Los cinco vivían juntos, pero el mayor acaba de independizarse. Khadim, el pequeño tiene 26 años y es imposible no fijarse en este muchacho musculoso de 1´93 de altura y sonrisa amplia. Habla mucho, tartamudea un poco, pero solo hay un momento en que se queda mudo: cuando recuerda el viaje en patera de sus hermanos. Ellos no hablan , pero él intuye que fue terrible y que el grito de pena de su madre debió recorrer miles de kilómetros.
Khadim tuvo más suerte, aterrizó en su nueva vida en avión. Allí era mecánico, aquí mantero. Allí ganaba bien el cuscús, aquí no. Pero su destino está decidido aunque solo sea por los 50 euros que envía cada mes a sus padres… sabe que el dinero no es limpio, vende ilegalmente, pero si no lo hace -se pregunta- de qué viviré, ¿y mis padres?… ¿cuántas baratijas tendrá que vender para subsistir? Él se encoge de hombros y añade: y para pagar multas. Por eso, cuando huele a policía huye como gato del agua. Él paga la mercancía por adelantado y si se la requisan se arruina. Por eso, Khadim paga las sanciones a plazos: 80, 100 euros… reza a Alá para que no haya jueces con multas mayores.
El producto del verano son las gafas. Las compra a dos euros y las vende a tres o cinco. A los turistas a algo más, 10 euros. Y estas son sus cuentas: la ayuda a los padres, cada mes son cinco gafas vendidas, el alquiler setenta.
Le entristece la muerte del compatriota de Salou y recuerda que un día, un policía le golpeó con su porra. Khadim , estuvo a un paso de devolverle el porrazo, pero cuentan las crónicas que entonces, la voz de su madre volvió a recorrer miles y miles de kilómetros y le susurró: “- hijo, pórtate bien”.