Alsina reprocha la reacción de Sánchez a la sentencia contra el exfiscal general: "Un eterno remake"
El director de Más de uno ha analizado los puntos clave del escrito que condena a Álvaro García Ortiz contra el que ha cargado la plana mayor del Gobierno.
Madrid |
El respetado crítico cinematográfico Óscar López Águeda, que ejerce provisionalmente como ministro-polemista del gobierno de España y antes fue jefe de gabinete de Presidencia en los años de gloria de Paco Salazar, ese hombre, está al tanto, como estudioso que es de los guiones de Hollywood, de la vida y milagros de Dalton Trumbo.
Uno de los gigantes de la escritura para el cine, el guionista rojo -pero rojo de verdad, no como tanto izquierdista de camuflaje que hay ahora- que tenía una mesita en la bañera. Sobre la mesa colocaba su máquina de escribir y él se metía en al agua vestido únicamente con un vaso de whisky y un paquete de cigarrillos.
Trumbo sufrió la persecución por parte del poder político -nada que ver con los políticos que usan su poder para perseguir a sus críticos- y sufrió la cancelación cuando todavía no debía de haberse inventado ese concepto. No lo llamaban cancelación sino condena al ostracismo. O abuso de poder para hacerle la vida imposible a alguien e impedir que pudiera ganarse la vida.
En contra de lo que parece pensar el cinéfilo Óscar López Águeda, lo que hace grande un guion no es su creatividad, sino su solvencia. La calidad literaria y el talento para relatar una historia. Es natural que altos cargos interinos, entregados en cuerpo y alma a la construcción de relatos, procuren aprender de los maestros del relato cinematográfico, es verdad que con más voluntad que acierto. Dalton Trumbo publicó en 1939, cuando España sufría el desgarro de una guerra, la historia de un joven que se alista voluntario para combatir en la primera guerra mundial persuadido de que su país le necesita.
El joven entusiasta resulta herido gravemente en combate y se descubre a sí mismo inmóvil en la cama del hospital, inhabilitado para seguir haciendo su vida de siempre, baja en una guerra que ahora siente que no era suya.
El nombre del soldado que ve arruinada su vida es Joe, Joe Bonham. Aunque el título de la novela, y de la película que escribió Trumbo treinta años después, es 'Johnny cogió su fusil', réplica al eslogan militar con el que se animaba a los jóvenes a alistarse. Como sabe el estudioso del guion cinematográfico Óscar López Águeda, el pobre Joe, a solas con sus pensamientos y viendo el estado en que ha quedado, se hace a sí mismo la pregunta que bien podría hacerse un fiscal general: "Oh, Joe, ¿por qué diablos te metiste en este lío? No era tu pelea, Joe. Este no era sitio para ti. Esta no era guerra para ti. ¿Qué interés tenías en salvar la democracia y salvar el mundo?"
El Tribunal Supremo de España, integrado por los juristas más veteranos y experimentados del país, difundió ayer la sentencia que explica por qué considera probado que el fiscal general García Ortiz quebrantó el deber que tenía de mantener la reserva sobre datos a los que tenía acceso solo por tener el cargo que tenía y cuya difusión afectaba al derecho de defensa de un investigado por fraude fiscal.
Se difundió la sentencia, que señala que el propio fiscal general confirmó la quiebra de esa reserva cuando expuso cómo él, personalmente, dictó pasajes de correos confidenciales a una periodista subordinada suya para que los difundiera, y se difundió el voto discrepante de dos de los siete magistrados, dos magistradas en este caso que valoran de forma diferente a la mayoría las pruebas y entienden que el fiscal general, por falta de pruebas incriminatorias, debería haber sido absuelto. No hubo sorpresas en los fundamentos alegados por el tribunal y tampoco en las alegaciones de quienes discrepan.
La sentencia tiene doscientos cuarenta folios. Se difundió cerca de la una de la tarde. Media hora después, el ministro-polemista Óscar López ya era capaz de despreciarla al tiempo que admitía que no la había leído, pleno al quince.
El agotador esfuerzo de tener que ser todos los días ocurrente. A continuación hizo el ministro una sinopsis de la sentencia que refleja malamente lo que la sentencia dice -qué más dará, si sólo es un ministro, ¿verdad?-. Casi a la vez que López se tiraba a la bañera, sin el talento relator de Dalton Trumbo, su colega portavoz Pilar Alegría alegaba, precisamente, que aún no había tenido tiempo de leer la sentencia para evitar valorarla, bien hecho.
El agotador esfuerzo de tener que ser todos los días ocurrente
Sí, me corrijo. No es que a ella no la hubiera leído, la ministra utilizaba con propiedad el plural porque eran otros, en realidad, quienes aún no le habían instruido sobre lo que tocaba decir. Su jefe el presidente-mitinero, como predicó muchas horas después ante público cautivo, ya había tenido tiempo de afinar un argumentario.
De ahí que sorprendiera la dejadez con la que se limitó a repetir los mismos estribillos que viene entonando antes de que el fiscal general fuera imputado, antes de que fuera procesado, después de serlo, después de ser juzgado y después de haberse emitido el fallo. Lo de Sánchez empieza a ser un eterno remake, mítines en redifusión.
Bueno, era un mítin, ya le digo. Que se diferencia de los discursos oficiales del presidente en el tonillo que le pone, porque decir, dice exactamente lo mismo siempre: Ayuso, Ayuso, Feijóo, Ayuso, Ayuso, Ayuso, Casado, Ayuso, Ayuso, Ayuso… En realidad, lo más interesante que dijo ayer el gobierno sobre la sentencia es esto otro de Óscar López.
Eso es, ya está. Que significa que el gobierno renuncia a seguir utilizando este asunto como motor de movilización de los progresistas del mundo mundial. Los ánimos movilizadores se han enfriado y es natural. Yolanda Díaz se pasó cinco días instando a los españoles a salir a la calle y no salieron ni los votantes de Sumar.
El secreto profesional es un derecho pero no un deber
Más allá del fiscal general, hay dos aspectos interesantes en los que el tribunal se ha querido fijar.
- Uno, la naturalidad con que la defensa del acusado expuso, para defenderse, que hasta seiscientas personas tuvieron acceso a las conversaciones reservadas entre el abogado Neira y el fiscal Salto. Poca reserva parece si una multitud puede verlo alegremente. Sobrevoló el juico la incómoda sensación de que los fiscales de alto rango hablaban de las filtraciones como si fueran el pan suyo de cada día, la fiscalía como una máquina de filtrar.
- Y el otro aspecto es el de los periodistas. El famoso secreto profesional. Ahí ha echado el resto el tribunal proclamando lo sagrado que es este derecho de y lo absolutamente blindado que está en nuestra legislación. Podría ser que los jueces, lectores de prensa, hayan sentido la necesidad de refutar columnas de periódicos que los han acusado de poner bajo sospecha a los periodistas declarantes y al periodismo en general. No es eso, no es eso, dice el tribunal, es solo que el periodista tiene un derecho que otros testigos no tienen -los fiscales, por ejemplo-, el derecho a callar, a no responder, a usar la vía legal de escape de que disponen para proteger (y seguir disponiendo) de las fuentes en que se abastecen. Las fuentes reveladas se secan.
Decidirá en conciencia ahora si revela quién se lo filtró, para refutar al Supremo
El secreto profesional es un derecho, pero no es un deber legal. Ético, o deontológico, cada periodista valorará. Hoy, de hecho, el famoso dilema moral del que se habló en el juicio cobra sentido: aquel periodista a quien le haya filtrado ese correo una persona que ni sea ni dependa del fiscal general, decidirá en conciencia ahora si revela quién se lo filtró, para refutar al Supremo, o lo deja estar. A costa de ver condenado a quien nada filtró. Cada uno asume lo que sabe y lo que hace.