Liderazgo futbolero
Les voy a decir una cosa.
Disfrutemos este fin de semana de nuestro liderazgo futbolero --la euforia eurocopera-- porque después del domingo llegará el lunes y, con él, el comienzo de una semana que se presenta dura. Dices: vaya novedad. De acuerdo, más dura aún que estas últimas
Mientras aquí discutimos sobre Joaquín Almunia y si debe hablar como español que es o como comisario que también es, ahí fuera están preparándose para esto que Niall Ferguson, historiador y ensayista influyente que escribe ahora a cuatro manos con Roubini, llama el posible “momento Lehman en Europa”, es decir, un acontecimiento tan relevante y con tantas consecuencias que pueda compararse a lo que supuso para el sistema financiero norteamericano (y, por efecto dominó, para Europa) la quiebra de Lehman Brothers en 2008. No se refiere al resultado de las elecciones griegas, o no sólo a eso, sino al cóctel explosivo (tormenta perfecta lo llamarían otros) que supondría un resultado electoral en Grecia que anticipara el incumplimiento de las condiciones del rescate ---y la salida del país de la eurozona--- unido a la presión que viene soportando España esta semana ---”la puerta cerrada de los mercados, que dice Montoro”--- y a pesar del rescate bancario que se anunció hace seis días. El momento Lehman sería la defunción del euro, o la constatación de que no existe voluntad suficiente en la zona euro para seguir compartiendo una moneda entre diecisiete países que carecen de un gobierno común, que tienen indicadores económicos muy distintos entre ellos y que tienen también, por ello, un grado de riesgo diferente a ojos de los inversores. Grecia es el euro, Alemania es el euro, pero en nada se parecen la realidad económica (y politica y social) de Grecia y la de Alemania. España es el euro, Finlandia es el euro, pero somos tan parecidos como un huevo y una castaña.
El amigo Ferguson tiene escrito que, en la encrucijada en la que hoy se encuentra, la zona euro sólo tiene dos opciones: o integrarse del todo ---de tal manera que el sistema financiero sea común y las políticas nacionales se controlen desde instancias también comunes--- o mandar el euro a tomar viento y deshacer, desmontar, la eurozona y quién sabe si también la Unión Europea. Integración, o disolución del club y a buscarse cada uno la vida por su cuenta. La posición de España está bien clara: ¡más integración!, ¡unión bancaria!, ¡cesión de soberanía!, más Europa. Lo estamos escuchando a diario en boca de los dirigentes políticos más relevantes, tanto del gobierno como de la oposición. Más integración. Pero luego tenemos que ir a pedir la ayuda europea para nuestros bancos y la única preocupación del gobierno es decir que no nos han impuesto condición alguna en política económica, sólo faltaría, la política económica la decidimos aquí nosotros, quiénes son estos señores para decirnos nada. La oposición se fija justo en eso, en que sí nos han puesto condiciones (y que nos “obligarán” a subir el IVA) para echárselo en cara al gobierno, qué fracaso, señor presidente, que le han marcado a usted una hoja de ruta. ¡Más integración, unión fiscal, más Europa! Decimos desear que se avance rápido en esa dirección, para que un gobierno europeo común pueda hacer...vaya, todo eso que ahora repudiamos porque nos desagrada profundamente que nos lo hagan.
Esta mañana publicó El País una entrevista interesante con uno de los malos de la película (de los malos según el punto de vista mayoritario de la prensa española, porque es alemán), el señor Weidman, a saber, presidente del Banco Central de Alemania, el Bundesbank. Empecemos por esto de la convicción europeísta. Él dice: “según las encuestas que se han publicado, resulta que la opinión pública alemana es más partidaria de aumentar la integración política de Europa que la opinión pública de otros países, sobre todo aquellos cuyos gobiernos piden con más vehemencia que compartamos riesgos, como Italia, España o Francia”. Decimos que queremos más integración, pero en realidad somos muy celosos de nuestra soberanía nacional y nuestra autonomía para elaborar los Presupuestos. “Preguntémonos con honradez”, dice el alemán, “si estamos dispuestos a ceder tanta soberanía como para que las cuentas se hagan en instancias europeas distintas a los Parlamentos”. Y cuando el periodista le pregunta por el Banco Central Europeo, que no interviene en el mercado pese a tener la Europea periférica “en llamas” (se refiere a nosotros e Italia), dice “cuidado”, si el Banco Central acaba siendo el comodín que pone el dinero que necesiten los gobiernos, si cada vez que sube el riesgo país de una nación entra el BCE a enfriarla, estaría igualándonos a todos (todos igual de fiables, y financiándonos al mismo precio, hagamos lo que hagamos) --¡sí, Weidmann, si, eso es lo que queremos!--, pero resulta que eso está prohibido en los tratados europeos. Porque cuando creamos la zona euro dijimos: misma moneda, criterios de convergencia (requisitos mínimos) para formar parte de ella, pero...como cada uno tenemos autonomía para hacer en nuestro país la politica económica que nos parezca más conveniente, pues el riesgo país (la financiación) es cosa de cada uno, cada gobierno sale al mercado a cuerpo y con sus propios medios. Ahora es cuando decimos: ¿no deberíamos haber empezado por aquí, sistema financiero común para respaldar la única moneda? Y nosotros, España, desde luego estamos por la labor. Porque si vamos todos a una nos beneficiamos del prestigio financiero de otros países y conseguimos el dinero prestado más barato. Pero otros países lo ven al revés: si van al mercado de la mano de Italia, de España, salen perjudicados por el desprestigio que estamos arrastrando nosotros, y conseguir el dinero prestado, para ellos, se encarece.
Por eso la señora Merkel dice “lo haremos algún día, sí, pero cuando juntarnos con ustedes perjudique menos, o sea, que antes tienen que cambiar unas cuantas cosas para parecer más serios, así como nosotros”. Y nosotros decimos: “¡Señora, que en su afán por hacernos parecidos nos está matando!” Ocurre que en Alemania y alrededores sospechan que nuestra devoción por la integración fiscal y el más Europa es fruto, únicamente, de la necesidad, que nos apetece mucho la integración cuando la prima de riesgo la tenemos disparada, pero en cuanto interviene el BCE y la cosa se relaja, salimos en plan bravucón alardendo de que nadie va a venir a decirnos a nosotros lo que tenemos que hacer porque las decisiones son soberanas. “La deuda compra tiempo”, dice el jefe del Bundesbank, “pero no resuelve el problema”.
De la mano de Grecia, y a partir del domingo, vamos a asistir a otro debate que puede formularse en estos términos: soberanía nacional frente a compromisos financieros ya adquiridos. Si la sociedad griega se decanta por aquellos que reclaman que hay que revisar el rescate (que ya son todos los grandes partidos, no sólo la Izquierda Radical), a ver cómo se concilia el cumplimiento de lo que han dicho los ciudadanos con los acuerdos ya firmados. Si el debate aquel sobre la quita y las condiciones de pago se prolongó durante meses pudriendo la poca confianza que quedaba en los mercados, este nuevo debate que comenzará el lunes (gane quien gane las elecciones) puede terminar de dinamitar la precaria estabilidad del euro. Lo que sí permitirá medir el resultado electoral es el efecto de los mensajes-advertencia, ligeramente apocalípticos, terminantes, que los dirigentes europeos han hecho llegar al electorado griego. Se ha jugado la carta de meter presión a base de meter miedo: si gana Tsipras Grecia tendrá que irse del euro, el país terminará de hundirse, será un suicidio nacional. Y el domingo sabremos si los griegos han captado el mensaje y optan por dejarse de escenarios inciertos regresando a la ortodoxia de votar a Samaras o al Pasok, los dos partidos que han gobernado Grecia, o le hacen una peineta a los dirigentes europeos y se insubordinan votando a Syriza y abriendo un camino inexplorado y, desde luego, inquietante para el resto de Europa.