No se sabe que ocurrió, la verdad, pero la muchacha empezó a levantar los brazos, a sentir ahogo, a tragar agua, a gritar con desesperación. Unos socorristas intentaron sacarla del mar, pero el padre se lió a tortazos y a vociferar que antes muerta que impura, que tocada por extraños. Y cada vez era más violento y la niña, iba descendiendo los brazos y después la cabeza y no entendía porque nadie la sacaba del agua, se ahogaba hasta que desapareció. Y La madre en cuclillas llorando, levantando las manos, implorando a Alá y los labios ensangrentados, se mordía con furia y con rabia hacia ese hombre que acababa de llevar la desgracia a su casa.
-“¡Menos mal que había sido detenido!” en esta historia cavilaba Leila que pensaba que el dios de las mujeres se habría llevado a la niña o mejor, la diosa de las mujeres.
Y miró la luna, que estaba brillante y llena, muy llena como esos quesos redondos de cabra de su Tánger y se acordó de sus hijos, de sus nietos, del olor a especias del puesto de su padre y en esas estaba cuando se le sentaron en el banco de la plaza, Mariana y su hija Ginebra. Un nombre, Ginebra, que le pareció gracioso a la mora y que sería sacrílego en el Islam, porque le sonaba a bebida alcohólica.
Leila se moría de calor. Iba tapada de arriba abajo y solo se permitía llevar los pies al aire, pero la verdad, ese calor húmedo malagueño la tenía asfixiada.
De verdad que la luna estaba preciosa y ese, precisamente fue el motivo por el que cristianas y musulmana empezaron la cháchara. Mariana quiso saber cómo aguantaba tan velada con ese sofoco y la marroquí habló del respeto que produce el hiyab en los hombres. Y en ese momento cayó en la cuenta, de que ya no necesitaba ese respeto, ella se lo había ganado ya: viuda, con familia y con trabajo. Fue así como, por primera vez en su vida, sacó su vieja y larga melena de henna negra en público y Ginebra, la niña de siete años se embobó con un cuento de la mora. Y la madre la contrató con referencias, claro. Ahora, Leila no limpia casas ahora se ha hecho contadora de cuentos de princesas sin velos.