A la sucesión de conflictos cada vez más letales que se nos van acumulando, la invasión de Rusia en Ucrania, Israel con Hamás y Hezbolá, la guerra civil en Sudán… Se le suma la acumulación de discursos. La mayoría no cambian nada o casi nada. Hay que andar interpretando lo que dicen los líderes y, sobre todo, lo que no dicen.
Biden dio ayer su último discurso en la ONU. Habló de Ucrania, de Gaza y de Líbano, con mucha tibieza y pocos detalles. Culpó únicamente a Hamás y Hezbolá de todo el sufrimiento en Gaza y el Líbano y ni un toquecito le dio a Netanyahu. Le dio tiempo a hablar de la guerra de Vietnam, pero no de Afganistán. Al menos, no del apartheid que sufren las mujeres en este país desde que Estados Unidos abandonó a su suerte al país en manos de los talibanes hace tres años. Tres años ya.
Hay otro discurso, mucho menos tedioso que el de Biden, que sí se ha acordado de las mujeres afganas. Y de los gatos, las ardillas y los pájaros afganos. La actriz Meryl Streep ha puesto su voz en un acto en la sede de la ONU junto a un grupo de mujeres afganas para concienciar sobre sus derechos, mejor dicho, la falta de ellos.
Hoy en día en Afganistán una ardilla tiene más derechos que una niña porque los talibanes han cerrado los parques públicos a las mujeres y las niñas. Un pájaro puede cantar en Kabul, pero una niña no. Allí una gata tiene más libertades que una mujer. Una gata puede sentarse en la entrada de su casa y sentir el sol en la cara. Una mujer, no. Los talibanes han prohibido las voces de las mujeres en público; tampoco pueden mirar directamente a hombres. Las niñas tienen prohibido ir al colegio, las mujeres no pueden trabajar ni ir a la peluquería. Y como ya no quedan cosas que prohibirles a las mujeres afganas, hemos dejado de hablar de ellas.
¿Moraleja?
Cuando hablamos de conflictos y crímenes contra la humanidad, no olvidemos a las afganas viviendo esta barbaridad.