Pasemos un buen dato: El legado de Banksy y Muelle es una invitación a encontrar belleza en lugares inesperados
Vuelve Natalia Hernández con su sección “Pasemos un buen dato”. Hoy hablamos de pintadas, graffitis y arte urbano.
Hace unos días en el barrio castizo de la Latina en Madrid, el albañil que estaba trabajando en la fachada de un inmueble a punto de ser derruido encontró una firma un tanto desgastada por el paso del tiempo y con restos de carteles encima, pero fácilmente reconocible. Tirabuzón acabado en flecha junto al símbolo de marca comercial registrada. No había duda: era un muelle.
El hallazgo es especialmente significativo. El autor de la firma estampada es Juan Carlos Argüello, el artista tras el pseudónimo de Muelle. El considerado el primer escritor de graffiti español e icono de la movida madrileña. Muelle decoró de forma sistemática con su característica marca carteles publicitarios, fachadas, muros enladrillados, el Metro… hasta dejó su huella en las desaparecidas cabinas telefónicas y buzones de correos. Vamos, que era imposible pasear por las calles de este Madrid de los primeros años de la democracia sin ver alguno de sus trabajos.
Pese a lo prolífica que fue su actividad creativa -lo suyo fue un bombardeo en toda regla- sólo se conservan unas pocas rúbricas de este autor porque el resto o bien ha sido borrado por las autoridades locales o directamente engullido por el progreso de la ciudad. En este caso, pese al mal estado de la pintada, las autoridades regionales han decidido restaurar la firma.
Sí, y aunque la forma en la que se hará la restauración no está clara del todo, sin duda, es un paso más en el reconocimiento de su legado. Antes de Muelle, el graffiti no existía, él creó escuela y abrió paso a muchos otros creadores… Aunque, claro, no todos en aquella España de la Transición entendían esta forma de expresión callejera.
Y eso que los graffitis han estado en nuestras paredes durante milenios. Los primeros conocidos datan de la época prehistórica. Las murallas romanas de Pompeya, cuando se revelaron en el siglo XVIII, resultaron tener una gran cantidad de nombres y mensajes lascivos grabados en las paredes. Y en el ágora de Esmirna servían como medio de expresión y testimonio social. Sin embargo, la cultura moderna del graffiti surgió en Filadelfia en la década de 1960, y se convirtió en una forma de arte en la ciudad de Nueva York en los 70. Richard Nixon ganó las elecciones, la crisis económica azotaba los bolsillos de los americanos y las protestas contra la Guerra de Vietnam tomaban fuerza.
En este contexto, nace el graffiti contemporáneo. Los jóvenes de barrios marginales usaron los vagones del metro de Nueva York como un lienzo en blanco en el que expresar su identidad y desafiar con colores y pintadas el orden establecido. Los primeros escritores Taki 183, Lee Quiñones, Lady Pink e incluso los maestros Jean Michel Basquiat o Keith Haring se movieron en la clandestinidad que les ofrecía la esfera subterránea.
Las autoridades se valieron de la Teoría de la ventana rota para perseguirlos. Ya saben, la que alude a la idea de que si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas por los vándalos.
Y aquí llegan los datos de esta historia. Los expertos estiman que la ciudad de Nueva York gastó alrededor de 500 millones de dólares entre 1970 y 1990 tratando de erradicar el bombardeo del graffiti. Una respuesta similar se dio por parte de otros consistorios. En Madrid, por ejemplo, una decidida Esperanza Aguirre al frente de la Consejería de Medio Ambiente en los años 90 se propuso de igual manera limpiar la capital.
Una cruzada que décadas después continúa. Hasta 6 millones dedica el Ayuntamiento de Madrid. El año pasado tuvieron que limpiar 560.000 metros cuadrados de pintadas. Renfe, informa de que, dedicó el año pasado unos 25 millones - 70.000 euros diarios- para el mismo fin. Sin embargo, la presión policial y judicial, lejos de suprimir esta forma de arte en EE.UU sirvió como catalizador para la innovación y la redefinición de sus límites.
Aquellos primeros grafiteros de Nueva York se vieron obligados a innovar y buscar nuevas formas de expresión, así que abandonaron las entrañas del metro para saltar a la gran ciudad. Las calles se convierten en su nuevo escenario, donde las paredes de los edificios, los puentes y los espacios abandonados ofrecen un sinfín de oportunidades. A medida que el movimiento crece también lo hace su diversidad de estilos y técnicas, desde el uso de plantillas y pegatinas hasta la experimentación con diferentes tipos de pinturas y herramientas.
A medida que más personas comenzaron a apreciar el valor artístico y el mensaje detrás del arte urbano, su aceptación como una forma legítima de arte creció. Pronto llegaron las exposiciones en galerías y museos, colaboraciones en publicidad, moda o diseño. Incluso, el reclamo de sus obras para la comunicación política de masas.
Shepard Fairey, conocido por sus estampaciones con el pseudónimo de Obey, creó el retrato del entonces senador Barack Obama en 2008 para apoyar su primera campaña presidencial. La ilustración política estadounidense más eficaz desde 'El tío Sam te quiere a ti'”.
Pero, si hay algo que agita el movimiento del arte urbano es Banksy. Revoluciona el panorama no solo por su nueva estética, sino porque su habilidad para permanecer en el anonimato crea un aura de misterio que no hace más que aumentar el interés en sus obras. Ha utilizado el humor y la ironía para fomentar una reflexión crítica sobre el capitalismo y la política. Y al mismo tiempo, son los más ricos del planeta los que se rifan sus obras. Tanto que hoy, es uno de los 20 artistas más cotizados del mundo. Aunque no sin que el propio Banksy intente criticarlo.
En plena subasta de la niña con un balón, ésta se autodestruyó en una declaración poderosa sobre la naturaleza efímera y anti-comercial del arte urbano. Los que solo tienen calderilla en el bolsillo van a la caza para preservar un pedazo de historia de arte contemporáneo, al menos en su móvil. Porque, sin duda, el legado de Banksy como el de Muelle en los 80, es una invitación a encontrar belleza en lugares inesperados. Aunque, no solo se trata de estética, también de la capacidad para comunicar, provocar y a veces impulsar el cambio social.