Territorio Negro: La perversa relación entre los asesinos y la televisión
La sociedad siente, sentimos, cierta fascinación o al menos curiosidad hacia el mal, hacia los criminales. Queremos saber cómo son, por qué hacen cosas tan terribles. Y a veces acabamos sobrevalorando a los asesinos, convirtiéndolos en personajes famosos, casi en estrellas, el último ejemplo lo hemos visto con la revista Rolling Stone, dedicada a la música y que ha colocado en portada a uno de los dos terroristas de Boston. Pero lo cierto es que la mayoría de los asesinos no son brillantes, como ese Hannibal Lecter que guía a Jodie Foster en El Silencio de los Corderos. De esa relación de los criminales con los medios, especialmente la televisión, y de cómo se utilizan mutuamente, hablamos en este último territorio negro de la temporada.
Siempre decimos que los asesinos suelen ser gente muy vulgar, gris, que solo destacan precisamente por sus crímenes. Lo que sí ocurre es que algunos se hacen famosos, especialmente los que cometen hechos atroces.
Parecía algo típicamente norteamericano, pero hay algunos criminales que cuando les preguntan por qué han cometido asesinatos, explican que lo han hecho para hacerse famosos o, en el caso de los jóvenes, para ver qué se sentía, como José Rabadán, el crío que mató a sus padres y su hermana con una espada de samurai en Murcia en el año 2000. Este tipo de criminales cuidan su aspecto y hasta sus apariciones en televisión. Cuando estaba en la prisión de Sangonera, Rabadán recibió decenas de cartas de admiradoras de toda España. Dos de las chicas que le escribieron, dos menores llamadas Iria y Raquel, mataron meses después a su compañera de instituto Clara García, en San Fernando, Cádiz.
Esa atracción por los criminales, llamada HIBRISTOFILIA, está muy estudiada en Estados Unidos, donde cientos de mujeres escriben a condenados en el corredor de la muerte y hasta se casan con ellos. En España, por ejemplo, el fenómeno se está repitiendo con Miguel Carcaño, único condenado por el crimen de Marta del Castillo, que tiene una legión de admiradoras.
Está claro que las televisiones, los medios de comunicación, consiguen audiencia tratando, ya sea bien, mal o regular, estos temas. Pero ¿qué ganan los criminales con esa fama?
En primer lugar, algunos ganan cierto prestigio en prisión. Luego, y aunque parezca extraño, hay determinados abogados que pueden ofrecerse a defenderles gratis, a cambio, precisamente, de la publicidad que les genera el caso. Gómez de Liaño ha declarado recientemente que no ha cobrado de momento por defender a Luis Bárcenas, por ejemplo.
Y también, a veces, los asesinos, sus familias, sus amigos, ganan dinero. Primero, como hacía Miguel Ricart, condenado por los crímenes de Alcasser, piden dinero a familiares de sus cómplices por no hablar, luego pueden pedir dinero por una entrevista desde prisión. La última variante consiste en cobrar por contar en televisión cosas que no se cuentan a la policía. El ejemplo más reciente fue en el programa Rojo y Negro de Tele 5, donde acudió una menor de edad, la novia de Miguel Carcaño, con su propia madre para hablar del caso.
Aquello acabó con una condena de 6.000 euros para las productoras, y el dinero fue a parar a la chica, que estaba encantada de haber ido a televisión.
A veces, los criminales buscan coartada apareciendo doloridos en público. Y la televisión es el mejor altavoz para conseguir eso. Durante el mítico Quién Sabe Dónde, de Paco Lobatón, hubo al menos dos asesinos que aparecieron buscando a sus novias desaparecidas o pidiendo justicia para ellas. Uno fue Serafín Cervilla, que había matado salvajemente a su pareja, una joven llamada Marina Ruiz, en Cervera (Lleida) en 1999. Cervilla apareció llorando en televisión, pidiendo justicia, pero al final un análisis forense descubrió la marca del molde de su dentadura en el cuerpo sin vida de su novia. Fue condenado a 30 años de prisión.
Otro de esos casos fue el de Pedro José Nueda, que en 1995 hizo un llamamiento en aquel programa a su pareja, Mari Carmen, que según él se había ido de casa abandonando a su hija. Realmente, él la había descuartizado en su casa y repartido sus pedazos por varios lugares de la provincia de Valencia.
Y escuchen porque este hombre, Pedro Nueda, había conseguido pasar impune durante más de cuatro años. Pero entonces acudió a otro programa de televisión, con su nueva novia. El programa era un concurso que se llamaba Para toda la vida, se emitía en Antena 3 los domingos por la noche. El 10 de octubre de 1999 allí se presentó Pedro Nueda y su nueva compañera para competir con otras dos parejas de novios en lucha por una luna de miel al Caribe. Ese programa lo vieron la juez del caso y los policías, que comprobaron atónitos como Nueda juraba amor eterno a su pareja: “quiero hacerme viejecito junto a ti”, le decía. Se hablaba del difícil pasado de Pedro, de las habladurías, y el hombre incluso se bañaba en sangre, sí, en sangre, para demostrar su amor. Ganaron el concurso, claro, gracias al voto del público, por cierto, y anunciaron en directo su boda y el viaje al Caribe.
Y eso aceleró las investigaciones de la juez y la policía, que detuvieron a Nueda antes de que se fuera al Caribe. Imagínense esa juez viendo la tele a su sospechoso de asesinato con otra mujer… Nueda había comentado su crimen a varios amigos en algunas noches de alcohol y juerga. La policía pisó el acelerador y logró la confesión de una antigua novia suya y, finalmente, la del propio Nueda, en diciembre, casi dos meses después de pasar por el programa de novios y muy poco antes de partir hacia el Caribe, que hizo posible encontrar algunos restos del cuerpo de su ex novia, a la que había descuartizado cuatro años atrás.
Muchos criminales son narcisistas, les gusta ser el centro de atención. Y la televisión les garantiza su trocito de fama, a veces también se excitan recordando lo que hicieron, por eso se ofrecen a contarlo una y otra vez a quien quiera escucharles. Recuerdo que un criminal llamado Luis Patricio Andrés, que mató a una joven maquilladora llamada Mar Herrero en Madrid se nos ofrecía a hacer una película o incluso un cómic con su caso, en el que no se ahorraba detalles de las terribles torturas a las que sometió a su víctima.
No es tan extraño, lo mismo hace desde prisión con otros periodistas o criminólogos Tony King, el asesino de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes, en la Costa del Sol. Volviendo a Luis Patricio, nos conocimos cuando él era solo un ambicioso guionista, decía, que quería llevar a la pantalla una historia de un gran robo y acudió a Interviú para ofrecernos la primicia. Acudió, por cierto, con la que era entonces su novia, Mar, y luego sería su víctima. Suponemos que venía para impresionarla.
Pero a veces esto de presumir tanto de los crímenes de uno tiene ciertas contraindicaciones… José Antonio Rodríguez Vega, el asesino de 16 ancianas en Santander, estaba encarcelado, pero participó por teléfono en un programa de televisión en el que asumía sus crímenes. Ocurrió en febrero de 2002 y volvió a hablarse de él, a mostrar su rostro. Instituciones Penitenciarias decidió cambiarlo de cárcel para evitar riesgos y lo trasladó a la prisión de Topas. Y allí fue asesinado de 113 puñaladas por otros dos reclusos unos meses después. Uno de ellos, apodado el Zanahorio, cuando lo trasladaban al juzgado, gritaba: “yo maté al mataviejas”.
Un caso muy particular ocurrió en otro programa de Antena 3 llamado La Vuelta al Mundo. Allí acudió en 2009 un atractivo joven llamado Cyril Jaquet con su novia, Paola. Y de allí tuvo que salir al descubrirse su pasado, que él decía que estaba enterrado.
Este joven había matado a sus padres en Benijófar, Alicante, cuando solo era un crío de 15 años. A eso se refería cuando decía que su pasado estaba enterrado. También decía que se quería muchísimo a sí mismo. Su novia y sus amigos defendieron su reinserción, trabajaba como auxiliar de vuelo… No sabemos si pecó de vanidad o de ingenuidad, pero fue expulsado del concurso.
Y hay veces que salir en televisión ha precipitado algunos crímenes. Todos recordamos, por ejemplo, cómo relató Ana Orantes, aquella señora de Granada, su infierno a manos de su marido, José Parejo.
Ana fue muy valiente al contar los malos tratos que ella y sus hijos sufrieron. Ella, en concreto, durante 41 años, hasta que decidió separarse. Lo explicó en un programa de Canal Sur el 4 de diciembre de 1997. Y su testimonio fue demoledor para su ex marido, con el que compartía todavía una vivienda en Cúllar Vega, Granada.
Y su marido la mató rociándola con gasolina, apenas 13 días después de ese programa de televisión. Algunos se temían lo peor, conociendo a Parejo, un hombre al que llamaban Tarzán por su fortaleza física. Hasta el juez de paz del pueblo, don Gerardo Moreno, lo llamó a capítulo y le preguntó: “¿no irás a hacer una de las tuyas, eh?”. Tarzán, que por cierto tenía nueva novia, le tranquilizó y rechazó su oferta para ir a televisión a defenderse y contar su verdad. “Eso no va conmigo”, dijo.
El caso de Ana Orantes se convirtió en un símbolo, forzó incluso un cambio en la ley española. Una de sus hijas, Raquel, forma parte de la lucha contra la violencia machista. Pero hubo otra historia de reacción violenta, criminal, a un programa de televisión.
Fue el de una mujer rusa, Svetlana, que acudió al programa El diario de Patricia en 2007. Ella pensaba que iban a darle una sorpresa relacionada con algo de dinero o trabajo, pero quien acudió allí fue su antigua pareja, un hombre llamado Ricardo, con quien la mujer había roto por malos tratos y de quien tenía una orden de alejamiento de 500 metros. Ante las cámaras, el hombre se arrodilló y le quiso dar un anillo para que se casara con él. La mujer, muy discreta, lo rechazó sin gestos ni aspavientos, ni contar nada de lo que había detrás.
Esto ocurría el 14 de noviembre de 2007. Seis días después, ese hombre que aparecía tan enamorado ante las cámaras, acuchillaba a Svetlana ante la puerta de su casa. Pero a veces también la televisión ayuda a resolver crímenes.
Ricardo Navarro fue condenado a 21 años de prisión, que está cumpliendo. Y sí, es cierto, la tele ha ayudado a resolver algunos crímenes, pocos, o más bien a precipitar detenciones de asesinos. Por volver a Quién sabe dónde, allí se emitió una cinta con la voz de uno de los secuestradores.
Esta voz fue la pista que llevó a la policía hasta los secuestradores de Anabel Segura. Alguien reconoció esa voz como la de Emilio el Facha, un atracador del barrio de Vallecas, luego reconvertido en mensajero y que trabajaba repartiendo paquetes en La Moraleja. Se trataba de Emilio Muñoz Guadix, un tipo que aún cumple condena. Su cómplice, Cándido Ortiz, murió en prisión. Parece una historia propia de la ficción, de una serie de televisión, porque casi ya no hay series de televisión sin crímenes o misterio, da igual que sean de periodistas, de médicos o de abogados. En España, por cierto, se han hecho series sobre crímenes reales tan buenas como La Huella del Crimen.
A muchos asesinos les gusta que se hagan series de televisión o películas sobre ellos, a uno incluso le costó la vida. John Dillinger, el popular atracador de bancos en Estados Unidos durante la gran depresión de los años treinta, estaba oculto de la justicia en Chicago. Acudió al cine Biograph con su novia y un amigo para ver la película basada en sus hazañas: “El enemigo público número uno”. A la salida le esperaban agentes del FBI que le acribillaron. Imaginamos que si hubiera tenido un DVD, Dillinger no se habría arriesgado tanto.
A la mayoría de delincuentes españoles, les gusta que haya series sobre ellos. Y se hacen muchas. Lo que les molesta es no recibir dinero a cambio. De eso sí se quejaba, por ejemplo, Alfredo Galán, el asesino de la baraja, que negociaba con una productora, decía, para contar su historia en una peli. Otros son más avispados y lo que hacen es registrar en la oficina de patentes y marcas su nombre de guerra para que nadie pueda hacer nada con su historia sin pagarles unos miles de euros.
Hay delincuentes que registran su marca comercial para hacer negocio o para que les paguen si alguien escribe sobre su historia. Nosotros sabemos de dos. Francisco Torres Baena, condenado a 302 años de cárcel por el llamado caso Karate, registró precisamente ese nombre, suponemos que para escribir su historia o para que si la escriben otros tengan que pagarle. Y lo mismo hizo un personaje que ha intervenido aquí alguna vez, Ginés Jiménez, que fuera jefe de la policía municipal de Coslada, en Madrid, conocido como el sheriff. Jiménez ha registrado esa marca, la del sheriff de Coslada, supuestamente porque le molesta y para que se deje de utilizar. Imaginamos que lo que quieren en el fondo es escribir ellos su versión de la historia.
El Lute, Eleuterio Sánchez, sí que colaboró en la peli que hicieron sobre su vida, que dirigió Vicente Aranda y en la que el ladrón era Imanol Arias y su novia, Victoria Abril (ya sabemos que la ficción suele embellecer la realidad). Y también contaron su versión de la historia en varias pelis, delincuentes conocidos como los perros callejeros (El Vaquilla, El Torete). Las dirigía Eloy de la Iglesia y eran digamos bastante generosas con sus delitos.
Mario Conde escribió Días de gloria, un libro que fue todo un éxito, y que ha servido de base para que Tele 5 emitiera una miniserie. Es decir, Conde ha logrado, de nuevo, colar su versión, en una televisión de mucha audiencia. Sorprendentemente, parece que la historia no le ha satisfecho, y ha denunciado censura en alguna escena en la que aparecía el Rey y también falta de escrúpulos por parte de algunos tertulianos en los debates posteriores.
Claro que un delincuente de cuello blanco como lo fue Conde no está acostumbrado a esos debates. Digamos que ha perdido caché. Mario Conde financiaba y compraba acciones de medios de comunicación, por ejemplo el diario El Mundo. Y así mandaba en la sombra. Ahora está mucho más expuesto y en una posición más incómoda.
En ese sentido, hay un ejemplo inmejorable de una persona que ha utilizado los medios de comunicación para llegar al poder y mantenerse en él. Y también es digamos un tanto narcisista, y también ha sido condenado varias veces por la justicia, don Silvio Berlusconi. Ya se sabe lo que dice Al Pacino en El Padrino III, “ahora ya no necesito matones, necesito abogados”.