La carta de Ónega a Beatriz Zimmermann, la madre de las niñas desaparecidas en Tenerife
Fernando Ónega dedica su carta de La Brújula a Beatriz Zimmermann, la madre de Olivia y Anna.
Y buenas noches, Beatriz Zimmerman. Le escribí el pasado 14 de mayo, también era un viernes, para intentar aproximarme a su angustia, en un esfuerzo, creo que inútil, de llevarle algún consuelo. Aquel día, va a cumplirse un mes, usted ya llevaba más de dos semanas sin Ana y sin Olivia. Pero sus mensajes decían que en el fondo de su corazón todavía le quedaba una mínima esperanza. En el mío también, Beatriz. Y aunque no hubiese razones, ni una sola razón para esa esperanza, la queríamos mantener porque no era imaginable tanta crueldad.
Usted pasó este mes y medio viviendo con sus niñas. Sus recuerdos eran sus vidas y ya serán para siempre sus vidas. Rescató sus vídeos y nos lo fue enseñando poco a poco, por si alguien las reconocía. Aquella noche le dije que había mucha gente rezando por usted y cuarenta millones de ojos que miraban a otras niñas por la calle por si fuesen Ana y Olivia. Ana y Olivia. Un año, seis años. Las hemos visto jugar, las hemos visto reír, las hemos visto felices en todos los telediarios.
Angelicales en su inocencia. Los ángeles, le decía aquella noche, los ángeles tienen que ser así. Nadie podía haberles puesto la mano encima. Nadie podía almacenar tanto odio. No podía existir nadie tan malnacido. Y ayer supimos que lo había, Beatriz. Existía ese odio. Existía esa necesidad de venganza. Existía ese criminal capaz de asesinar fríamente, calculadamente, a esas dos criaturas. Existía esa bestia. Y había sido durante años el amor de su vida. Mató a Olivia. Mató a Ana.
Seguro que se mató a sí mismo. Y la mató a usted, Beatriz, en otro crimen premeditado, calculado, pensado para hacerle a usted el mayor daño posible. Toda España, empezando por sus Reyes, toda Europa, gran parte del mundo, está conmovida por un hecho ante el que la palabra asesinato es poco expresiva, pero no hay palabras en el diccionario para definir tanto horror. Y ahora está usted esperando noticias de Ana, si es que le quedan fuerzas para esperar.
Y en su cabeza atormentada resuenan como los pasos de un fantasma las cinco palabras de la terrorífica sentencia: “No las volverás a ver”. Querida Beatriz: no tengo ánimo para decirle buenas noches. Solo lo tengo para decir que en su persona, en su alma de madre, se hacen verdad los versos de Miguel Hernández: “Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento”.