El monólogo de Alsina: Cien años después, un rey ha terminado su discurso como Unamuno terminó su libro
Les voy a decir una cosa.
“Haced ciencia, haced ética, haced patria”. Miguel de Unamuno, “Del sentimiento trágico de la vida”. En los hombres y en los pueblos.
Cien años después, un rey ha terminado su discurso como Unamuno terminó su libro, “haced ética, haced patria”, bien es verdad que prescindiendo del tono crítico, incluso sarcástico, que se permitó el salmantino al referirse a los papanatas, bachilleres Carrascos, fascinados por lo europeo.
Un rey, en 2014. Frente al hacer país, el hacer patria.
¿De qué está hablando hoy usted, Alsina?
Empecemos por el principio. El rey Felipe. A la espera de que llegue la Nochebuena, caso de que mantenga la tradición del padre, su discurso más relevante del año sigue siendo éste de hoy: el que acaba de terminar de leer en el foro (él prefiere considerarlo faro) que más discursos le ha escuchado, el teatro Campoamor de Oviedo con motivo de los premios Príncipe de Asturias.
Cada último viernes de octubre, y en su discurso enhorabuena a los premiados, incluye Felipe de Borbón tres pinceladas de su visión de la actualidad y de España. Lo hacía siendo príncipe y lo ha hecho siendo rey. El jefe de un estado que encadena su séptimo año de crisis: la crisis económica de la que no terminamos de salir y la crisis institucional de la que su propia promoción al trono -abdicación del rey anterior mediante- es consecuencia.
En junio fue recibido como paradigma de la renovación y del relevo entre generaciones, el revulsivo que nos estaba haciendo falta. Se hablaba de la nueva transición que convirtiera estos tiempos convulsos en pasado. Ésta es, si se fijan, la palabra refugio más repetida estos días: “pasado”. La contabilidad B del partido que gobierna es “cosa del pasado”, las tarjetas chollo de los consejeros de las cajas son “algo del pasado”, el mangoneo en los cursos de formación es “pasado” y “pasado” es, también, sólo faltaría, el enriquecimiento sospechoso de la primera familia de Cataluña, los Pujol Andorra Ferrusola. Son todo residuos que vamos conociendo ahora pero que forman parte de la España del pasado (más vale que así sea).
En presente, reina Felipe en un país cuyo apasionado debate sobre monarquía-o-república duró una tarde (y nunca más se supo, muy minoritarias las marchas tricolor), en el que cada día imputan a un político distinto (o reimputan al mismo), en el que los soberanistas catalanes se van a manifestar de nuevo -no formando uves sino metiéndose todos juntos en una urna- y en el que los partidos tradicionales tienen nuevo competidor con vocación de partido tan tradicional en su estructura como ellos pero sin manifiesto ideológico y con coleta, Podemos, que este fin de semana, salvo sorpresa, consagrará como césar a Pablo Iglesias. El rey, que se sepa, no es de Podemos -lo suyo no es casta sino dinastía-, pero tiene entre sus frases más repetidas ésta que sería bien recibida en Vistalegre: “No hay activo más sólido en España que la gente”, o sea, el pueblo. El pueblo que es quien tiene el poder. El empoderamiento.
En su último discurso como príncipe en Oviedo hace un año -él aún no lo sabía- hizo Felipe un llamamiento a conjurarnos todos contra la frustración, el pesimismo y la desconfianza. Hacer llamamientos es una de las tareas que se le suponen a un príncipe -y más a un rey- aun sabiendo que forma parte también de las costumbres regias que los llamamientos no sean atendidos. Tal como sucedía con su padre, se dice (hay quien dice) que es el discreto aliento del rey lo que está acercando a Rajoy y Pedro Sánchez a forjar pactos que limpien la política, dén estabilidad al sistema y allanen el camino a una nueva Constitución (revisión de la que hoy tenemos) que alivie la presión que hoy ejerce el soberanismo catalán sobre el Estado. Así presentaron a Felipe VI sus abanderados en junio: el impulsor de un nuevo tiempo con nuevos hábitos, muñidor de los consensos que ahora faltan. En sus tres primeros meses como monarca (sigue estando recién aterrizado) no ha habido escándalos que erosionen la institución -a Spottorno le invitó a apartarse cuando se supo lo de las tarjetas- y tampoco ha tenido patinazos. Bien es verdad que tampoco ha habido logros concretos --al menos a la vista- en este ámbito, o misión, que algunos le encalomaron: la regeneración del país, la refundación de España como sociedad higiénica, abierta y socialmente avanzada.
Asentado en el trono y jugando, esta tarde, en casa ha reiterado el rey su llamamiento: “La sociedad necesita referencias morales”, ha dicho, “principios éticos, valores cívicos”. “Es un impulso moral colectivo el que ha de hacer de España una nación llena de pensamiento”. No será éste, en todo caso, el pasaje de su discurso más subrayado en los medios. Ése privilegio le corresponde, cada año, al párrafo en el que habla de la cuestión catalana sin citarla. Primero, la mayor: “Respetar el marco constitucional es la garantía de nuestra convivencia”. Después, el pero: “Pero debemos cuidar y favorecer nuestra vida en común”. Cuidemos lo que compartimos los españoles que ya no somos rivales los unos de los otros, dice Felipe, que remata esta idea de mejor juntos que haciendo la guerra cada uno por su cuenta: “El mundo camina hacia una mayor integración y no al contrario”. Que lo sepas, Artur Mas, pudo haber añadido.
Integración, convivencia en la diferencia y respeto a la ley que nos obliga a todos. Y el colofón, terminando por donde empezamos, citando a Unamuno. “Haced patria, haced arte, haced ciencia y haced ética”.