Whatsapp acaba de anunciar su última novedad tecnológica. A partir de ahora van a poder enviarse mensajes de voz que desaparezcan nada más ser escuchados. Como en ‘Misión Imposible’. Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos. Esto ya podía hacerse con las fotos y los textos. Enviarlos para que nada más ser vistos o leídos desaparecieran. Ahora también van a poder enviarse audios efímeros en las notas de voz.
Meta, la dueña de Whatsapp, dice que será muy útil para leer los datos de la tarjeta de crédito a un amigo o planear una sorpresa, como ejemplo de casos para transmitir información confidencial. Hubiera estado feo que en la nota de prensa incluyeran instrucciones de uso para una infidelidad discreta: ofrecemos una nueva actualización por si está engañando a su pareja y quiere mandarle guarradas a su amante sin dejar rastro.
Allá cada uno con sus secretos. En realidad, no tenemos vidas tan interesantes. Lo peor de los audios no es el rastro que dejan. Es el tiempo que hacen perder. Las notas de voz son un invento perverso que ahorra tiempo al que las manda para hacérselo perder al que las recibe.
Lo más curioso de todo esto es que hayan tenido que inventar una nueva función para algo que ya existía desde hace mucho, mucho tiempo. Tanto como el teléfono en sí. Al fin y al cabo, usar el teléfono para decir algo efímero y que las palabras se las lleve el viento es para lo que servía el teléfono desde el siglo XX. Desde el XIX, incluso, que fue cuando Antonio Meucci, que no Graham Bell, construyó el primer prototipo del ‘telettrofono’.
En el siglo XXI está avanzando la tecnología que estamos a punto de inventar las llamadas telefónicas. Un inventazo, oye. Descolgar el aparato y llamar a alguien para poder hablar sin que nada se quede grabado en nigún sitio. ¡Y en tiempo real! Todo ventajas. Cualquier día inventamos el fijo.
¿Moraleja?
Lo de mandar mensajes de voz, no es progreso, es atroz