La relación entre los atentados de Bruselas y la masacre de París
Conocemos las claves de lo que se conoce hasta el momento sobre los atentados que el pasado martes provocaron 31 muertos en la capital de Bélgica y de Europa, Bruselas. Al menos cuatro terroristas perpetraron una nueva masacre que tiene muchos vínculos, ya lo verán, con la más reciente y terrible, la que tuvo lugar el 13 de noviembre del año pasado en París.
En su reivindicación, hecha horas después de los atentados, DAESH decía que Bélgica participaba en los ataques de la coalición a las bases del grupo terrorista en el califato de Siria e Irak. Esta vez no hablaban, como en los atentados de París del 13N de “capital del pecado” ni nada parecido. Lo cierto es que desde hace unos meses, tras los atentados de París, los servicios de inteligencia occidentales trabajaban con la idea de que era inminente un ataque en una ciudad europea: se barajaban varias capitales holandesas –La Haya, Amsterdam–, Roma y especialmente Bruselas.
La razón es muy sencilla: era la ciudad que tenían más a mano los terroristas, la que mejor conocían, donde vivían, donde se podían refugiar antes y después de los atentados. Bélgica es un estado fallido en materia de seguridad, como comprobaremos en este territorio negro. Todos los atentados cometidos en suelo europeo desde finales del siglo pasado conducen a Bélgica, a Bruselas y concretamente a ese barrio de Molenbeek: una parte del 11M, la referente al Grupo Islámico Combatiente Marroquí de Hassan el Haski y Youssef Belhadj, se fraguó en Bruselas. Y hasta ese barrio de Molenbeek huyó Mohamed Afalah, uno de los huidos tras la explosión de Leganés del 3 de abril de 2004.
Además, todas las líneas de investigación de los atentados del pasado 13 de noviembre en París también acababan en este barrio de Bruselas. Allí se prepararon esos ataques y hasta allí huyeron los supervivientes. Recordemos que la semana previa a los atentados de Brueselas, fue detenido en Molenbeek Abdeslam Salah, uno de los participantes en el 13N de París, que llevaba cinco meses siendo el hombre más buscado de Europa y se refugiaba a un par de manzanas del domicilio de sus padres y a 500 metros de una comisaría de policía.
Estos días hemos conocido algunos datos sorprendentes de esta caza del hombre, sobre todo tras las dimisiones no aceptadas de los ministros belgas de Justicia e Interior: la policía belga sabía desde diciembre el paradero de Salah Abdeslam, pero esta información no llegó a los servicios antiterroristas. Que entre la detención de Salah Abdeslam y los atentados de Bruselas medie tan poco tiempo, no es, ni mucho menos, una casualidad.
Recordemos que el pasado día 17 de marzo, los servicios de información belgas, con la ayuda de los franceses, localizaron y mataron a Mohamed Belkaid en un piso del barrio de Forest. Este incidente pasó casi inadvertido pero es muy importante. Belkaid era el hombre fuerte superviviente de la célula que atentó en París y al que Salah tuvo que dar explicaciones por no haberse inmolado. Salah no era un cerebro, ni un dirigente de la célula ni nada parecido. Era un recadero, un segundón que había alquilado coches y pisos con su identidad y tenía que haber muerto en los atentados de París.
Es decir, ese Belkaid abatido por la policía podría estar relacionado con las dos células, la de París y la de Bruselas. Y es que para la policía se trata de un solo comando, de un único grupo radicado en Bruselas y que el pasado 13N recorrió los 300 kilómetros que separan las capitales francesa y belga para matar y que después volvió a su guarida. Las conexiones entre los dos atentados son evidentes: Najim Laachraoui se inmoló el pasado martes en el aeropuerto. Su ADN se había encontrado en un cinturón explosivo y en un trozo de pañuelo hallados en la sala Bataclan, así como en uno de los artefactos que estalló en el Stade de France.
Además, Laarchaoui alquiló, bajo una identidad falsa, una casa en la ciudad belga de Auvelais donde se escondieron varios terroristas de la célula que atentó en París y dejó su ADN en otro apartamento de Bruselas donde se encontraron explosivos como los utilizados en París. De hecho, se cree que Laarchaoui, electromecánico de profesión, fue el encargado de adiestrar a los terroristas en el manejo de los explosivos.
De esta manera, la conexión entre los dos atentados parece clara, porque, además, el explosivo utilizado es el mismo. TATP, peróxido de acetona o la madre de Satán, como se conoce a este explosivo compuesto, básicamente de agua oxigenada y acetona, elementos de muy fácil adquisición. En la revista Dabiq –el órgano de expresión de Daesh– han aparecido varios artículos que no son más que tutoriales para fabricar bombas con este material. Fue el utilizado en los ataques a la Casa de España de Casablanca en 2003 o en el 7J de Londres. Es un explosivo fácil de hacer, pero muy inestable, muy peligroso. Fue el empleado por los terroristas del 13N en París y seguramente podría haber sido el elegido por los asesinos del 11M si no llega a cruzarse con ellos Emilio Suárez Trashorras, el ex minero que proporcionó la dinamita. Pero hay más conexiones, aparte del explosivo entre el 13N y el 22M.
Otro de los suicidas de Bruselas, Jalid el Bakraoui, que se hizo estallar en el metro, alquiló el apartamento por el que pasaron Abdeslam Salah, su hermano Ibrahim y Mohamed Abrini la noche antes de los atentados de París. Abrini sigue fugado, su identidad ha sido difundida por toda Europa y es un personaje muy importante: desapareció de escena justo antes de los ataques del 13N y es un retornado, alguien que ha combatido en Siria y, por tanto, con capacidad para liderar un grupo militar e ideológicamente. Otro hecho que se repite en estos atentados: Brahim el Bakraoui había sido detenido en Turquía por su actividad yihadista, pero seguía en libertad tranquilamente.
Esta es otra de esas grandes sombras que hay en estos atentados. Brahim tenía antecedentes en Bélgica por delitos comunes: un atraco en el que usó un kalashnikov. Pero el pasado verano, las autoridades turcas le detuvieron y le expulsaron a Holanda. El problema es que los turcos le detuvieron porque intentaba llegar a Siria para alistarse en las filas de DAESH y cuando fue expulsado a Holanda desde Ankara, las autoridades turcas no hicieron mención a estas actividades yihadistas. Una vez en Holanda, Brahim no tuvo ningún problema para cruzar la frontera y regresar a su refugio de Bruselas. Holanda avisó a sus vecinos belgas de la detención y deportación, pero nadie hizo nada. Ejemplo perfecto de descoordinación. Tanta que fue este hecho el que provocó la dimisión de los ministros de justicia e interior.
Un desastre absoluto, desde luego. Otra cosa que nos ha sorprendido en estos atentados es la figura del hombre del sombrero, el que aparece así vestido en las imágenes del aeropuerto y que ha sido identificado como Fayçal Cheffou, un periodista. Aunque periodista quizás sea un término demasiado ambicioso. Él, belga de origen marroquí, se definía como periodista independiente. Había hecho y difundido varios vídeos en los que denunciaba las condiciones de vida de los centros de detención de Bruselas, el supuesto trato degradante que se les daba a los musulmanes allí, especialmente en el periodo del Ramadán. Pero no se limitaba a eso. En 2015 había sido objeto de una detención administrativa, una extraña figura que existe en Bélgica similar a una retención, porque había sido visto intentando convencer a algunos refugiados musulmanes para que se enrolasen en las filas de DAESH.
Cheffou es un tipo medianamente conocido, así que esa detención llegó hasta el alcalde de Bruselas, Yvan Mayeur, pero no se adoptó ninguna medida contra él. Cheffou ha sido identificado por el taxista que trasladó a los autores del atentado en el aeropuerto la mañana del 22M. La Fiscalía belga le acuda directamente de ser uno de los autores materiales de los atentados, de ser el tercer hombre, el hombre del sombrero.
Esta es otra cosa sorprendente: ¿Los asesinos viajaron en taxi? Nunca se había visto algo parecido. A las 7 de la mañana del pasado martes, los terroristas llamaron a una compañía de taxis y pidieron un coche grande para ir al aeropuerto. Dijeron que llevaban mucho equipaje, cinco maletas. Sin embargo, la empresa les envió un vehículo normal, por lo que los terroristas tuvieron que dejar una maleta en la casa, donde fue encontrada: dentro había 15 kilos de TATP, así que la masacre podía haber sido aún peor.
Todos estos datos dan la idea de que los yihadistas actuaron con cierta precipitación. La muerte a tiros de Mohamed Belkaid, la detención de Abdeslam Salah debieron acelerar los atentados porque los terroristas se sentían muy cercados. De hecho, la policía belga encontró en un contenedor de basura el ordenador de Brahim Bakraoui y en él, uno de los suicidas escribió que se sentía rodeado, que no sabía donde esconderse.
El hecho de que Najim Lachraoui, el supuesto fabricante de las bombas de París y Bruselas, decidiese inmolarse también da una idea de final de la misión. Se pudo quitar la vida en París y no lo hizo porque tenía más atentados que cometer. La presión de la policía y los servicios secretos franceses, que han estado actuando sin tapujos en suelo belga, pudo precipitar los atentados.
¿Queremos decir con esto que, de momento, la pesadilla ha terminado, que esta célula no atentará más? No, ni mucho menos. Tengamos en cuenta que aún quedan operativos importantes por detener, como Mohamed Abrini, del que hemos hablado antes, y que tiene un rango muy superior a los inmolados en Bruselas, a los que el propio DAESH considera mano de obra, soldados rasos. Desde el pasado martes se están sucediendo en Francia, Bélgica, Alemania y otros países muchas detenciones de personas relacionadas de una u otra forma con los ataques, pero ni la policía francesa ni la belga saben con exactitud cuánta gente forma la célula. La que atentó en París estaba compuesta por unas veinte personas. Si la de Bruselas es parecida aún faltan muchos porque entre muertos y detenidos no llegan a diez.
Hay algo que se ha conocido tras los ataques y que resulta muy inquietante: unas grabaciones que demuestran que la célula terrorista espió a un experto en centrales nucleares. La policía llegó en diciembre a un piso empleado por los terroristas en el que había diez horas de grabaciones en la casa de un experto belga en cuestiones nucleares. Le habían instalado una cámara oculta, aunque no se saben muy bien las razones. La policía atribuye la autoría de estas grabaciones a los hermanos Barkaoui.
Una de las hipótesis barajadas por los investigadores afirma que los terroristas pretendían extorsionarlo para conseguir material radiactivo para fabricar una bomba sucia. El científico trabaja en el centro de investigación nuclear CEN en la ciudad de Mol, en el norte de Bélgica. El CEN es uno de los mayores fabricantes mundiales de isótopos radiactivos para terapias para el cáncer.
En cualquier caso, no deja de ser terrorífica esa combinación de terrorismo yihadista y material nuclear. Y no es nueva. Ya Mustafa Setmarian, el jefe de Al Qaeda español que estuvo cerca de Bin Laden, animaba a sabotear las centrales nucleares de los países infieles. Siempre han estado entre los objetivos del yihadismo y ahora parece que la amenaza es tomada más en serio por las autoridades occidentales. Recientemente, Bélgica dio nuevas recomendaciones de seguridad para seguir en caso de accidente.
A mediados de enero, la Agencia Federal de Control Nuclear belga recomendó al Gobierno federal facilitar pastillas de yodo –un antídoto en caso de fuga radioactiva– a toda la población y no sólo a quienes viven a 20 kilómetros de una instalación nuclear, como ocurre actualmente, además de reforzar los dispositivos de evacuación en las zonas más cercanas. El temor a que los terroristas intentaran atacar alguna central nuclear llevó a que, desde el día siguiente de los atentados de noviembre en París, las instalaciones de este tipo en Francia –y otras infraestructuras críticas– se pusieron bajo “vigilancia extrema”.
Llegados a este punto podemos decir sin miedo a equivocarnos que España está en la vanguardia de la lucha contra las redes yihadistas. Solo en el último año se ha detenido a 116 personas relacionadas con estas actividades, un número superior al de todos los países de la Unión Europea. Desde el 11 de marzo de 2004, España no ha sufrido ningún atentado y no por falta de ganas de los terroristas, porque nuestro país sigue estando en el imaginario de DAESH como estaba en el de Al Qaeda.
La recuperación de Al Andalus, de la que hablan incluso en nuestro idioma en algún vídeo, sigue siendo una prioridad para los yihadistas. Como nos dijo un experto en la materia hace poco: “Aquí, a diferencia de lo que pasa en Bélgica, hemos hecho los deberes. Aunque también los había hecho Francia y mirad lo que se encontró en noviembre”. El principal objetivo sigue siendo evitar el reclutamiento de jóvenes para las filas del DAESH y, sobre todo, controlar a los retornados.