#HistoriaD: El paciente J.D
Javier Cancho nos cuenta una historia ambientada en el Colegio de Medicina de la Universidad de Yale, en los años 30. Cuando dos científicos se encontraron con una cantidad glóbulos blancos sorprendentemente baja.
Año 1917. En el frente de batalla, en Bélgica, un soldado británico, desde una trinchera, con un periscopio, ve algo inquietante. Es una especie de nube acercándose.
Es de un color que va del amarillo al verdoso. Había un ligera brisa que soplaba en dirección a las trincheras británicas.
A los pocos minutos, el del periscopio y el resto de sus compañeros empezaron a percibir un olor picante. Cuando tenían la nube encima el color ya les pareció completamente dorado. Era un dorado brillante, intenso, a la vista y al olfato.
Era gas mostaza. Lo que vino después fueron unas ampollas dolorosas, y unas llagas nauseabundas. Unos cuantos empezaron a toser sangre. Las máscaras anti gas que les habían servido para protegerse del fosgeno, resultaron inútiles contra el gas pimienta.
La mostaza sulfurada puede ser absorbida a través de la piel. Ni siquiera si estás totalmente cubierto con ropa, ni siquiera así, estás completamente protegido. La muerte con gas pimienta puede tardar hasta seis semanas y llega en el transcurso de una de las agonías más horribles que se han descrito.
Fritz, su nombre era Friz Haber. Era químico y fue el creador del gas pimienta. La esposa del señor Haber se llamaba Clara. Y le rogó encarecidamente que dejara de trabajar con armas químicas. Pero, el químico le decía: querida mía, la muerte es la muerte, da igual cómo se inflija. Friz Haber llegó a denunciar a su esposa. La acusó de alta traición.
Una noche Clara cogió una pistola, salió al jardín y se pegó un tiro en el corazón. Aquella mujer formidable fue Clara Immerwahr.
Veinte años más tarde, en la Universidad de Yale, los investigadores Louis Goodman y Alfred Gilman, estaban examinando registros médicos de soldados que habían estado expuestos al gas pimienta.
De repente, repararon en algo llamativo: aquellas personas tenían una cantidad sorpresivamente baja de glóbulos blancos. Y ambos hicieron la misma relación: pensaron en el cáncer. El cáncer es resultado de mutaciones celulares. La célula empieza a dividirse de un modo incontrolable. Una de las células que es particularmente propensa a mutar es el leucocito, el glóbulo blanco.
Goodman y Gilman pensaron que si el gas mostaza podía destruir glóbulos blancos normales, quizás podía también destruir células malignas.
Hubo largas horas de laboratorio. Probaron primero con animales. Después con un paciente humano. Uno que recibió el nombre en clave de JD. JD. era un inmigrante polaco en EEUU, de algo más que 40 años, que trabajaba como obrero metalúrgico. Tenía un tumor enorme en la mandíbula, que no le permitía ni tragar ni dormir. Sobre él, los médicos no contemplaban ninguna esperanza.
Hace 80 años, en 1942 le pusieron la primera inyección de lo que llamaron químico linfocida sintético. Era mostaza nitrogenada. En el expediente se anotó que se le había inoculado una sustancia llamada X. Porque todo era alto secreto. Para entonces, estaba en curso la Segunda Guerra Mundial.
JD mejoró enseguida. Empezó a dormir, y a ingerir alimento. Era la primera vez que se usaba una droga para tratar el cáncer. Era el principio de lo que hoy llamamos quimioterapia. Fue un momento destacado en la historia de la medicina.