Monólogo de Alsina: "Estuvimos ciegos ante los signos de una epidemia que llevaba ya un mes en España"
Diario de la pandemia. Veinticuatro de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás. Si eres madre, o padre, de niño cautivo, te quedan menos cuarenta y ocho horas para quedarte sin coartada.
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Madrid | 24.04.2020 08:22
Ya están todos enterados de que tienen permiso de Pablo Iglesias para salir una hora a tomar el aire llevándose sus juguetes con ellos. Se avecina tormenta en los hogares. Hay críos que tienen toneladas de juguetes en su cuarto y pretenden bajárselos todos a la calle.
No se me enfaden los niños, que no me están escuchando, pero me los imagino haciendo guardia, el cuerpo pegado a la puerta, acariciándola, y suspirando por el momento en que el padre o la madre diga: ‘nos vamos’.
O no. Recuerdo que una de las primeras cosas que anotamos en este Diario de la Pandemia, hace seis semanas, nos la contó una geriatra. ‘Hablamos’, me dijo, ‘de los mayores, los abuelos, como si fueran todos iguales, pero la edad que tiene una persona es sólo uno de los rasgos que la conforman. Hay ancianos de ochenta y muchos que parece que tuvieran setenta y al revés, hay personas que no han cumplido los setenta pero dependen de otras para casi todo’. Me he acordado porque creo que con los niños nos está pasando lo mismo. Que hablamos de ellos como si todos fueran iguales. Tener siete años, o doce, o catorce, no significa que estés llevando el confinamiento de una determinada manera.
Miguel, por ejemplo, tiene dos hijas. Quince y ocho años. La mayor lleva tan bien lo de no salir de casa que el padre teme que se haga hikikomori, que he tenido que mirar lo que es porque no me sonaba. Son jóvenes, o adolescentes, que pasan tanto tiempo en su habitación con la tableta o el portátil que acaban perdiendo el contacto físico con los demás. La pequeña es al revés, un torbellino que siempre se lo pasó mejor en la calle. Al padre le preocupan los cambios de humor que tiene ahora, tan irritable. Pero mira lo que pasó hace una semana: para darle una alegría, Miguel le dijo a la pequeña: ‘acompáñame a tirar la basura, que son cuatro pasos’. Ella se puso muy contenta, agarró los guantes, la mascarilla, abrió la puerta... pero en cuanto pisó el primer escalón se quedó paralizada y no quiso seguir. Ataque de ansiedad. Hubo que volver para dentro. ‘Me temo’, dice Miguel, ‘que la salud emocional de los más pequeños va ser un daño colateral que los padres vamos a tener que estudiar y entender cómo afrontarlo’.
Anoche le escuché a Juanra Lucas decir que Pablo Iglesias se va a llevar mejor con los niños que con los jueces. Me produjo una sensación extraña escuchar al vicepresidente del gobierno dirigirse directamente a los niños. Sé que es una tontería, pero me pareció que puenteaba a los padres. Con su mejor intención, no lo dudo. La de empatizar con los pequeños cautivos como empatiza con quienes viven en casas sin balcón. Y con los ancianos de las residencias, imagino. Que siguen esperando, imagino, que los gobernantes se dirijan también a ellos, directamente, para explicarles qué ha pasado. A ellos, a sus cuidadores y a sus familias.
Ayer contamos el estudio del Instituto Carlos III que dice que el coronavirus ya habitaba entre nosotros (o en rigor, en algunos de nosotros) a comienzos de febrero. Estaba aquí, pero no lo detectamos. Teníamos vuelos directos con China, tenían ya casos confirmados en Francia y Alemania, pero debieron de pasar por gripes comunes lo que eran los primeros contagios. El rastro del covid en España revela que hubo varias vías de entrada al país y que no cabe hablar, por tanto, como en Italia o como en tantos otros sitios, de un paciente cero.
Éste fue, seguramente, uno de los primeros fallos. No se había activado un protocolo de detección lo bastante fino como para encender la alarma. Creíamos que no había casos y los había. He rescatado esta crónica de El País, cinco de febrero. Habla de cómo la gripe ha colapsado las urgencias hospitalarias. Y publica una foto de los boxes del Doce de Octubre con pacientes por todas partes. Mira lo que dice Pedro Carmona, un paciente que fue con su mujer y su suegra: ‘La sala de urgencias parecía una escena bélica, pacientes en sillas con goteros puestos, gente tosiendo por todas partes, niños corriendo’. Cuántas de aquellas eran gripes y cuántas, lo nuevo.
Quizá recuerdas que el primer fallecimiento por coronavirus en España se anunció el tres de marzo. Pero el paciente había fallecido el 13 de febrero. Recuerdo contar lo de la necropsia que se había hecho em Valencia en busca de neumonías cuyo origen no había sido, en su momento, esclarecido. Ya aquel día comentamos que si el paciente murió un 13 de febrero, el contagio debió de producirse a finales de enero. Y en España, porque no constaba que el hombre hubiera viajado a ningún sitio. Viéndolo con los ojos de ahora, que el 3 de marzo se supiera que el coronavirus estaba aquí desde un mes antes debió haber llevado a aplicar ya las medidas que llegaron diez días después. Viéndolo con los ojos de ahora, no sólo estuvimos lentos. Estuvimos ciegos ante los signos que teníamos de que la epidemia, aquí, llevaba un mes avanzando.
Hoy lo que queremos escuchar es que retrocede. No sólo que frena. Cada mediodía esperamos oír que hay más curados en las últimas 24 horas que nuevos diagnosticados. Pero ese día aún no llega. Está siendo una semana decepcionante porque la curva se ha vuelto a hacer meseta y no baja. Más de cuatrocientos fallecidos al día. La puñetera curva se nos está resistiendo.
Hasta ayer eran los niños los que presionaban telepáticamente a Pero Chánches para que les dejara salir a tomar el aire. Hoy son los mayores muy mayores los que piden que se le de cuartelillo alegando que ya saben lo que hay y se cuidarán ellos de no contagiarse.
Informo a Leonor, una oyente, de que el ministro Illa dijo ayer que está en ello. Habrá medidas de alivio para los más mayores. Y si tenemos suerte, esta vez lo pensarán todo bien primero y lo explicarán después para evitarnos a todos un carajal que no procede. La Leonor que sí es princesa ha grabado un vídeo. Con su hermana Sofía.
Me han escrito varios técnicos de rayos que comparten la impresión de que reparamos poco en ellos. O que sabemos poco. Están en primera línea, como los médicos de urgencias y las enfermeras. Siempre que entra un paciente con problemas serios, se les hace radiografía de tórac, o un TAC. Y ahí están los técnicos de rayos, tratando directamente con los enfermos y no siempre con las medidas de protección adecuadas.
Luicira nos escucha en Caracas. Dice que es como recibir la visita de un amigo que viene de otro país y le habla de los que aquí vivimos. Le ha gustado una frase que apuntamos hace unos días: ‘Tambalearse no es caer, es digerir lo que nos pasa’. Ella y su marido habían decidido separarse a primeros de año, pero llegó el confinamiento cuando aún compartían casa y así siguen: durmiendo en habitaciones diferentes y aprendiendo. A tratarse con respeto y con cariño en una convivencia tan anómala como ésta. ‘Quizá la separación se convierta en una buena amistad’, escribe Luicira, que estará escuchando esto cuando aquí sea la hora de comer. Es lo que tiene madrugar en Caracas.
El hermano de Daniel es uno de esos que oyentes que confiesa que el Facciamo al principio, qué quieres, no le parecía una canción muy aprovechable (como a Montano). Pero dice que al tercer Diario de la Pandemia, y como estamos todos encerrados y moñas, ya estaba enviciado. Es el verbo que él utiliza, enviciado. Tanto que ha liado a su hermano, que es quien sabe tocar la guitarra, para hacer una versión en castellano.
A Javier, que es gaditano, la cuarentena le tiene confinado en Holanda, que es donde trabaja. Teletrabaja, porque cumple ocho semanas sin moverse de casa. En Cádiz tiene una familia que ríete de ‘Con ocho basta’. Ellos son once hermanos, once sobrinos (el duocécimo de camino) y al frente de la saga, los padres, ochenta años cada uno. Desde Holanda describe así Javier el hogar que añora: ‘Un remanso de paz, el patio con las macetas y la flores y un gran limonero lunero en el centro’. Los padres, que son también los abuelos, son muy de hacer ejercicio. Estos días dan tantas vueltas al patio que lo tienen medido en pasos: diez, quince, diez, quince. La madre usa un procedimiento innovador para medir lo que anda: cada vez que completa una vuelta mete una canica en un cubilete. Cuando se le acaban las canicas, es que ha hecho un kilómetro. Y entonces descansa un rato y se pone a dar pedales en la bicicleta estática. Once partos. Y ahí la tienes, .
Damos la bienvenida a Valentina, que nació el miércoles. Hija de Paloma. Me lo ha contado Mariana. Son cuatro amigas desde que iban al colegio que han sido todas madres en los últimos veinte meses. El de Valentina ha sido el embarazo más difícil porque a la diabetes se añadió que venía mal colocada y que la madre dio positivo en coronavirus. Pero superó la enfermedad, superó la cesárea y aquí está Valentina recién llegada.
Damos la bienvenida a Rafael, que cumple ya ¡una semana de vida! en Nueva Jersey, Estados Unidos. Envía foto su madre, Clara, que ya va por el tercero. Y que nos contó hace semanas que lo estaba pasando mal porque ella, que tiene a toda la familia aquí, se empeñaba en decirle a todo el mundo que se tomaran en serio lo del coronavirus y nadie hacía caso. ‘No es que yo fuera más lista que nadie, es que veía que iba a pasar aquí lo mismo que en España’. Y, en efecto, ha pasado. Pero a Rafael se le ve muy guapo, con su gorro blanco y envuelto como una croqueta en una manta, y eso es lo que ahora más importa. Y además, como está recién nacido, ni bufa para que le dejen salir a dar paseos ni nada.
Damos la bienvenida al compañero de trabajo de este oyente tan generoso que no sólo nos escucha desde primera hora sino que va reclutando oyentes nuevos para la causa.
El tema que ha grabado el compañero con su familia revela que tiene un chaval en casa con buenos pulmones.
Antes de cantar el Facciamo esta mañana, dos apuntes breves. Uno: hasta ahora recibíamos muchas maquetas grabadas por solistas. Ahora empiezan a proliferar los duos.
Y dos: noto que los niños empiezan a vacilarnos. Lo noto porque hacen ver que cantan en serio pero les sale una medio risa. Tengo tres ejemplos. El primero, Mateo.
¿Eh, ahí se reía un poco Mario? ¿De quién? Claramente de mí. O de sus padres, vete tú a saber. Segundo ejemplo, Pilar y Diego. Está el padre, tan amable, grabándome una nota en la que explica lo bien que cantan y pasa esto.
¿Necesitan o no salir un rato a airearse estas pequeñas criaturas? Ah, tercer ejemplo. Último ya. Se llama Dulce. Pero no se engañen.