Pero el lunes acaba de comenzar y no conviene fiarse de Puigdemont y sus rasputines. El desarme del entusiasmo 'indepe' (lo de 'indepe' suena tan poco serio como parece) ha sucedido como estaba previsto: por una caída de fichas de serpentín a cámara lenta, que provoca más miedo. Todo lo que se practica o se siente despacio prolonga el placer o el susto. Este fin de semana hemos visto el fracaso de un ideal.
Aquel que una vez desmochado de músculo financiero no tiene más fuerza que el fru-frú de las soflamas de raza aparte. O sea, nada. O, como mucho, tiene conflictos pero muy poco dinero. Artur Mas lo advirtió en el 'Financial Times' al reconocer que Cataluña no está preparada para la independencia. Que es lo mismo que pedir cable con la sala de máquinas y que dejen al ralentí los motores. Bien está. Ahora lo conveniente, ya que parece que podría haber una pequeña opción de continuidad de unos y de otros en el mismo Estado (cosa deseable) es que no aparezcan los vitaminados de la patria a ondear cupos de vencedores y vencidos. Pues no se trata de eso. Esta vez, no.
Intentemos no confundir la Cultura con el culturismo. Hay que desprenderse de una vez de guiñapos como Puigdemont y Junqueras. Hay que no olvidar que Pujol y sus hijos siguen ahí y son parte contratante de este desastre, y además una familia unida por la corrupción que sopla en todas direcciones. Pero si de momento la fumarola independentista desaparece es porque gana la legalidad, el Estado de Derecho, las garantías constitucionales. Y habrá que volver a pensar en este país y en las reformas pendientes. Es decir, que no ha vencido ninguna patria, sino la sensatez común. Que es otra cosa. Y ahí sí debemos caber todos. Hasta la próxima.