Monólogo de Alsina: "De Illa a Illa y tiro porque me toca"
Carlos Alsina analiza en su monólogo de Más de uno el final de la campaña electoral en Cataluña. Además, pone en duda al vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias y su versión sobre las críticas.
Madrid | 12.02.2021 08:29
Viernes de vísperas. Amorosas vísperas de San Valentín en Cataluña. Ya llegamos a puerto. El domingo los catalanes votan. En estado de alarma, en emergencia sanitaria y en empantanamiento institucional.
Las dos primeras circunstancias son inéditas, el estado de alarma y la pandemia. La tercera es el verdadero hecho diferencial catalán. La crisis política, institucional, en que lleva instalada la comunidad autónoma desde que el independentismo alcanzó la mayoría absoluta del Parlamento ---el rodillo--- y amparó la arremetida del gobierno de Puigdemont y Junqueras (el mismo que hoy sigue habiendo) contra la mitad de Cataluña y contra el resto de España.
El hecho diferencial catalán es que las legislaturas nunca duran cuatro años, que los candidatos de los partidos no duran ni cuatro, que acaba siendo president algún desconocido que nunca encabezó una candidatura y que haber delinquido no inhabilita a un líder político para seguir siéndolo. Éstas son cosas que en las demás comunidades autónomas se verían como una anomalía. En Cataluña son rutina.
Si esta campaña electoral ha movido un solo voto es un milagro. Los candidatos ---exceptuado Alejandro Fernández, el del PP--- son claramente peores que los de la campaña del 2017. Encadenan frases hechas y estribillos de todo a un euro. Y dos de ellos, el señor Aragonés y la señora Borrás, más que candidatos son delegados de sus jefes ausentes, los dos que siguen moviendo los hilos, Junqueras y Puigdemont, el tándem que llevó Cataluña a donde hoy está, que es en ningún sitio. La campaña termina como empezó, con el foco puesto en el inesperado candidato socialista.Empezó con Illa y termina con Illa. El anti candidato.
Al tono mustio que adorna al ex ministro de Sanidad se ha unido su empeño personal en narcotizarnos a todos en estos últimos días: más que intervenciones tranquilas han sido intervenciones dormideras. Y elusivas, porque todo lo que ha sido capaz de concretar el aspirante es que su única pareja de baile, la única con la que aspira a compartir gobierno, es Podemos, el partido que sostiene que la democracia española no es plena porque osó juzgar a unos políticos que se saltaron las leyes. Illa ha prometido que jamás gobernará con los independentistas y los independentistas han prometido que jamás gobernarán con Illa. Y hasta ahí ha llegado la novedad. Esquerra fingiendo que no puede ni ver a los socialistas después de haber investido a Sánchez y haberle aprobado los Presupuestos del Estado. Los socialistas fingiendo que no pueden ni ver a Esquerra, su socio preferente y al que el gobierno de coalición mima cada semana en el Congreso. Y Puigdemont, tres años y medio prófugo y tres años y medio sosteniendo (y cobrando) por la inexistente república en el exilio, fingiendo que un tal Torra, su criatura, nunca existió.
Anoche, en un debate que dio la medida de cómo está el nivel, la representante de la CUP pidió tres o cuatro tsunamis democráticos a falta de uno, Aragonés pidió un cordón sanitario a Vox además del cordón sanitario a Illa... la señora Borrás hizo un juego de palabras facilón sobre el ex ministro y el candidato del PP le exigió a Illa que se cubriera la boca o se hiciera un test allí mismo.
Lástima que Illa no recogiera el guante y se metiera allí mismo el bastoncillo porque habría procurado al debate un elemento de suspense que lo habría reanimado. Qué iba a hacer Illa, el hombre apagado, sino aprovechar la coyuntura y soltar su propio eslogan.
El domingo se examinan estos candidatos. Y en realidad se examinan Sánchez, Iglesias, Casado, Arrimadas, Abascal, Junqueras, Puigdemont y Artur Mas. Y Ada Colau.
Por enésimo día consecutivo, el gobierno de coalición que rige la España en estado de alarma dedicó la jornada a exhibir, ¿cómo era aquello que decía Sánchez cuando lo fabricó?, eso, que habla siempre con una sola palabra.
Y es verdad: es un gobierno que habla siempre con una palabra. La palabra gallinero.
Hasta ahora había habido más que voces, vocerío sobre una lista interminable de asuntos en los que la palabra del sector PSOE era contraria a la palabra del sector Podemos (de la ley de libertad sexual a los alquileres pasando por el código penal y las pensiones), pero esta semana se dio el paso definitivo de discutir en público si la condena de Junqueras es la prueba de que la democracia española es una filfa o si lo que ha quedado probado es que el vicepresidente del gobierno ignora en qué consiste la democracia plena.
Cada vez que un ministro ha dicho esta semana que por supuesto que la democracia española es plena ha venido a decir que el vicepresidente del gobierno al que pertenecen está intoxicando a los ciudadanos con una mentira.
El resumen del gallinero de esta semana es que la mayoría de los ministros achacan a su vicepresidente la difusión de fake news mientras el presidente finge que nada de esto está pasando. Y que un vicepresidente pregonando que en su país hay presos políticos y disidentes exiliados no tiene coste alguno para la reputación exterior de España.
En el mundo imaginario de Pablo Iglesias, los líderes de opinión se ofenden porque él dice la puñetera verdad... pero no consta que ninguno de los periodistas que él ha citado se haya mostrado ofendido por su proclama del lunes en el diario Ara, ninguno, pero como a él le habría venido bien que lo hicieran pues se monta él mismo su película: el valeroso profeta de la verdad al que los medios de comunicación temen por decirla. Es un remake, porque esta película ya la hemos visto. Tenía como protagonista a Donald Trump.
A Iglesias hay que reconocerle que domina todos los trucos del polemista triler. El truco argumental más burdo que utilizó ayer es éste: si me critican es que tengo razón.
Si me critican, es que tengo razón. Y si me dan la razón, es que tengo razón. En el mundo de Iglesias, pase lo que pase, él siempre está en lo cierto. Nadie ha acreditado mayor habilidad que la suya para deformar los debates que él mismo genera. El origen de toda esta historia, acuérdese, fue que el vicepresidente le dio la razón a un ministro ruso.
Pero... ahora reformula el debate a su medida y mete en lo de la calidad democrática la renovación pendiente del Consejo del Poder Judicial o la expatriación del rey Juan Carlos.
Para, Pablo, para. ¿Has dicho huido? ¿Por irse del país? Será exiliado. Exiliado como Puigdemont, ¿no? El Rey ha huido, y es intolerable, pero Puigdemont es un perseguido y hay que llorarle. Aunque tenga un juicio pendiente al que no quiere presentarse. El vicepresidente y sus portavoces proclaman ahora que lo que él dijo es que a España le queda mucho por avanzar en valores democráticos. (En los valores democráticos tal como entienden la democracia y los valores en casa Iglesias Montero). Que no, hombre, que no. Lo que él dijo es que no es democrático que a Junqueras lo hayan juzgado y que Puigdemont está en Bruselas por culpa del Estado.
Lo que se le ha criticado a Iglesias no es que opine, es que mienta. Porque tan democrático es juzgar, y hacer pagar, a quien promueve una sedición como querer juzgar, y hacer pagar, al que se fugó para no presentarse en el juzgado. Todo lo demás es quincalla argumental.
El debate no ha sido si la democracia española es mejorable. Si acaso el siguiente debate debería ser qué entienden los Iglesias Montero por mejorarla. No parece que pueda considerarse una mejora garantizar impunidad al gobernante que impone su voluntad por encima de las leyes, que es exactamente lo que hicieron Puigdemont y Junqueras.
Y por cierto, la doctrina sobre las críticas que ayer predicaba el vicepresidente aplíquesela él mismo. Cada vez que él, o Echenique, o La voz de Galapagar, critican (más bien, atacan) a periodistas que informan sobre asuntos judiciales en los que está incurso alguien de Podemos ya sabemos por qué es.
Tomemos nota. Cuando Podemos critica a un periodista es porque lo que ha dicho es verdad.