#HistoriaD: "El doctor Livingstone, ¿supongo?"
Javier Cancho nos cuenta que Livingstone fue uno de aquellos hombres del siglo XIX que vivió sin fechas. Vivió sin horas. Se olvidó del tiempo, buscando las fuentes del Nilo. Habiendo sido el primer europeo en contemplar las cataratas Victoria, el formidable salto de agua del río Zambece.
Ciertas zonas de África resultaron legendariamente inaccesibles para los europeos. Eran los territorios de las tumbas del hombre blanco. La cantidad de misioneros que sucumbieron a la malaria, y a otras enfermedades, había conferido a esos lugares una aureola tenebrosa. Sin embargo, cuando se trataba de una expedición en la que iba el doctor Livingston, las malas noticias solían ser menos. Él, sobre el terreno, había aprendido que para tratar la malaria hacía falta mucha quinina.
Para la Historia, queda su mensaje contra la esclavitud
Livingstone habría muerto cien veces si no hubiera llevado grandes dosis de ese alcaloide, de sabor profundamente amargo. Sus anotaciones sobre la malaria fueron vitales para la medicina moderna. Para la Historia, queda su mensaje contra la esclavitud, en pleno siglo XIX. Para los curiosos -como nosotros- queda también ese otro episodio -no tan conocido- del doctor Livingston.
El doctor Livingston también fue atacado por un hipopótamo
Con las condiciones adecuadas, el rugido del león se puede escuchar hasta a 8 km de distancia. El rugido es su forma de comunicarse. Livingston escuchó un rugido pavoroso a menos de medio metro de su rastro por el león que le dejó malherido en Botsuana. Con aquel rugido el rey de la selva no se estaba disculpando.
El doctor Livingstone también fue atacado por un hipopótamo, cruzando el río Orange, que es es el segundo más caudaloso al sur de África, después del Zambeze. Atravesó ríos, cruzó el desierto del Kalahari. Fue de los primeros occidentales en recorrer la distancia entre el Atlántico y el Índico. Todo ello, antes de emprender la búsqueda de las fuentes del Nilo. Para ese propósito, su punto de partida fue la isla de Zanzíbar. El doctor llegó hasta las riberas del Tanganica. Cerca de ese lago, en Ujiji, en una remota aldea, en un rincón perdido entre los más de 30 millones de kilómetros cuadrados que hay en África es donde fue encontrado.
En su última expedición llevaba inmerso 6 años. Los tres últimos sin dar señales de vida. Henry Morton Stanley le encontró. Con audacia y con muchísima suerte. Quizá ya no seamos capaces de imaginar la enorme fortuna que tuvo. Stanley relataría después cómo fue aquel instante mítico de la historia de la exploración. Le halló pálido, parecía agotado, tenía unas grandes patillas y unos enormes bigotes grises. Llevaba una gorra azul con una cinta ya más descolorida que dorada. Vestía un chaleco. Los pantalones de cuadros. Stanley escribió: me habría arrojado corriendo a sus brazos… lo habría abrazado, pero no sabía cómo se lo tomaría. De modo que procedí según los dictados del falso orgullo: me acerqué despacio hasta él, me quité el sombrero y le dije: "El doctor Livingstone, supongo".