CON JAVIER CANCHO

Historia de cuando su tatarabuelo blanco violó a su tataranieta negra

Caroline Randall Williams explica en el New York Times que sus antepasadas negras eran propiedad de sus antepasados blancos. Y sus antepasados blancos violaron a sus antepasadas negras.

Javier Cancho

| 09.07.2020 11:54

Cuenta Caroline sobre sí misma que su negritud morena clara es el testimonio viviente de las reglas, las prácticas y las causas del Viego Sur de los Estados Unidos. El color de su piel, dice, es el rescoldo de un tiempo donde las mujeres negras eran violadas por los hombres blancos. Sucedió en el país de las libertades donde se abolió la esclavitud; pero, donde persistió la vieja actitud de dominio.

Para que haya experiencia ha de haber memoria. Porque cuando no se conserva la memoria suelen aparecer los embustes. En España también sucede. Hay etapas recientes como el franquismo represor y asesino o como e terror criminal de ETA, en España, sobre etapas recientes, ocurre que no se es del todo honesto con la memoria de lo que en verdad sucedió. Y de la importancia de ese tipo de recuerdos es de lo que escribe Caroline Randal Williams. Escribe sobre la necesidad de no sepultar hechos que fueron muy graves. Si la tocas a escondidas o sin querer, la memoria duele muchísimo más que los cardenales. Caroline considera que el problema está en quienes son incapaces de entender la diferencia entre reescribir y replantearse el pasad, porque no se trata de alterar la historia... se trata de la posibilidad de añadir nuevas perspectivas.

Recuerda Caroline que colocar a los soldados confederados como un símbolo más del heroísmo estadounidense es fundamentalmente inexacto.

Es inexacto porque los confederados, de hecho, combatieron a quienes crearon lo que hoy es Estados Unidos. Caroline llama la atención sobre un episodio de la historia que sólo es un ejemplo de lo que pasa en su país. Pero, sucede en todos los lugares: en ocasiones, las ideas, los ideales que se pretenden honrar ni siquiera son reales.

Caroline es hija de dos personas negras, nieta de cuatro personas negras, y bisnieta de ocho personas negras. Pero, si retrocedemos una generación más, el asunto se complica. Su tatarabuela fue una sirviente negra que fue violada por tu tatarabuelo que fue un señorito blanco. Los hombres blancos sureños, entre ellos su tatarabuelo, tomaron lo que querían de mujeres que no amaban, sobre las que tenían un poder absoluto y lo hicieron sin reconocer a sus hijos. Llegados a este punto podemos tratar de imaginar -como consuelo- los ejemplos edificantes de quienes no participaron de lo que la mayoría hacía. Aquellos hombres son la esencia de la dignidad que siempre puede encontrarse en las épocas oscuras. Lo son aquellos hombres y las mujeres que sobrevivieron a tanta aberración.

Dice Caroline que en el sur de Estados Unidos no hay un orgullo ignorante, es un orgullo desafiante. Pasa allí, y sucede en todos los lugares donde el nacionalismo se cocina a fuego lento. Haciéndose creer que sus causas están siempre justificadas más allá de cualquier reproche o anomalía, más allá de toda sensibilidad. Se habla de la tierra y el honor, de la autenticidad, o la nostalgia... obviándose los crímenes que en su nombre se cometieron.