Territorio Negro

Territorio negro: La otra cara del juicio a José Bretón

El padre de Ruth y José está a la espera de la sentencia que elaborará el presidente del tribunal, Pedro Vela, que puede condenarlo hasta a 41 años de prisión. El veredicto y la sentencia cierran una página negra que se abrió el 8 de octubre de 2011 y que ha merecido, naturalmente, varios Territorios negros. Os hablamos de nuevo de José Bretón, pero ya con el caso cerrado, y os contamos muchas cosas que ocurrieron alrededor de este horrible crimen y que no son las que se han visto en el juicio.

ondacero.es

Madrid | 15.07.2013 17:48

Fue, sin duda, uno de los momentos del juicio. Los padres y los hermanos de José Bretón, todos a una, se acogieron a su derecho de no declarar. Y es que casi desde el primer día y hasta ahora han permanecido sin una sola fisura, actuando en bloque y protegiendo a José. Ese fue uno de los frentes que tuvo abierto la policía desde los primeros días de la investigación. Sabían que la familia era la mejor fuente de información posible sobre Bretón y, sobre todo, porque casi todos sus familiares más directos aparecen en alguno de los escenarios clave en las fechas clave de todo esto: Bretón pasa la mañana en casa de su hermana, va luego a casa de sus padres, por donde pasa casi como una exhalación, llama a su hermano al llegar al parque… Pero pronto, los investigadores se dieron cuenta de que al menos en la familia directa no había grietas, así que se centraron en la menos directa.

Leticia, la mujer de Rafael y cuñada de José, era la persona más asequible para la policía. Tenía una muy buena relación con Ruth Ortiz (así lo dijo en el juicio), los pequeños Ruth y José habían pasado mucho tiempo con ella y el fin de semana del crimen, Ruth incluso la llamó por teléfono para pedirle que vigilara a José Bretón porque temía por sus hijos… Pero el resto de los familiares, sabedores de esa debilidad, la pertrecharon con la ayuda del abogado José María Sánchez de Puerta, que alejó varias veces a la policía de Leticia.

Sigue en el aire la gran pregunta: ¿Esos abuelos no se dan cuenta de que sus nietos murieron a manos de su padre? ¿Niegan la realidad? ¿Creen de verdad en la inocencia de Bretón? Sólo ellos lo saben, pero hay datos que hacen pensar otra cosa. En su primera declaración policial, la madre de Bretón dijo que pensaba que su hijo podía haberle hecho algo malo a los niños, que no sabía si se los había dado a alguien para que los tuviera. La abuela añadía que ellos se lo habían preguntado a Bretón, que esas primeras nueve noches de búsqueda seguía libre y durmiendo en casa de sus padres, y que él les había dicho que no se acordaba y que le dejaran en paz. La mujer asumía que su hijo estaba, según ella, “trastornado”. Lo que ocurrió es que Rafael, el hermano de José, leyó lo que su madre había declarado y le dijo que no firmase.

En cuanto al abuelo Baldomero, que no quiso ni mirar a su hijo en el juicio, estaba jugando al dominó cuando sus nietos se fueron de su casa, camino de Las Quemadillas, el día de su muerte. Alguien le hizo llegar el mensaje de que debía ir a despedirse de ellos, algo que el hombre no entendió porque él pensaba que esa noche los niños dormirían en su casa. Pero nunca volvieron. Uno de los policías nos explicó que entendían humanamente a los abuelos, y que sabían, y lo entendían, que los odiarían para siempre.

Puede sonar raro, pero José Bretón mantiene una buena relación con sus padres, los quiere. Los psiquiatras contaron que sólo se emocionaba cuando recordaba los correazos que le daba su padre de pequeño. Ese papel autoritario, de jefe de la manada que dejó el abuelo por su avanzada edad, lo tomó el propio José Bretón, así lo explicaba Ruth Ortiz. Pero es cierto que se lleva bien con ellos. De hecho, en algunos momentos de la instrucción se barajó utilizarlos para presionar a Bretón… Nunca sabremos qué reacción hubiese tenido Bretón si hubiese visto a sus padres o a sus hermanos esposados… Esa idea, la de detenerlos, se contempló en algunos compases de la investigación, porque es cierto que todos ellos son absolutamente inocentes, que no sabían lo que iba a pasar, pero también que reaccionaron con silencio, que no quisieron creer lo que apuntaban la policía y las pruebas, y que no cooperaron para sacarle a Bretón lo que había ocurrido.

Ruth Ortiz, la mujer de José Bretón, durante el juicio, ha ido evolucionando de una manera que no ha sido espontánea. Aquí hemos comentado otras veces como la policía intentó evitar que en este caso ocurrieran errores garrafales cometidos en otras investigaciones, especialmente en la de Marta del Castillo. Así que una de las primeras decisiones fue encomendar a una policía la misión de estar en todo momento pendiente de Ruth, la víctima de este caso. No sólo tenía que estar a su disposición las 24 horas del día, sino que también era quien le dosificaba la información y la monitorizaba en sus relaciones con Bretón y hasta en sus comparecencias… La versión oficial es que sólo daba consejos. Se trata de una inspectora jefe, responsable de la Sección de Homicidios y Desaparecido de la UDEV Central. Una veterana de la investigación de asesinatos, acostumbrada a tratar y a ver lo peor de la sociedad, curtida en un grupo de homicidios de la "pringue", como llaman a la brigada de Madrid. Ruth la ha llamado en navidad, de madrugada, durante sus vacaciones… Y ella siempre ha estado ahí, prestándole atención y alejando de la madre de Ruth y José esa sensación de desamparo que provoca que muchas víctimas tomen decisiones que no hacen otra cosa que perjudicar a los investigadores.

Si hacemos un poco de memoria, recordemos que en las primeras semanas de la investigación, desde la familia de Ruth se lanzaban mensajes dirigidos a preservar la presunción de inocencia de Bretón y que había una mujer, hija de policía, por cierto, que hacía las veces de portavoz. Hemos podido escuchar el tono de Ruth en esas llamadas que Bretón le hizo antes de ser detenido y en las que ella mantiene la calma. Semanas después, esa portavoz cesó en sus funciones, el discurso de Ruth se endureció y a Bretón se le tendió una trampa.

José Bretón quería seguir llevando las riendas del caso, incluso después de ser detenido y encarcelado, el 17 de octubre de 2011. Quería convertirse en el salvador, en el tipo que ayudase a su mujer a encontrar a sus hijos. Recordemos que así lo dijo el cura que le vio en prisión, al que le insistió en que quería a toda costa que Ruth le visitase en la cárcel. Pero la policía y la propia Ruth marcaron los tiempos. La madre de los niños se presentó en la cárcel cuando ella quiso, por sorpresa, descolocando por completo a Bretón, que incluso se quejó de que no había podido ni afeitarse ni arreglarse adecuadamente para la ocasión. La visita no tuvo ninguna utilidad en la investigación, tan solo demostrarle a Bretón que había perdido el control y que Ruth no tenía ya ninguna duda sobre la culpabilidad de su marido.

La mayoría de esos movimientos los hacía Ruth aconsejada por esa policía sombra, esa inspectora jefa… pero es que en este caso la policía ha arropado mucho a la madre de los niños. El pasado viernes, cuando Ruth quiso presenciar la lectura del veredicto, vimos sentado muy cerca de ella a uno de los participantes en la investigación, el jefe del grupo de homicidios de Córdoba, que ha sido, lógicamente, el que ha estado más en contacto con Ruth, además de esa inspectora jefa, de la que contaremos una confidencia sin que se enfade: si el viernes no llega a emitirse el veredicto del jurado habría ido a Córdoba ella misma a convencer al jurado… Estaba tan impaciente como la familia de Ruth, probablemente por los lazos tan estrechos que se han creado entre estas dos mujeres en todos estos meses.

Serafín Castro, comisario jubilado el pasado mes de diciembre, fue el responsable de las investigaciones casi desde el primer día, aunque en principio el caso podía haber sido llevado por agentes de Córdoba o Sevilla… Muy pronto, menos de 24 horas después de la denuncia de Bretón diciendo que había perdido a sus hijos, el primer equipo de la UDEV Central, la unidad que dirigía el comisario Castro, llegó a Córdoba. Y es que, volvemos a lo que decíamos, no se querían repetir errores que se habían cometido en el caso de Marta del Castillo. Y, además, las relaciones entre la Comisaría General, a la que pertenece Castro, y la Brigada de Sevilla no estaban muy bien engrasadas desde los primeros días de la búsqueda de Marta del Castillo.

El comisario Castro dirigió la investigación, pero designó a unos cuantos policías para que estuviesen sobre el terreno. El peso de la investigación lo llevaron un joven inspector, hijo de un veterano e histórico comisario, perteneciente a la sección de Homicidios de la UDEV Central, y unos cuantos policías de Córdoba. Pero aquí jugó un papel fundamental un subinspector, a punto ahora de ascender a inspector, el famoso policía sombra o policía cebo del que ya  hemos hablado, el que pasó las 200 horas con Bretón. El jefe, el comisario Castro, también estuvo sobre el terreno. De hecho recibió un peculiar regalo en la comida de su jubilación: una foto enmarcada de él, el comisario, entrando en la finca de Las Quemadillas, con dos policías uniformados saludándole a su paso. Cuando llegó a la finca, 48 horas después de la desaparición de los niños, Castro tomó la decisión de no presentarse a Bretón. De hecho, fue el asesino el que cuando le vio mandar en la finca, preguntó a otro policía, ¿quién es ese señor mayor de cazadora marrón? Y este le contestó, el jefe.

Durante los días siguientes, el comisario Castro sí que habló con Bretón varias veces antes de la detención y le trató de convencer de que lo mejor era que contase qué había hecho con los niños. Incluso le provocaba diciendo: “te vamos a dejar la casa como un colador, dinos ya dónde están los niños”. De aquellas entrevistas recuerdo que volvía a Madrid y en alguna ocasión nos dijo: “Nunca he visto a nadie igual, con tanta frialdad, con tanto control”. En el juicio hemos comprobado a qué se refería, desde luego.

Y vamos ya con la última confidencia sobre el comisario Castro, para que no se nos enfade: cuando se acercaba el momento de su jubilación, en el verano de 2012, nos dijo: no me voy sin encontrar el códice calixtino y sin encontrar a los niños de Córdoba. En julio de ese año la policía halló en un garaje el valioso libro sustraído de la catedral de Santiago y un mes después, el profesor Etxeberría certificó que la policía ya había encontrado en la hoguera de Las Quemadillas a Ruth y a José. El viernes estuvimos con él y estaba verdaderamente emocionado y satisfecho.

El testimonio más polémico del juicio, el de Josefina Lamas, la antropóloga forense de la policía que erró en su dictamen y que retrasó la resolución del caso, aunque de poco sirvió para el resultado del veredicto. No hay explicaciones para su error. El propio profesor Etxeberría calificó el comentario de chusco, y fue muy benévolo. Luis Avial, el propietario de la empresa Cóndor Georadar, que fue quien habló a Etxeberría del caso de Córdoba nos daba hace unos días una explicación: la primera reunión que mantuvo con él, cuando ambos estaban en Extremadura buscando una fosa con fusilados de la guerra civil, y en la que le enseñó las imágenes termográficas que había hecho en la hoguera de las Quemadillas fue en un bar. De esa visita al bar se dijo que al profesor se le mostraron los restos de los niños allí. La actitud de la doctora Lamas no fue, desde luego, la propia de una persona que cometió un error tan grave… Cuando llegó el primer pre-informe del profesor Etxeberría, hecho con las fotografías que le remitieron, Lamas y su jefe, el responsable de Policía Científica, fueron convocados a una reunión con el que entonces estaba de jefe accidental de la UDEV Central. Allí, su jefe incluso le dio la posibilidad de pedir permiso al juez para abrir las cajas y que ella misma revisara los huesos antes o a la vez que Etxeberría y ella se negó, diciendo, además, que estaba “totalmente segura de que esos restos no eran humanos” y dejó la siguiente perla: “cada día estoy más convencida de que los niños no están en Las Quemadillas”.

El día que Etxeberría se presentó en la Comisaría General, el propio antropólogo le ofreció participar en el examen. Y ella dijo aquello de que ya había hecho su informe, y que si él disentía ya encontrarían a alguien que desempatara.

Y cuando llegó el demoledor informe de Etxeberría, se la convocó a una reunión, en esta ocasión en el despacho del comisario general de policía judicial, José García Losada. Allí le mostraron el trabajo de Etxeberría, que ella había leído el fin de semana. Sus palabras resuenan ahora más terribles aún. Dijo: “Esto es una porquería, si lo coge la defensa lo tira a la papelera”.

La doctora Lamas ha pasado de ser la jefa de su departamento en la policía a hacer revisiones rutinarias de los agentes de Canillas, que si el colesterol o la tensión alta… Y acabamos ya: Josefina Lamas recogió los huesos de la hoguera el 9 de octubre. Tardó un mes en entregar un informe de ocho folios, que ella misma confesó haber elaborado comparando los huesos con fotos de Google. El profesor Etxeberría no durmió en un par de noches para acabar con la mayor celeridad posible un informe que incluía más de 150 imágenes y más de cien folios.

A partir de ahora, Bretón seguirá en prisión y tiene dos cartas: recurrir al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y, si vuelve a perder, al Tribunal Supremo, cuya decisión será ya definitiva. Todo esto hace imposible que Ruth Ortiz consiga enterrar los huesos de sus dos hijos durante unos años, quizá la única victoria de este tipo. En cuanto a la doctora Lamas, se ha metido en una espiral peligrosa: el juez del caso ha abierto una investigación por calumnias después de que dijera aquello de que había oído un rumor a un policía de Córdoba… Va a depender de la generosidad de sus compañeros, que hasta ahora ha sido mucha, pero si ellos hablaran podrían dejarla, antes y durante el juicio, en muy mal lugar, por lo que dijo y por a quién se lo dijo.