Monólogo de Alsina

Alsina sobre la amenaza de Santos Cerdán al senador del PSOE: "Él, desenmascarado, ya solo aspira a ser temido"

El presentador de Más de uno ha destacado la desorientación del exsecretario de Organización del Partido Socialista, el cual aseguró en su defensa que toda la trama es un complot urdido contra su figura.

Carlos Alsina

Madrid |

Déjenme que les cuente una historia, que es muy corta, ya verán. Esta la escribió Giovanni Papini hace cien años. "Vagué por la ciudad tratando de saber quién era, y todos me miraban mal. Fui a casa de quienes habían estado conmigo en la hora de la fiesta y uno no estaba, otro no me dejó entrar, el tercero me echó y el cuarto quería llamar a la policía. Todas fueron visitas inútiles porque nadie admitía conocerme. Desprovisto del disfraz y de la máscara, yo era un perfecto desconocido".

El cuento se titula 'El hombre que se perdió a sí mismo' y narra, cincuenta años antes de su nacimiento, la historia de Santos Cerdán. No, es broma. Narra la historia de un hombre que asiste a una fiesta en la que todo el mundo lleva máscara -un poco Kubrik pero sin sexo-. En un momento dado, y sin darse cuenta, al hombre se le cae la máscara. Y al mirarse al espejo, ya desenmascarado, no sabe quién es ése al que está viendo.

No se reconoce. Acude a sus compañeros de juerga para que le asistan, pero ninguno quiere saber nada. Y solo al final del cuento, perdón por el spoiler, cuando va a objetos perdidos y recupera su máscara, se la pone, se mira al espejo y sabe a ciencia cierta quién era, qué hizo y dónde encaja.

Santos Cerdán León es un hombre español de cincuenta y seis años que no sabe quién es. Ha intentado ayudarle la fiscalía, ha intentado ayudarle un juez del Supremo, ha intentado ayudarle la UCO pero no hay manera. Por más detalles que le dan de su vida y milagros -de Milagro, en Navarra, a Bruselas y a Suiza pasando por el ático de Chamberí que le pagaba Servinabar- este hombre es incapaz de identificarse a sí mismo.

Ayer se personó en el Senado, sin alcanzar a entender por qué había sido convocado, imagino, preguntándose quién era ese ex secretario de organización presuntamente corrupto, y recientemente excarcelado, del que le hablaban. Y por qué le hacían a él tantas preguntas que solo podría contestar el otro.

Más que una sesión parlamentaria fue una sesión clínica. Los senadores, como el juez, como el fiscal, como la UCO, se esforzaban en ayudarle: mire este contrato, es su firma; mire esta foto en Marruecos, es su cara; mire a esta señora, es su fontanera. Pero él seguía perdido. No se reconoce en las grabaciones, no se reconoce en los indicios, no se reconoce en los titulares de prensa, no se reconoce en el traje que le hizo su padre político, el doctor Sánchez.

Crónica de un hombre perdido en el Senado. Qué pena no tener a Oliver Sacks a mano. Oliver Sacks el neurólogo y escritor, o escritor antes de neurólogo, ahora que se ha conocido que cayó, como buen escritor, en la dulce tentación de adornar sus historias clínicas para hacerlas un poco menos clínicas y aún mejores historias.

Si él escribió aquella titulada 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero', ayer podría haber escrito 'El secretario de organización que se confundió a sí mismo con un perchero' (del que colgar todas la teorías conspirativas que utiliza para cubrirse más que el torso, el trasero, ahora que han sido desnudados por la UCO sus gastos y algunos de sus ingresos, presuntamente).

El secretario de organización que se confundió a sí mismo con un perchero

Esto del golpe judicial lo dijo citando un artículo de opinión del magistrado Martín Pallín en el que éste, por cierto, no dice ni media palabra sobre el caso Koldo o caso Ábalos o caso Cerdán. Pero envolverse en banderas ajenas es otra forma de distraer la desnudez propia.

Envolverse en banderas ajenas es otra forma de distraer la desnudez propia

Según el árbol caído Cerdán, todo lo que hay contra él son los audios de Koldo (de la tarjeta de Servinabar y su interés por ir de empotrado en un viaje del ministerio de Fomento a Marruecos no fue capaz de aportar nada en su descargo). Todo lo que hay son los audios, que él, de manera neutral y desinteresada, declara falsos y todo lo que hay es una conjura del Estado profundo -evitar llamarlo las cloacas para que no se confunda con Liere y la munición villareja, supongo- que le ha elegido como víctima propiciatoria por haber provisto a España de un gobierno de coalición progresista, tócate las narices.

Porque en los ratos en que el compareciente alcanzaba, fugazmente, a reconocerse, reflejado, quizá, en la pantalla del portátil que llevó consigo y en el que llevaba escrito su pequeño mítin -el portátil abierto como atril y como parapeto o burladero (del verbo burlarse)-, en los ratos, digo, en que Cerdán alcanzaba a ponerse cara demostraba tenerla de hormigón armado.

En los ratos en que Cerdán alcanzaba a ponerse cara demostraba tenerla de hormigón armado

El hombre se ve a sí mismo como el artífice verdadero de la legislatura, el arquitecto, como le dijo al juez, el socorrista providencial que salvó al gobierno de coalición de ahogarse agarrándole al cuello un flotador de madera marca Puigdemont. Es por eso, entiéndalo, por lo que está siendo demolido a base de audios guionizados, contratos que nunca existieron e ingresos que nunca tuvo.

Le faltó negar tres veces a Antxón, el compadre, y negar que haya pisado nunca una calle de Madrid llamada Hilarión Eslava. El hombre perdido es víctima de una represalia: el Estado profundo lo castiga por haber logrado que Puigdemont le firmara un pacto. Dónde está la policía anti bulos cuando se la necesita.

Desde la Soto del Real, que es la cárcel, se comprende el lapsus. El operario Cerdán, jefe de la fontanería ofical, se cree artífice de un pacto de investidura del que solo fue un testaferro. El acuerdo lo negociaron otros, lo cerraron otros y a él le tocó la misión que nadie quería de agarrar la mochilita y plantarse en Bruselas a dejarse fotografiar, subyugado, bajo la imagen de una urna gigante, es decir, del tributo a una sedición abortada.

Y tan a gustito, que diría Ortega Cano. Cerdán no era arquitecto sino soldado. Cerdán siempre fue un mandado. Justo por eso le embaraza tanto a Sánchez hacer creer que él nunca se enteró de nada. El mandado, eso hay que reconocérselo, tenía ya experiencia en el tráfico de favores -qué otra cosa fue el pacto de investidura que un intercambio de favores entre su patrón, el presidente reversible, y el fugado pendiente de juicio: impunidad por investidura, yo licito una amnistía y te la adjudico, sin concurso, tú me pagas siete votos como siete soles y de paso Cerdán puede seguir pagando con la tarjeta de Servinabar -ah, no, que el presidente de Antxón nunca supo nada, el presidente vivía en la Babia Alta, comarca mágica-).

Guantes de sede del senador socialista

Al senador socialista Alfonso Gil le correspondió la tarea de hacer preguntas a su antiguo capataz. Y eligió no hacer ninguna, no vaya a pensar Cerdán que además de repudiarle, defenestrarle y tratarle como a un corrupto de libro, está interesado el PSOE en ponerle en algún aprieto.

Hay que entender que Cerdán, a poco que haya conservado los guasaps que recibió de compañeros suyos de partido, altos compañeros, durante años y años, es visto como un hombre bomba. Y hay que entender que el senador Gil se pusiera, más que guantes de seda, el equipo de protección de los que usan los tedax cuando tienen que tratar con material explosivo. El capataz repudiado ya había dicho, sobre el abandono en que le han dejado sus compañeros, que prefiere estar solo que mal acompañado.

Qué buen ambiente entre ex colegas. Visto el daño que Cerdán le ha hecho al PSOE, según el PSOE, el reproche, más que ético, debería haber sido épico. Pero se arrugó el senador socialista ante el fontanero-jefe conspiranoico. El hombre que se perdió a sí mismo. Desprovisto del disfraz y la máscara, nadie quiere haberle conocido. Él, desenmascarado, ya solo aspira a ser temido.