Territorio negro: Quince años del asesinato machista de Nagore
Manu Marlasca y Luis Rendueles nos cuenta los detalles de la muerte de Nagore Laffage Casasola en las Fiestas de San Fermín de 2008.
El viernes pasado, con el 'Pobre de mí' se echó el cierre a las fiestas de San Fermín. El día del chupinazo, el 7 de julio, se cumplieron quince años del crimen de una joven estudiante de Enfermería, Nagore Laffage, una muerte que es recordada cada año en las fiestas de Pamplona, especialmente por quienes siguen sin explicarse cómo es posible que el hombre que la mató lleve más de cinco años en libertad y que no haya pasado ni diez años entre rejas. Hoy Luis Rendueles y Manu Marlasca nos van a contar los detalles de este crimen y nos van a poner al día de las vidas de quienes siguen echando en falta a Nagore.
Empecemos precisamente por recordar quién era Nagore, esa joven que murió en Pamplona el 7 de julio de 2008.
Nagore Laffage Casasola tenía veinte años ese día de San Fermín del año 2008. Estudiaba Enfermería en la Universidad de Navarra y trabajaba en la Clínica Universitaria, uno de los hospitales más prestigiosos de España. Nagore había nacido en Irún, Guipúzcoa, y allí vivían ese año 2008 sus padres, Asun y Txomin, y su hermano menor, Javier. Ella residía en Pamplona con varias compañeras de estudios que esa mañana del inicio de las fiestas de San Fermín estuvieron por la calle de farra gran parte de la noche.
Nagore murió el 7 de julio, el día del chupinazo de los sanfermines de 2008. ¿Qué ocurrió?
Aquí hay que ceñirse a la verdad judicial, es decir al relato de hechos probados de la sentencia que emitió la Audiencia de Navarra y que ninguna instancia superior ha corregido o matizado. Según ese relato, entre las siete y las ocho de la mañana, Diego Yllanes Vizcay, de veintisiete años, médico residente de Psiquiatría de la Clínica de Navarra, se encontró con un grupo de tres chicas cuando regresaba a su domicilio. Alguna de ellas le reconoció porque eran estudiantes de enfermería. Todos se sentaron a hablar cerca de la casa del médico residente. En ese momento apareció en la escena Nagore, que le dijo a Diego algo al oído después de que ella le reconociera de haberlo visto en la clínica y se fue con él hacia el piso del médico. Según la sentencia, no había una relación previa entre Nagore y Diego antes de ese encuentro, más allá de que se habían cruzado ocasionalmente en el hospital en el que trabajaban los dos.
Y esa mañana, Nagore y Diego acaban en casa del médico, siete años mayor que la enfermera.
Los testigos dijeron que tras ese fugaz encuentro se fueron agarrados de la cintura y del brazo. Seguramente, el hecho de que los dos llevasen toda la noche de fiesta y hubiesen consumido alcohol levantó las barreras entre los dos jóvenes con más rapidez de lo habitual. De hecho, la sentencia sostiene que ya en el ascensor, Nagore y Diego comenzaron a besarse y a abrazarse de forma apasionada, lo que siguieron haciendo en el interior del piso del médico. Y a partir de aquí empiezan las interpretaciones del jurado que, cuanto menos, son eso: interpretaciones.
¿A qué os referís con esas interpretaciones?
Hay hechos objetivos que no pueden ser discutidos, pero sí interpretables. La trabilla del pantalón, un tirante del sujetador y el tanga de Nagore estaban rotos, éste último por tres sitios distintos. Según los hechos probados, y leemos textualmente, “Diego pensó erróneamente que Nagore quería una relación apasionada, por lo que procedió a quitarle la ropa de forma brusca”. Y el jurado sigue con esas interpretaciones: “Nagore interpretó erróneamente la actuación violenta del acusado como un intento de agresión sexual y como reacción amenazó a Diego con destruir su carrera y denunciarle”.
Es decir, el hecho de que Nagore tenga tres prendas rotas no es, para el jurado, prueba o indicio de agresión sexual, sino de que él actuó apasionadamente.
El fiscal y las acusaciones mantiene que esa violencia era un intento de agresión sexual, pero el jurado no lo vio así. Y lo que vino después, según el relato de hechos probados, fue producto de ese temor de Diego a ser denunciado por Nagore. Y seguimos desgranando, repetimos, la verdad judicial, ese relato de hechos probados. Tras esa supuesta amenaza de Nagore, “la reacción airada de Diego consistió en taparle la boca y en golpear de manera deliberada y repetida a Nagore en diversas partes del cuerpo, causándole las siguiente lesiones”. Y aquí el relato detalla las treinta y seis lesiones internas y externas que tenía el cadáver, la mayoría de ellas concentradas en la cabeza, la cara y el cuello de la mujer. Una verdadera tormenta de golpes.
Según acreditó la autopsia y dio por bueno el jurado, Diego mató a Nagore asfixiándola, estrangulándola con una sola mano. Diego es un tipo de más de ochenta kilos y Nagore era una chica muy menuda, de apenas cincuenta y cinco kilos, así que la diferencia entre la constitución de uno era abismal. De hecho, la única señal que Nagore dejó en el cuerpo de Diego en esa desigual pelea que acabó con su muerte fueron unos pocos arañazos.
¿Qué pasó después de que Nagore muriera en casa de Diego?
Según la sentencia, intentó descuartizarla: llegó a seccionarle un dedo y le hizo cortes en la muñeca, como si probase a ver si era posible trocear el cuerpo. Finalmente, acabó envolviendo el cadáver en distintas bolsas de plástico sujetas con cinta aislante. En otras bolsas metió la ropa interior de la mujer, su documentación y algunos objetos de su casa que él pensaba que podían tener restos de Nagore. Además, limpió a fondo el piso y se reunió con un compañero del hospital, otro médico psiquiatra al que citó con mucha urgencia.
¿Le contó lo que había hecho a este colega?
Se lo contó de forma parcial, sin aclarar lo ocurrido: dijo que él estaba muy borracho y que una mujer había muerto de forma accidental en su casa después de que elle le pegase. El compañero le dijo que llamase a la Policía y que se entregase, pero Diego le contestó que no lo haría hasta que falleciese su abuela, que vivía en Perú. Como se dio cuenta de que su colega no le iba a ayudar a deshacerse del cadáver Diego le advirtió de que si lo delataba se suicidaría lanzándose por la ventana de su casa.
Pero supongo que ese compañero de Diego, médico como él, lo denunció.
Lo puso en conocimiento del jefe de servicio de Psiquiatría, que le ordenó que llamase a la Policía y contase todo lo que le había dicho Diego. Así lo hizo y antes de la una de la tarde de ese mismo 7 de julio comenzaron a buscar a Diego y a Nagore. Mientras, él fue a casa de sus padres, cogió el coche de su padre y metió en el maletero el cuerpo de Nagore. Condujo unos 45 minutos hasta Olondriz y dejó el cadáver en una zona boscosa. Después vagó por esa zona hasta que sus padres lo encontraron once horas más tarde y avisaron a la Policía para que lo detuviesen. Al día siguiente ingresó en prisión.
Bien, y a partir de ahí comienza un procedimiento judicial que ha dejado muchas sorpresas desagradables para la familia de Nagore.
El juicio se celebró en la Audiencia de Navarra en noviembre de 2009 y el jurado declaró culpable a Diego de un delito de homicidio, no de asesinato. Así que el juez le condenó a una pena de doce años y medio de cárcel. Ni el fiscal, ni ninguna de las cinco acusaciones –una particular y cuatro populares– lograron convencer al jurado de que en la muerte de Nagore hubo alevosía, lo que habría convertido el homicidio en asesinato.
Sorprende que alguien que provoca, recordemos, más de treinta lesiones a su víctima golpeándola y después la estrangule no sea reo de asesinato, sino de homicidio…
El Código Penal dice que la alevosía existe cuando el autor del delito emplea en su ejecución medios, modos o formas para asegurar su fin sin que la víctima tenga posibilidad alguna de defensa. Y en este veredicto y esta sentencia hay, una vez más, una interpretación. Para el jurado y todas las instancias posteriores que revisaron la sentencia aquí no hubo alevosía, sino una enorme superioridad física. Así, el jurado declaró no probado el siguiente hecho: “Nagore, a consecuencia de los golpes recibidos, quedó aturdida y sin posibilidad de defenderse frente al acusado y por tanto sin riesgo para él”.
Es decir, el tribunal considera que hay una continuidad en los golpes y en el estrangulamiento, que no la aturde para dejarla indefensa y después la asfixia, lo que correspondería a un asesinato, sino que la muerte llega a continuación de todos esos golpes. Las acusaciones quisieron demostrar lo contrario y su gran baza fue una llamada al 112 hecha desde el teléfono del acusado la mañana de los hechos.
¿Quién hizo esa llamada y qué se dijo?
Ese es el problema: que no se demostró quién estaba al otro lado del teléfono. La teoría de las acusaciones es que fue Nagore quien llamó al 112 pidiendo ayuda después de recibir la cascada de golpes y que Diego, al darse cuenta de que estaba con su teléfono, la estranguló, una sucesión de hechos que solo puede ser calificada de asesinato. La madre de Nagore dijo que reconocía la voz de su hija –era un hilo inteligible–, pero no se pudo demostrar. La defensa del acusado hizo sembrar la duda del jurado cuando lanzó la
idea de que pudo ser él mismo quien llamó para contar lo ocurrido.
Al final, todo se quedó en esos doce años y medio de condena. El tribunal contempló una atenuante leve por el hecho de que Diego estuviese esa mañana algo bebido y porque consignó en el juzgado 126.000 euros e hipotecó su casa para indemnizar a la familia de Nagore. La verdad es que ni el TSJ de Navarra ni el Supremo, que fallaron en 2010, variaron una coma de la sentencia inicial. Así que el 7 de marzo de 2018, Diego Yllanes obtuvo la libertad condicional. Habían pasado menos de diez años desde la muerte de Nagore.
Parece, desde luego, muy poco tiempo para una muerte así… ¿Qué ha hecho con su vida este médico psiquiatra?
En julio de 2017, cuando Diego Yllanes estaba en tercer grado, es decir, solo iba a dormir a la prisión de Zuera (Zaragoza), se supo que estaba contratado en una clínica psiquiátrica de Madrid. Sus responsables tuvieron que aclarar que Diego no atendía pacientes y que solo ayudaba en tareas de investigación. Desde entonces su rastro ha desaparecido, pero lo cierto es que es un hombre libre, que podría hasta trabajar como médico en la sanidad pública sin problemas, una vez que ha extinguido su condena.
¿Y al otro lado qué ha ocurrido durante este tiempo?
Al otro lado, en el hogar de los Laffage Casasola, los efectos de la muerte de Nagore han sido devastadores: Txomin, el padre, murió a consecuencia de un cáncer de páncreas en 2019. Asun, su mujer, la madre de Nagore, nos contaba hace unos días que su marido murió sin asumir lo ocurrido con su hija: “ni la nombraba y cuando lo hacía se refería ella como cuando tenía ocho o nueve años”. Javier, su hermano, que ya tiene treinta y ocho años, vive en Irún con su pareja y trabaja como ingeniero electrónico. Y en su perfil de Whatsapp lleva una fotografía de él y Nagore cuando eran pequeños. En su pueblo, Irún, hay un parque que lleva el nombre de Nagore Laffage Casasola desde 2019.
La madre de Nagore sigue viva y se ha convertido en una activista contra la violencia sexual.
Asun Casasola se jubiló el año pasado y ahora dedica todo su tiempo a ese activismo. Nos contaba que desde noviembre del año pasado a mayo ha estado en ciento cuatro colegios de distintos puntos del País Vasco y Navarra dando charlas y exhibiendo el documental Nagore, una película hecha en 2010 por la cineasta Helena Taberna en la que la propia Asun relata todo lo ocurrido alrededor de la muerte de su hija. La película la ven chavales de secundaria y bachillerato, que lógicamente no conocen la historia de Nagore. A Asun, según nos dijo, le sirve como terapia y le hace pensar que la muerte de su hija al menos puede servir para prevenir la violencia de próximas generaciones.