CON JAVIER CANCHO

Historia de la mujer sin miedo

Hace siglos se decía que sólo hay algo más contagioso que la peste… el pánico.

Javier Cancho

Madrid | 09.10.2019 11:11

Imaginaos la siguiente situación. Imaginaos que podéis entrar dentro de la mente de una persona que está a punto de vivir una situación excepcional.

Es de noche. Vas de camino de casa, estás regresando del trabajo. Es bastante tarde y hace frío. Y el parque que tienes que atravesar para llegar al edificio donde vives está vacío, no se ve a nadie. Mientras caminas, piensas en lo que te vas a hacer de cena cuando llegues a casa. Quizá, algo rápido...un sándwich...o una ensalada. Estás pensando en eso cuando la música del campanario comienza a señalar la hora en punto.

Y es justo en ese momento cuando reparas en que apoyado en un banco, cerca de la salida de los jardines, hay alguien.

Parece un hombre. No se le ve bien, está en una zona de penumbra, donde apenas llega la luz de las farolas. Pero…por su corpulencia, sí es un hombre. Y percibes que te está mirando. Y ese hombre comienza a dirigir sus pasos hacia ti. Camina deprisa. Se acerca, ya le tienes casi encima. Lleva un cuchillo en la mano y en sus ojos ves una mirada desencajada.

Ese hombre te dice: si no haces lo que te digo: voy a rajarte, zorra. Y tú les dices: como hagas un sólo movimiento más…entonces, mi brazo derecho reunirá la energía necesaria para dejarte seco; descargándola justo en la intersección del hueso frontal y los dos huesos nasales de tu puñetero cráneo. Golpearé directamente entre los ojos de tu cara de capullo, causándote una muerte segura y dolorosa.

Desconcertado, aterrorizado, el hombre del cuchillo salió huyendo. Le entró pánico al comprender que la mujer a la que estaba amenazando no mostraba el más leve signo de temor, aquella era una mujer sin miedo.

Y desde luego que lo era. Sus pulsaciones latían al mismo ritmo que antes de que el reloj del campanario señalase la hora punto. Su estado de calma era el mismo que cuando se debatía entre el sándwich y la ensalada.

La mujer sin miedo padece -sin padecimiento- un síndrome llamado Urbach-Wiethe. Menos de 300 personas en todo el mundo tienen la incapacidad de sentir miedo. La mujer de esta historia fue sometida a un estudio neológico.

Le pusieron pelis de terror, la rodearon de serpientes y arañas, pero nada la inmutó. Los neurólogos en cambio sí abrieron los ojos de par en par al ver el estado de su amígdala: la parte con forma de almendra que tenemos en el cerebro se le había calcificado, porque la amígdala es la llave del miedo.

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