CON JAVIER CANCHO

Historia de Julio Cortázar

Era alérgico al ajo. Lo evitaba cuidadosamente en la comidas. Tenía que ver, bromeaba él, con la licantropía. Acostumbraba a dibujar espirales. Y le gustaban el jazz, París y sus paseos con la Maga.

Javier Cancho

Madrid | 04.03.2020 11:13

No recuerdo si lo leí, o me hablaron de un viaje que hizo Cortázar a una ciudad del sur. Un amigo le recomendó una vieja pensión acogedora. Suelo de madera, visillos blancos tenues. Pero no recordaba el nombre ni la calle. Así que le explicó cómo debía llegar desde una placita recoleta. Subir por una calle de suelos empedrados, hasta unas empinadas escaleras. Y entonces, girar a a izquierda hasta llegar a un callejón. Y allí mismo, un portal con algo de secreto y un timbre que sonaba como una vieja chicharra.

Llegó una noche lluviosa hasta la puerta. Y tal y como le habían indicado, tocó el timbre. El suelo de madera, los visillos hinchados por el viento. Y el espejo. Y sólo al día siguiente, ya de mañana, reparó en que se había equivocado. La plaza de la que partió no era la que su amigo le había indicado. De modo que aquella no era la calle ni la pensión era la misma. Pero, a donde había llegado también tenía algo de secreto. Porque la vida está, de algún modo oculto y persistente, regida por el azar.

Él fue el niño que leía demasiado. Hubo una temporada en que enfermó. Fiebres altas, flemas, ganglios.Y el descubrimiento precoz de la lectura. Libros de Verne, Wells, Dickens, Poe o Dumas. Leía tanto que su madre consultó al doctor. Y el médico -apoyado por el director de la escuela-, recomendó que le racionaran la lectura y que tomara más el sol en el jardín. Ese día -escribió muchos años más tarde- empezó a tener la certeza de que el mundo está lleno de idiotas.

Una tarde, a finales de 1946, fue donde estaba la revista de Forges que le recibió extrañamente afable. Le entregó el manuscrito de un cuento 'Casa Tomada' y le pidió su opinión. Borges le dijo que volviera diez días más tarde. Cuando regresó, Borges le explicó: en lugar de una opinión voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah.

Ya en París, un día, saliendo de una librería en Saint Germain, se encuentra con una mujer alta, delgada y con abrigo. Una joven que recuerda del barco en el que cruzó el océano. Y que le inspiraría su personaje más conocido. Días más tarde vuelven a encontrarse a la salida de un cine. Y poco después, en el Jardín de Luxemburgo. Y Cortázar, siempre atento a los azares del destino que rigen, misteriosos, la vida, vive todos esos encuentros como una señal. Salen juntos, pasean, ven un eclipse, y lloviendo, empapados los dos, él le presta su jersey.

En París, una vez, llegó a su casa, a visitarle, Carlos Fuentes. Y al abrirle la puerta, lo vio tan espigado, tan delgado y lampiño, y tan joven, que le dijo con guasa: ¡che, pibe! ¿podéis avisar a tu papá? Cortázar y Fuentes pasaron la tarde tomando vino y escuchando jazz.

Fue en la plaza mayor de Segovia cuando se le acercó un niño. Señor, ¿es usted Julio Cortázar? Sí, soy yo le respondió. ¿Puede firmarme el libro?…para mi papá usted es Dios? Cortázar miró al niño con complicidad, garabateó su firma y le dijo: toma, y decile a tu papá que Dios no existe.

Concepción radiofónica de la biografía ilustrada de Cortázar de los fabulosos Jesús Marchamalo y Marc Torices. ¡En Más de Uno!