La historia de la subasta de la obra de Banksy "Girl With Red Ballon”
Durante la temporada que viví en Bethnal Green al Este de la ciudad, mi segunda dirección londinense, me sorprendía siempre, cada vez, la peregrinación de grupos y grupos de personas los fines de semana hasta la esquina de mi casa. Ritual sólo interrumpido en ocasiones por los sábados y domingos de intensa lluvia.
El motivo era Banksy. Una de sus piezas más famosas, una de 2007: “Yellow Line Flower Painter”, en la esquina de Pollard Street. En ella, un pintor, encargado de dibujar la doble línea amarilla de prohibido estacionar, aparece sentado sobre su lata de pintura amarilla, rodillo en mano, mirando desafiante tras haber transgredido la norma y haber elevado la doble línea amarilla hacia la pared para pintar con ellas una enorme flor de unos tres metros de alto.
Las autoridades del distrito de Tower Hamlets borraron pronto las líneas pintadas sobre la acera dejando lo demás. Con el tiempo, el pintor desapareció, pero -al menos cuando viví allí- la flor quedó casi intacta.
En aquella época tuve compañeros de piso de varias nacionalidades que rotaban como la presidencia europea, un contrato de alquiler fraudulento con una agencia pirata y un Banksy en la esquina de mi casa.
Banksy ha vuelto a ser noticia este fin de semana. Lo habría sido de todas formas. La conocida casa Sotheby’s de Londres subastaba una versión en lienzo de "Girl With Red Ballon” ("la chica del globo rojo"), una de sus creaciones más icónicas. Está por todas partes, en imanes a una 1,50 libras en tiendas de souvenirs en el West End, impresa en bolsas de tela en el mercado de Portobello, o en camisetas ‘oversize' en Camden Town.
Originalmente apareció en 2006 en Great Eastern Street, de nuevo al Este de Londres. Las fachadas de Shoreditch y Old Street fueron durante años el lienzo urbano predilecto de este artista, de identidad desconocida, nacido en Bristol.
Decía que habría sido noticia de todas formas porque esta pieza alcanzó el millón de libras en la subasta del pasado viernes. El triple de lo esperado. La compra se cerró por teléfono. Un millón de libras y “Going, going, gone” (se va, se va, se fue) como dice el maestro de ceremonias con el brazo en alto antes de dar el martillazo en el estrado.
Pero tras los aplausos, los asistentes reparan en que suena una alarma. Sale del marco de la pintura. Y no es lo único que sale de ahí.
Se oyen gritos sordos de asombro a medida que la mitad inferior del lienzo se desliza bajo el marco, cortado en tiras.
Alex Branczik, director de arte contemporáneo de Sothebys, intenta sin éxito reclamar la atención mientras decenas de móviles graban la escena.
Dos operarios retiran el marco en el que, hace años y como cuenta el artista en su página web, Banksy había instalado un mecanismo con cuchillas, como una trituradora de documentos, por si alguna vez salía a subasta.
En los vídeos de los asistentes hay un caballero que se lleva la mano a la cabeza, en un gesto ambiguo que uno no sabe si es de alivio por no haber adquirido la pieza, o de todo lo contrario.
Porque, aquí está la clave del asunto. ¿Qué precio tiene ahora la obra? ¿Es un millón de libras excesivo para un lienzo parcialmente triturado? ¿O se ha llevado el comprador una ganga, lo que la casa de subastas dice ahora es "historia mundial del arte instantáneo"? Habrá quien, quizá con acierto, crea que la Sotheby’s estaba en el ajo.
No deja de ser curioso que lo que parece una audaz crítica al capitalismo, como en muchas otras de las obras de Banksy, al final pueda quedar reducido a una cuestión sobre en qué precio se tasa ahora una obra que no es sólo un lienzo, ni un marco triturador, ni el asombro de los asistenes, sino el instante mismo, la confusión, el desconcierto.
Entre tanto se aclaran, ¿he dicho ya que tuve un Banksy en la esquina de mi casa?