Territorio Negro: Operación Blackheart, en lo más oscuro de la red
Hay un territorio en la red, en Internet, que es negro, negrísimo. Un territorio en el que se pueden ver los más terribles abusos a niños y en el que, lo crean o no, miles de personas están conectadas, disfrutando. La policía mantiene a diario una lucha contra los moradores de esos territorios y en el espacio de hoy, hablaremos precisamente de uno de esos combates. De la obsesión de un policía por cazar a un pedófilo y de lo frustrante que puede resultar a veces esa batalla.
Queremos hablar primero de cómo se apatrulla –que diría Torrente– la red en busca de esos territorios negrísimos y de sus repugnantes moradores… Porque allí también hay patrullas policiales…
Afortunadamente, las hay. Y su trabajo es esencial. La pornografía infantil no está en sitios web abiertos. Uno no introduce en Google las palabras “pornografía infantil” y el buscador le lleva a enlaces de contenidos prohibidos. Naturalmente, esos sitios de Internet son oscuros, tienen muchos cerrojos y sus usuarios navegan en la clandestinidad. La pornografía infantil está alojada en lugares muy privados, por lo general redes de intercambios de archivos muy restringidas.
Es decir, los usuarios aficionados a esas imágenes ponen a disposición de otros usuarios su material, pero previa aceptación, y en redes que no están abiertas al público. Es decir, no están en emule o en alguna otra de las redes clásicas. No vamos a nombrarlas para dar pistas, pero los pedófilos saben bien de qué redes se trata.
Pero si son redes tan privadas, ¿cómo es posible que la policía acceda a ellas para patrullar por allí? Cuando se detiene a uno de estos delincuentes, se le intervienen todas las cuentas que tiene en Internet, incluidas las que dan acceso a estos lugares oscuros. Y la policía pide permiso al juez para usar esas cuentas durante un tiempo determinado. De esta manera, los agentes se infiltran en estas redes: pueden ver qué usuarios hay, qué tipo de material están compartiendo y abrir nuevas investigaciones. El problema es que a los policías les muerden pronto allí…
Es decir, les detectan… La legislación española no permite a los policías enviar archivos de contenido delictivo, ni siquiera con control judicial. Es decir, pueden estar en esos lugares privados, pero no pueden aportar fotos o imágenes de pornografía infantil y cuando los habituales de estos lugares ven que hay alguien que pasa demasiado tiempo ‘mirando’, sin aportar material, se mosquean, porque ya están resabiados y saben que puede tratarse de policías.
En otros países sí se permite la infiltración completa. Las policías y las agencias federales de Estados Unidos o Canadá tienen continuamente agentes infiltrados, undercovers, en la red que intercambian archivos para poder cazar a estos pedófilos. De hecho, nuestra policía ha podido hacer algunas grandes operaciones gracias a la información obtenida por estos encubiertos.
Es muy poco eficaz y un tanto hipócrita, usamos a undercovers de otros países pero no podemos usar los nuestros. En fin, con esa premisa vamos a ver cómo se desarrolló esta operación Blackheart, corazón negro, de la vamos a hablar hoy y que fue posible por la obsesión de un policía, de uno solo…
De él, de su grupo y de la colaboración de unos cuantos ciudadanos. Sus compañeros dicen que es un cabezón, pero sí, nosotros le vamos a llamar obsesión. Se trata de un oficial que trabaja desde hace años en uno de los grupos dedicados a la persecución de la pornografía infantil que tiene la Unidad de Investigación Tecnológica de la Policía.
Este oficial patrullaba a diario uno de estos lugares de intercambio de archivos y dio en febrero de 2013 con un usuario llamado Blackheart 2000. El tipo era de los más activos, se conectaba con frecuencia y compartía muchos archivos, sobre todo fotos, de pornografía infantil.
Bien, pero ese Blackheart podía estar intercambiando archivos prohibidos desde cualquier lugar del mundo.La policía española tiene unas cuantas herramientas informáticas forenses que se han vuelto imprescindibles, muchas de ellas desarrolladas por el FBI. Una de estas herramientas es capaz de revelar las conexiones IP, es decir, los lugares desde los que se conectan los usuarios de estas redes de intercambio. Y el oficial de la UIT comprobó que Blackheart se conectaba desde un punto ubicado en Villarramiel, un pueblo de Palencia. La dirección IP correspondía a una gasolinera, así que en mayo de 2013, hace más de un año, hasta allí fueron los agentes de la UIT, convencidos de que en esa estación de servicio trabajaba Blackheart.
Todos los ordenadores de la gasolinera estaban absolutamente limpios, sin rastro de haberse conectado a ningún lugar oscuro. Los policías hablaron con el propietario de la estación de servicio y le explicaron lo que buscaban. El hombre, una vez pasado el susto, les dice que tiene más gasolineras en otros lugares de España, que esa de Villarramiel es en la que está la dirección de facturación de su proveedor de servicios de Internet, pero que en Fontioso, cerca de Lerma, en la provincia de Burgos, tiene una estación de servicio con red wifi abierta y ambas tienen asignada la misma IP.
Es decir, si era abierta, si no hacía falta introducir ninguna clave para conectarse, Blackheart podía ser cualquiera… Eso a cualquier mortal le habría bastado para desistir de buscar al malo, pero ahí entra la obsesión o la cabezonería de nuestro protagonista, que se dedicó a analizar con todo detenimiento los lugares desde los que Blackheart se conectaba. Y se dio cuenta de un detalle: se conectaba desde Alemania, Holanda, Bélgica, Francia… Y cronológicamente, esas conexiones seguían una línea descendente desde Alemania hasta la provincia de Burgos, en España. Se trataba de alguien que hacía siempre ese recorrido, ese viaje…
Y ahí entra el policía de toda la vida, el del olfato, el del instinto, el que va cuadrando piezas… El pedófilo era alguien que hacía ese recorrido y que paraba en estaciones de servicio con redes wifis abiertas, lo que aprovechaba para meterse en esos mundos… Tenía que ser un transportista, un camionero, un conductor de autobús. Así que el oficial de la UIT toma una decisión: comprobar a diario si Blackheart se conectaba desde la gasolinera de Fontioso. Todos los días, de lunes a domingo, estaba al acecho y el 23 de junio del año pasado comprueba que se ha conectado, así que pide a los encargados de la gasolinera las imágenes de las cámaras de seguridad de ese día. Y allí ven un camión aparcado a la misma hora de la conexión, pero no se puede ver la matrícula. Están casi como al principio.
Un mes después, el 28 de julio, Blackheart se vuelve a conectar y el policía pide las imágenes a la gasolinera. Esta vez es otro camión distinto, pero hay más suerte, porque el conductor se baja a hacer unas compras. Hay imágenes de él, pero nada más: paga en efectivo, no deja rastro de su identidad y, una vez más, la matrícula no se distingue en las imágenes de las cámaras, pero eso no hace que nuestro oficial se venga abajo, ni mucho menos.
Muestra las imágenes a todos los empleados de la gasolinera. Muchos reconocen al tipo como un camionero alemán que descansaba allí y que siempre se interesaba por un lugar donde aparcar el camión que tuviese cerca el punto de conexión wifi. El policía les pide a los empleados que si ese tipo vuelve a aparecer por allí, le avisen. En noviembre del año pasado, el camionero vuelve a la misma estación de servicio y los trabajadores le hacen fotos al camión y se las mandan al oficial de policía, que ya tiene una matrícula de la que tirar. Aunque ese día no se conecta y entonces no tendría pruebas para acusarle de nada.
Es un verdadero juego del gato y el ratón, porque ese policía seguía viendo como ese usuario seguía intercambiando archivos pedófilos… Y a la espera de que regresase a España. Hasta que el pasado 13 de abril, domingo, 14 meses después de que empezase esa caza de Blackheart, el oficial recibe una llamada alarmante: el encargado de la gasolinera de Fontioso le avisa de que el camionero está allí… Y que en la cabina del camión han visto a un niño, a un adolescente.
Avisa a sus compañeros de Burgos para que vayan a la gasolinera y retengan y mareen al camionero con cualquier excusa mientras su grupo se pone en marcha. La policía cuenta con la complicidad de un empleado de la gasolinera que chapurrea alemán y que le dice al camionero que la policía está allí porque creen que le han robado. Y cuando llegan los agentes de la UIT se encuentran en la cabina del camión, además de al niño, un detalle que les alarma aún más: una placa de matrícula de Tailandia, el paraíso de los pederastas.
El niño tiene trece años. Le separan inmediatamente del camionero, que no entiende lo que le está pasando. Al niño le llevan a un centro de menores y en los primeros momentos cuenta que el tipo le ha tocado, ha abusado de él. Le dejan hablar con su madre y la intérprete escucha parte de la conversación: la mujer le dice al chico que no se le ocurra decir que el camionero y ella son nada más que amigos.
El hombre, Thore Andrzej Kujak, de 47 años, cuenta que había conocido a la madre del niño unas semanas atrás en una piscina en Alemania y que le pidió permiso para llevarse al chico hasta España, aprovechando una de sus rutas. Lo cierto es que, tras esa conversación con la madre, el chaval no volvió a decir que habían abusado de él. En esas horas, el camionero seguía sin entender qué pasaba, hasta que la policía le dijo que le habían detenido por distribución de pornografía infantil y el hombre se vino abajo, se derrumbó, y contó una historia increíble.
Dijo que tenía un grave problema, que él intentaba tener relaciones con adultos, pero que no le gustaban. Y lanzó un discurso muy común entre los ‘boy lovers’, como ellos se denominan: tampoco la homosexualidad estaba permitida hace unos años y ahora se permite con normalidad. Contó que había pasado casi tres años en la cárcel en Alemania porque le pillaron manteniendo relaciones sexuales con su hijastra de 15 años y en su ordenador encontraron 10.000 archivos pedófilos.
El camionero estaba resabiado, por eso se conectaba siempre desde redes abiertas, en las que no había que introducir ningún dato. Se descargaba el material que quería, lo veía y luego lo borraba inmediatamente. Así que ni en los dos portátiles, ni en los dos discos duros, ni en los dos teléfonos ni en la tablet que llevaba se encontró un solo archivo, aunque la policía ya había acreditado que ese hombre, Blackheart, había intercambiado miles de archivos y, además, era un perfecto conocedor de ese territorio tan negro, tal y como comprobó la policía.
Él habló abiertamente con la policía, que le preguntó por esos miles de archivos que había compartido. El tipo conocía de memoria los años y los lugares de producción de las series pedófilas y hasta el nombre de las niñas que aparecían en ellas. Era un experto, que a estas horas debe estar intercambiando material, si es que el susto no ha sido suficiente…
Los abusos al niño no se pudieron demostrar porque el chaval se retractó de lo que dijo en un primer momento. Y en España, por mucha pornografía infantil que intercambies, no vas a la cárcel, así que el juez lo puso en libertad tras tomarle declaración. Y el niño no sabemos cómo regresó a Alemania, porque la madre dijo que si el camionero regresaba, que lo llevase con él…
No sabemos qué pensará el hombre que lo vigilaba siete días por semana, pero sí te podemos decir una cosa: cuando fuimos a hablar con él para preparar este territorio negro él andaba patrullando esos lugares oscuros de la red, buscando a los compadres de Blackheart…