La carta de Ónega a la mujer de Todoque: "Lloras de impotencia. Como una viuda. Como un niño al despertar de una pesadilla".
La Carta de Fernando Ónega en La Brújula a la mujer que arrastraba con todas sus pertenencias entre lágrimas, en Todoque
Te escribo a ti, mujer palmera, vecina de Todoque, cuya foto he visto hoy en los periódicos en una furgoneta en la que salvas algunos de tus bienes de la tragedia del volcán. No sé tu nombre. No sé cuál es tu familia. Solo sé que te veo sola, como si fueses una feriante con su mercancía de mercadillo, y es tu propia vida la que llevas, tu cama supongo, tus sillas, tus utensilios de cocina, seguramente tus fotos, probablemente la escritura de propiedad de tu casa.
Ahora mismo, tu tesoro, qué digo, los despojos de tu tesoro, del tesoro de tu mínima propiedad, sin duda fruto del sudor de tu frente y la frente de los tuyos. Y sé algo más importante: eres una de los cientos, quién sabe si miles de personas que escapáis de la tragedia. Te dieron, como a todos, una hora, sesenta minutos, para recoger lo que más querías de tu hogar y lo llevas no sé a dónde, ignoro a qué refugio, sin saber cuál será su destino final.
Vas en esa furgoneta que es para ti como un cayuco con ruedas. Desde ayer eres inmigrante en tu propio pueblo. Exiliada en tu propia isla. Preguntándote dónde vas a dormir mañana, que comerás mañana, y al día siguiente y al otro, cuánta caridad necesitarás para sobrevivir. Y lloras, mujer. Lloras como todos tus vecinos. Lloras de impotencia. Lloras como una viuda. Lloras como un niño al despertar de una pesadilla.
Decía un poeta que en una manzana cabía todo el olor de su tierra. En tu rostro de profana dolorosa cabe todo el dolor y todo el llanto que imaginarnos podamos de la Isla Bonita. Es que es terrible. Nadie que no seas tú, nadie que no sean tus vecinos, y los vecinos de El Paso, Los Llanos, Fuencaliente, sabe lo que es ver cómo una casa es devorada por el monstruo de las bocas de fuego.
Nadie que no seas tú y tus vecinos sabe lo que es ver ese paisaje que fue del plátano y la viña, que fue de vuestra casa, convertido ahora en paisaje inhóspito y negro. Negro de luto y amargura. Negro del color de la desolación. Yo te saludo, mujer de la furgoneta y el llanto y saludo contigo a todas las personas de la caravana que huye del río de lava y busca un abrazo y no encuentra consuelo y se tiene que poner a buscar, a buscar otra vez un techo, otra vez un hogar, otra vez una ilusión de vivir.