primera información siguieron otras. Incluidas las dos cartas de recomendación de la señora Gómez a la consultora de Barrabés. La nota de rectificación que envió Gómez sólo objetaba un título y un enfoque, no las cartas. El presidente, pese a todo el poder que se le atribuye, y los instrumentos de que dispone para sugerir lo que debe hacerse, se vio incapaz de hacer valer su voluntad. Ni en algunos medios ni en la comisión de investigación del Senado que, teniendo el PP mayoría absoluta, escapa también de su control.

En el PSOE dicen que el presidente se ha roto emocionalmente

En el PSOE dicen que el presidente se ha roto emocionalmente. Que ha tocado techo su capacidad de aguante y ha tocado fondo la persona. Puede ser. El miércoles pidió cinco días para reflexionar pausadamente. Su partido no se los ha dado. Desde el miércoles no han dejado de decirle lo que puede y lo que no puede hacer. Puede indignarse, puede atacar, puede llamar a la guerra contra la conjura. No puede renunciar, no puede dar un paso atrás, no puede dimitir.

Su obligación es permanecer por mucho que le duela a él o que le duela a Begoña, éste ha sido el mensaje. Como al final se vaya no sé cómo van a justificarle.

El Partido Socialista, más sus dirigentes que sus votantes, se ha revuelto este fin de semana contra la situación que ha generado (le ha generado) su líder máximo. Sánchez pudo haber despachado las diligencias judiciales sobre su esposa como hizo siempre: presumiendo de transparencia y exigiendo que dimita Ayuso. Escogió abrir una crisis. Sin contar con su partido. Sin atender a las consecuencias que en su partido tendría. Cinco días a oscuras y ‘ahí os apañéis’. Tanta comprensión humana como se ha exhibidos estos días revela la profunda incomprensión política a la forma de conducirse del líder. Desconcierto y orfandad anticipada. La pregunta que no esperaban tener que hacerse tan pronto: ¿qué es hoy el PSOE sin Sánchez?

En Madrid, últimas elecciones generales, Sánchez obtuvo un millón de votos. Se congregaron en Ferraz el sábado doce mil ciudadanos. La manifestación de noche por amor a la democracia reunió a cinco mil personas. El partido había dicho que se iban a manifestar todos los demócratas.

No es posible que en España no haya más de veinticinco mil demócratas. Hipótesis primera: sus votantes no se creen que el presidente esté planteándose de verdad la renuncia, para qué. Hipótesis segunda: sí lo creen pero no ven ni tragedia ni drama en un cambio de líder. Y, sobre todo, no ven que la democracia española esté en riesgo. Si la mitad de la sociedad viera la democracia en peligro no habría sido un fin de semana tan común, y tan corriente, para el 99% de los ciudadanos.

Tampoco es la primera vez que Sánchez y su equipo pretenden convencernos de que atravesamos un momento crucial para la democracia. Fue este presidente, que hoy se duele de las acusaciones graves y falsas que se le hacen, fue él quien imputó al presidente del Tribunal Constitucional formar parte de un complot para amordazar al Parlamento (no es poca cosa). El ataque más grave a nuestra democracia, dijeron, un golpe inaceptable, habría un antes y un después porque nada volvería a ser lo mismo. ¿Quién se acuerda hoy de aquel episodio?

Cinco días de encierro

Terminados sus cinco días de encierro, Sánchez sabe que doce mil personas fueron a darle aliento a Ferraz; sabe que su partido está con él, incluso es él; que la mayoría del Congreso, independentistas incluidos, le quiere de presidente porque no hay alternativa, para ellos, más conveniente; sabe que sus ministros irían con él al fin del mundo y, de hecho, temen que sea ahí hacia donde se dirigen. Es decir, sabe todo lo que ya sabía antes de escribir su carta sísmica. Y carece, lo ha dicho él, de apego al cargo.

Conmoción social en las calles por su posible abandono no parece que se haya producido. Se marche o se quede ni cesarán los bulos (de todos los colores) ni desparecerán los digitales que tanto sublevan a la dirigencia socialista. Se marche o se quede, España seguirá siendo esta tarde la democracia plena de la que el presidente presumía citando al The Economist.