EL MONÓLOGO DE ALSINA

Monólogo de Alsina: Unanimidad, disciplina de voto y voto secreto

Les voy a decir una cosa.

Ustedes tal vez no lo recuerdan, pero en 2011, cuando se celebraron las elecciones generales, hubo quince días previos de campaña electoral (o varios meses) en los que las personas que iban en las listas que ustedes podía elegir, las listas de su circunscripción, ¿se acuerda?, se paseaban por la provincia y daban mítines prometiéndoles a ustedes que siempre les tendrían presentes.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 11.02.2014 20:13

Sí, los líderes principales eran Rubalcaba, Rajoy, Cayo Lara, Rosa Díez, pero aquellos que se presentaban por su provincia (salvo que ésta fuera Madrid) eran otros. Es posible que usted ni siquiera recuerde sus nombres, pero según la Constitución éstas son las personas que le representan a usted en el Parlamento. Sus diputados. Una vez elegidos, no tienen que hacer lo que usted les diga --no existe el mandato imperativo--, gozan (como sabemos) de independencia (teórica) para pronunciarse conforme a su criterio y su conciencia, pero sí han de tener presente que es usted quién les puso ahí, que por algo el sistema que tenemos se llama democracia representativa.

Digamos que usted, cuando los vota, deposita su confianza en ellos. Y a la luz de lo que ha sucedido esta tarde, cabe hablar hoy de “confianza ciega”. Porque, por extraño que resulte, algunas de las cosas que ellos hacen en el ejercicio de la representación que desempeñan, usted no tiene derecho a saberlas. Dices: bueno, será lo de los secretos oficiales, esta información confidencial que reciben y que afecta a la seguridad nacional, nada menos. Sí, eso también. Pero lo de esta tarde no va de eso.

Lo que esta tarde está ocuriendo es que se vota en el Congreso si se retira un proyecto de ley que, en realidad, no se ha presentado, la reforma del aborto; y si usted desea saber qué votan los diputados que iban en aquella lista que respaldó en 2011 siento decirle que no tiene manera de saberlo. Porque este voto se ha declarado secreto. Nadie debe saber lo cada uno ha votado.

Queda raro, desde luego, que el criterio de un parlamentario deba ser mantenido en secreto (se supone que al Congreso va uno a expresar su opinión y que se entere todo el mundo, no a guardársela en secreto). Y queda aún más raro en estos tiempos en que todos los partidos presumen de su compromiso con la transparencia.

Dices: ¿pero esto se puede hacer, declarar secreto lo que un diputado vota? Pues sí, poderse, se puede. Siempre que no se esté votando sobre procedimientos legislativos, es decir, leyes. El reglamento del Congreso establece que cabe la votación secreta con urna -como la de esta tarde- o dándole al botón pero sin que aparezca en ningún sitio qué ha votado cada quién. Es legal. Pero es tan contrario al sentido último de la función representativa que apenas nunca se usa. Tres veces desde1977.

Que un partido pida que una votación sea secreta es una cosa seria, porque supone privar al votante de la posibilidad de saber qué se ha votado en su nombre. Palabras mayores. El PSOE ha requerido que se votara secretamente no porque el resultado de hoy fuera determinante -se trataba de “instar” al gobierno a no seguir con el anteproyecto Gallardón, una mera declaración porque ya sabemos que los gobiernos atienden las solicitudes del Congreso según les da, o según les conviene-.

Lo de hoy no es una trascendental iniciativa parlamentaria sobre la interrupción del embarazo, sino una treta que forma parte de la pugna partidista de bajo vuelo: sólo buscaba tocarle las narices al adversario, introducir la cuña que rompiera la llamada disciplina de voto. Los partidos, como sabemos, consideran una victoria probar que existe diversidad de criterios en el partido de enfrente.

Porque, naturalmente, consideran la diversidad de criterios una muestra de debilidad. “Queremos probar que en el PP hay gente que no comparte el proyecto de Gallardón”, decían hoy los socialistas como quien se marca el desafío de demostrar que la Tierra, en efecto, es redonda.

Sabiendo que ése es el único objetivo y que la votación no lleva a ninguna parte, razón de más para que los diputados del PP hayan antepuesto (esto también es un clásico parlamentario) su amor por la unanimidad a su opinión sincera sobre el proyecto. De tal manera que lo probable es que salga el mismo resultado que si la votación hubiera sido pública y que Alfonso Alonso, el capataz del PP que esta mañana se refirió a sus señorías como “mis diputados” pueda ofrecer a Rajoy lo que Rajoy le ha pedido. Tampoco se engañen: si algún diputado del PP votara distinto -¡cielo santo, se ha roto la disciplina de voto!- ya sabemos lo que diría la dirección popular: “es que somos un partido, no una secta”.

Exacto, lo mismo que dicen todos los dirigentes de todos los partidos cuando se les pregunta por alguna cuestión en la que claramente hay división de opiniones. “Que dice Chacón que no le gusta nada cómo hace oposición Rubalcaba. Es que somos un partido, no una secta”. Como en PSOE es un partido, es comprensible que haya dirigentes nada felices con la designación a dedo de Elena Valenciano como cabeza de cartel para Europa. “Tiene el partido unánime del partido”, dijo hoy Rubalcaba, queriendo decir que tiene el visto bueno de la Ejecutiva porque antes fueron informados sus integrantes de cuál era la decisión a la que él, sólo él, había llegado.

Ha sido avalada por la dirección del partido, sólo faltaría. Pero con el mismo procedimiento que llevó a Rubalcaba a la candidatura de 2011 después de que Zapatero se comiera su promesa de hacer primarias. Quien no tenga fresco el recuerdo, que le pregunte a Chacón, que ella se acuerda fijo. Como el PSOE no es una secta, sino un partido, se han cursado instrucciones para que a nadie se le ocurra cuestionar el acierto de la designación rubalcabiana. Y como el PP es un partido, y no una secta, ha salido a explicar la dirección andaluza, enfrentada a su propio papelón, que el hecho de que toda España sepa ya que el ungido por Rajoy como nuevo líder regional se llama Juan Manuel Moreno y lleva trece años haciendo política nacional, en el Congreso, en Génova 13 y en la secretaría de Estado de Servicios Sociales.

Es el enviado por Madrid, o en rigor, por la Moncloa, dado que viene apadrinado por Rajoy y por Sáenz de Santamaría (tal vez habría que decirlo en orden inverso: por Soraya y luego por Rajoy, o por Javier Arenas, luego Soraya y al final, Rajoy; aquí quien sale trasquilada es Cospedal, que ha quedado en fuera de juego después de decir el lunes pasado: “he hablado de este asunto con el presidente y pronto habrá noticias”. Creyó que la cosa estaba hecha. Se equivocó la paloma, digo la secretaria general, se equivocaba. Olvidó esa máxima que se cumple en el PP y que dice: aunque todos le dén por muerto, no subestimes nunca la habilidad política de Javier Arenas. De esta historia, en realidad, no se ha escrito aún el último capítulo. Juan Manuel Moreno será candidato a la presidencia del partido.

Pero puede haber otros. O, al menos, otro. José Luis Sanz sigue con ganas y con los avales para presentarse ya reunidos. ¿Es posible que el congreso del PP andaluz acabe siendo un congreso de verdad, con dos candidatos compitiendo por una misma silla? ¿Será verdad que el PP no es una secta, sino un partido?