#HistoriaD: Una conmoción
Javier Cancho relata otra historia de la medicina. En concreto, esta trata de la terrible sorpresa que se llevó un estudiante de medicina que, al diseccionar un cadáver, se encontró con que el muerto era su mejor amigo.
Enya se levantó aquella mañana sin ninguna preocupación por lo que iba a hacer. Sabía que tenía que abrir un cuerpo humano. Tenía una clase práctica de anatomía.
Las regiones del cuerpo humano se organizan en diferentes planos, que se suceden desde la superficie, desde la piel…y hacia la profundidad, hacia los huesos y las articulaciones. Nos parecemos más a una cebolla que a cualquier escultura, porque somos una sucesión de capas.
Para diseccionar se precisa bisturí, pinzas y tijeras. Para evaluar la profundidad del corte es conveniente tensar la piel con dos dedos antes de proceder con la incisión. Para levantar la piel se coge y tracciona uno de sus ángulos con pinzas, mientras con el bisturí se corta su conexión con el tejido celular subcutáneo, que es un tejido de color amarillo por su contenido en grasa.
Enya sabía toda la teoría. Había visto cómo se hacía. Estaba al tanto de lo que iba a encontrarse: si es marrón, es músculo; si es blanco, es nervio; si es rosáceo, es arteria; y si es azulado y frágil, es una vena. Enya lo sabía. No le impresionaba lo que iba a aparecer cuerpo adentro. La parálisis fue por lo que se encontró fuera.
El estudiante de medicina salió corriendo de su clase de anatomía. Se fue llorando. Aquella no era una reacción aprensiva. El cadáver con el que debía trabajar ese día, el cuerpo que tenía delante, el rostro hierático que le revolcó el alma era el de su amigo Divine.
En aquel instante de conmoción, en su mente se entremezclaron la visión de los dos orificios de bala que tenía en el pecho con el cuerpo de su amigo en movimiento, sonriendo.
Con Divine solía ir a la disco. En el distrito de Cross River, en Nigeria, en la facultad de medicina de la Universidad de Calabar, se suele trabajar con cuerpos de personas con orificios de bala. Es la propia policía la que lleva los cadáveres al depósito, en unas cuantas ocasiones todavía ensangrentados.
Cuando recuperó un mínimo de equilibrio, Enya envió un mensaje a la familia de Divine, que había estado recorriendo varias comisarías en busca de su pariente. Alguien les había contado que el joven y tres amigos fueron arrestados por policías cuando regresaban de una noche de fiesta.
La familia finalmente logró recuperar su cuerpo. No hay donaciones de cuerpos en Nigeria. Más del 90% de los cadáveres utilizados en las escuelas de medicina de ese país, más del 90 por ciento, corresponde a personas que han muerto por disparos. El promedio de sus edades está entre los 20 y los 40 años, el 95% son hombres y tres de cada cuatro pertenecen a familias muy pobres.
Este caso que hoy les hemos contado sucedió hace ocho años. Desde entonces, y a pesar de lo ocurrido con Divine, poco ha cambiado. La brutalidad policial en Nigeria sigue siendo una constante.