Lo menos que podía haber admitido Chaves es que algo se escapó de su control
Hay quien se entera por la prensa y hay quien ni por la prensa se quiere enterar. Ni habiéndose publicado, desde hace meses, el recital de trampas, trucos, irregularidades y presuntos delitos, cometidos en torno a los EREs de la Junta de Andalucía admite Manuel Chaves que, hombre, distracción de dinero público hubo siendo él presidente. Nada le consta al señor Chaves: ni ilegalidades ni tan siquiera irregularidades, como él mismo matizó en su declaración de ayer.
Todos los procedimientos aprobados por su gobierno fueron inmaculados, la prueba del algodón, todo en orden. Todos los sistemas de control del buen uso del dinero público estaban en perfecto estado de revista, todos vigentes. Todo se hizo conforme a la norma y, sin embargo, ciento cuarenta millones de euros acabaron en el bolsillo de conseguidores y comisionistas. Lo menos que podía haber admitido Chaves es que algo, bajo su presidencia, se escapó del control. Lo menos que está obligado a admitir es que, hombre, fraude hubo. Como dijo Griñán la semana pasada: un gran fraude que no parece posible negar, salvo que tengas mucho cuajo o salvo que seas Manuel Chaves. Su ex amigo Griñán, que tampoco es que reconociera gran cosa, admitió por lo menos la puntita: “Es posible que algún control fallara”, dijo. Pues sí, claro que es posible. Chaves, ni la puntita.
Si un director general, Javier Guerrero, les salió golfo, a él que le cuentas, si tenía doscientos directores generales de los que no se sabía ni el nombre. La exhuberancia burocrático administrativa en socorro de una floja coartada. He aquí un presidente que nunca supo nada de chanchullos, ayudas infladas e intrusos que, sin haber dado nunca un palo al agua, se prejubilaban. ¿Él cómo lo iba a saber si nadie se lo contaba? Resumen de la declaración: otro que dice que él no sabía nada. No me consta, no me consta, no me consta. Si el juez le hubiera echado guasa al interrogatorio le habría preguntado a traición al declarante: “Recuerda usted haber sido presidente de la Junta?”Y Chaves habría respondido: “no me consta, señoría, no me consta”.
¿Es posible que esté diciendo la verdad? A ver, que no recuerde que fue presidente de la Junta no es posible porque estuvo más de un rato gobernándolo todo desde San Telmo: el rato, en concreto, se prolongó durante ¡diecinueve años! Habiendo presumido en privado, él y sus colaboradores más cercanos, durante todo ese tiempo de que no se movía una hoja en Andalucía sin que el presidente se enterara, ¿es creíble que se moviera no una hoja, sino ciento cuarenta kilos de mano en mano sin que a Chaves le llegara el penetrante olor a cloaca? Esto que decía la madre del conseguidor Juan Lanzas, orgullosa de lo bien que le iba a su retoño: “Mi hijo tiene dinero pa’asar una vaca”. Y tanto que lo tenía, a base de estrujarnos la ubre a todos. Si Chaves, como presidente, y Griñán, como consejero de Economía, sabían o no sabían es la clave de esta historia, de esta parte de la historia que es la responsabilidad de los dos santones del PSOE andaluz, aún aforados. Y por eso es imprescindible acreditar si alguien avisó de que la manguera del dinero chorreaba por donde no debía y, en ese caso, quién estuvo al tanto del aviso y no hizo nada. Manuel Gómez Martínez fue interventor general de la Junta diez años. Ha pedido declarar en el Supremo para rebatir lo que, según él, es un cuento narrado a coro por el equipo A (de aforados) que están desfilando ante Barreiro. En la carta que hizo llegar anoche a La Brújula dice este señor que informes avisando de la avería naturalmente que hubo, pero que esos informes no sirvieron para nada porque, en el fondo, decían lo que los altos cargos de la Junta ya sabían. Si eran ellos quienes habían eliminado los semáforos de la calle, dice tirando de metáfora, cómo se iban a sorprender de que el personal circulara como le viniera en gana. Es decir, y traducido, que sí, es posible que ni a Griñan ni a Chaves llegaran los informes de la intervención, pero sólo porque sus subalternos, la cuadrilla, se decían a sí mismos: quénecesidad tendremos de contarle al mago que el número tiene truco. A ver. No le dices a Geppetto que Pinocho es de madera cuando es él quien ha fabricado el muñeco.
Chaves, a los periodistas, de lo suyo, no les quiso decir apenas nada.
Rodrigo Rato, a lo periodistas y de lo suyo —-que también tiene tela lo suyo— les quiso decir aún menos. ¿Se acogióusted a la amnistía fiscal de su compañero Montoro? Rato dice que no hay nada que decir, que la ésta es una cuestión personal de la que uno no tiene por qué andar dando explicaciones. Personal, personal, habiendo sido vicepresidente económico del gobierno, gerente del FMI y presidente de Caja Madrid… “Un tema personal”, como dijo Pujol cuando empezó a contarnos del abuelo Florenci. El scoop, la exclusiva, de esta historia lo dio ayer Miguel Alba en VozPopuli y tiene recorrido en su doble vertiente: primera, que Rato (habiendo tenido esos cargos tan relevantes) mantenía dinero no declarado a Hacienda, es decir, por el que no había tributado. Segunda, que haberse acogido a la amnistía (regularización de rentas ocultas, prefiere llamarlo Montoro) no le ha librado de una investigación, que está abierta, sobre el origen de esas rentas. Le corresponde esa indagación al Servicio de Prevención del Blanqueo de Capitales, es decir, al ministerio de Economía, es decir, a Luis de Guindos.
La amnistía fiscal se anunció en verano de 2012, un mes después de que Rato, contra su voluntad, hubiera sido apartado de Caja Madrid por Mariano Rajoy. Inevitable preguntarse si cuando Rajoy encomendó a De Guindos que finiquitara a Rato tenía alguna información, o sospecha, de que a su declaración tributaria le faltaban cosas. La amnistía, recordamos, sirvió para aflorar rentas y patrimonio opaco, y alcanzó al dinero en efectivo. Los billetes, los fajos de billetes bajo el colchón de casa, que son siempre los más sospechosos porque se supone que no dan rastro. Qué parte de la renta aflorada por Rato es objeto de investigación y por qué —que ha hecho sospechar sobre su origen—- no es conocido…todavía. Pero todo saldrá. Entre otras cosas porque la relación del ex vicepresidente con el gobierno de su partido es cualquier cosa menos fluida.
Montoro sostiene que aquí se trata a todo el mundo por igual, sea cual sea el color político. Es una verdad a medias. No hay datos para dudar de que la filiación política no se examine antes de abrirle a un contribuyente una inspección, pero sí los hay para afirmar que el tono en el que habla el ministro de contribuyentes amnistiados, por ejemplo, varía sustancialmente dependiendo de si son de los propios o de los ajenos.
Cuando Pujol admitió que había tenido dinero no declarado a Hacienda se personó Montoro, con el látigo que lleva en la cartera —junto a otros instrumentos propios de su cargo—- para hacer una proclama: “Si alguien piensa que pidiendo perdón se hace borrón y cuenta nueva, se equivoca”. Que significa que no basta con pagar, si hay posible delito en origen, de eso no cabe darse por amnistiado. Puede que se investigue con independencia del color político del afectado —así sea—- pero salta a la vista el color político en el cómo comenta el ministro la jugada.
Es verdad que la amnistía no la montó el ministro ni para sus amigos ni para compañeros de partido. Pero en la lista de los amnistiados parece que unos y otros abundan.