Territorio Negro: Meterse en el cerebro del asesino
Lo que vamos a contar hoy no es ciencia ficción, aunque lo parezca. Hay una nueva forma de intentar meterse en el cerebro de un asesino para resolver un crimen. De hecho, ya se ha intentado en un caso y la policía va a probarlo para dar con el paradero del cuerpo de Marta del Castillo, asesinada hace ya más de cinco años. Hoy, los cerebros de los criminales y una onda, la P300, son los protagonistas del Territorio Negro.
Decíamos que la policía pretende someter a Miguel Carcaño a esta innovadora prueba, a una especie de test de la verdad del que luego hablaremos con detenimiento.
No sabemos si es la última bala de la policía para encontrar a Marta o no, pero sí es cierto que la policía de Sevilla no desfallece en la búsqueda del cuerpo de Marta, desaparecida, recordemos, el 24 de enero de 2009. La última versión de Miguel Carcaño hablaba de la finca de La Majaloba, que fue registrada sin éxito. Los investigadores de Sevilla han hablado con sus colegas de Zaragoza sobre están nueva prueba, y ellos les contaron que se quedaron bastante satisfechos de lo que fue el estreno en España de ese aparato en la lucha contra el crimen.
Ese test de la verdad, ya se ha empleado en Zaragoza. Se hizo el pasado mes de diciembre a Antonio Losilla, el presunto asesino de su esposa, Pilar Cebrián, una mujer de Ricla (Zaragoza) que está desaparecida desde abril de 2012. Su marido tardó más de un mes en presentar la denuncia por desaparición, un tiempo que los investigadores consideraron excesivo y que ya le puso en la diana de las sospechas. Además, la policía encontró restos de sangre en la casa familiar. Y, para colmo, en octubre de 2012 unos agricultores encontraron en un pueblo cercano una cabeza y un brazo de mujer semienterrados. En ese momento Antonio Losilla fue detenido.
La suerte, a veces, se alía con los buenos. Esos restos humanos podían, en un primer vistazo, confundirse con los de Pilar Cebrián. De hecho, la policía pensó que así era y detuvo inmediatamente a su marido. Cuando se hicieron las pruebas de ADN para identificarlos plenamente, ¡sorpresa! No eran de Pilar, sino de otra mujer desaparecida en Cadrete, un pueblo cercano a Ricla. La víctima era Vanessa Barrado Hernández, una mujer de 27 años desaparecida dos meses después de que lo hiciese Pilar, en junio de 2012.
El problema para Antonio Losilla fue que cuando le detuvieron y le dijeron que habían encontrado los restos de su esposa, él también se lo creyó y antes de que llegase un abogado, de manera informal, confesó a la policía que había descuartizado a su esposa. Dijo que tras una discusión, ella se cayó por las escaleras y murió. Luego, asustado, él decidió descuartizarla… Pero no dijo dónde dejó los restos.
Casi dos años después no hay ni rastro del cuerpo de Pilar, porque el marido, que sigue encarcelado, no ha dicho nada más después de aquella conversación informal en la que confesó. El Grupo de Homicidios de Zaragoza ha trabajado a destajo buscando el cuerpo: en pozos, ríos, granjas abandonadas… Y no ha encontrado nada. Y así estaban las cosas cuando se produjo el providencial encuentro entre Cristina Andreu, una psicóloga forense adscrita a los juzgados de violencia de género de Zaragoza, y el doctor José Ramón Valdizán, un neurofisiólogo jubilado. Se encontraron en diciembre de 2012 en el hospital Miguel Servet, en el que el médico había trabajado hasta su jubilación, y hablaron del caso de Pilar Cebrián, que el neurofisiólogo seguía con atención.
Y aquí llega la propuesta del doctor jubilado, que puede cambiar para siempre la metodología de la investigación criminal. El doctor Valdizán, que de manera muy amable se dejó abrasar con nuestras preguntas durante un largo rato para preparar este territorio negro, pese a estar jubilado es un estudioso de su campo, así que desde hace años sabía que, por ejemplo, la CIA empleaba la búsqueda de la onda P300, la onda cerebral de la memoria episódica, para sus investigaciones antiterroristas. Y que desde hace unos quince años se empleaba con bastante éxito en Japón, un país en el que se hacen unas 5.000 pruebas de este tipo al año a sospechosos de todo tipo de delitos.
El doctor le propuso a la psicóloga someter a Antonio Losilla a esta prueba: Valdizán le aseguró a su colega que si el sospechoso veía las imágenes del lugar en el que se había deshecho del cuerpo de su mujer, su cerebro emitiría inmediatamente esa onda P300, que quedaría registrada y le delataría.
No fue fácil que se admitiese esta prueba. De hecho, pasaron diez meses desde que el doctor Valdizán le hizo la propuesta a la psicóloga hasta que le llamaron para que expusiese su idea delante del juez instructor. Para terminar de convencer al magistrado, el doctor hizo un experimento: realizó la prueba a dos policías, uno que conocía perfectamente el caso y otro que no sabía nada de la desaparición de Pilar Cebrián. El cerebro del agente que había trabajado en el caso lanzó en varias ocasiones esa delatora onda P300…
En principio la prueba, es como un electroencefalograma. Se le pone un gorro con electrodos al individuo a analizar. Esos electrodos van conectados a un amplificador, que amplifica un millón de veces las ondas del cerebro. Se sienta el sujeto frente a un monitor, por el que se proyectan fotografías, imágenes o textos. El tipo que se somete a la prueba no tiene que realizar ninguna actividad, solo mirar… Pero su cerebro está respondiendo a esas imágenes, lanzando ondas que son registradas por el aparato.
Y entre esas ondas está esa onda delatora, la P300. Es una onda cerebral asociada a la memoria episódica, a la memoria que tenemos de algo que hemos vivido, personalmente, sin duda. El doctor Valdizán nos ponía un ejemplo muy claro: la onda P300 es mucho más alta si nos proyectan una imagen de, por ejemplo, la basílica del Pilar, y hemos estado allí que si, simplemente, sabemos que eso es la basílica del Pilar porque la hemos visto en fotografías o en imágenes de televisión. Y cuanto más alta es esa onda, más vívido es ese episodio.
Losilla estuvo 116 minutos viendo fotografías de lugares dudosos, de posibles lugares del crimen, sitios en los que pudo haberse deshecho del cuerpo de su esposa. Y entre esas imágenes, los investigadores colaron imágenes de lugares que la policía ya había descartado por completo. También le pasaron las mismas fotos varias veces, en distinto orden. Además, se le enseñaron textos que decían cosas como: “Pilar está enterrada debajo de un árbol” o “Pilar está en el río”…
Ocurrió el pasado 18 de diciembre en el hospital Miguel Servet, en Zaragoza. Antonio Losilla fue conducido a una pequeña estancia, en la que estuvo acompañado por un policía y una enfermera y leyó y vio durante casi dos horas esas frases y esas imágenes. En otra estancia, el juez, el secretario, el abogado del sospechoso y el de la acusación, la enfermera encargada de la máquina, la psicóloga Cristina Andreu y el doctor Valdizán, que tenía delante tres monitores: uno que mostraba las mismas imágenes que veía Losilla, otro que estaba conectado a una cámara que enfocaba el rostro del sospechoso y un tercero, que era el más importante para él y que reflejaba las ondas cerebrales del sujeto analizado.
El doctor Valdizán fue el encargado de la lectura de esas ondas, de buscar esa P300 y asociarla con las imágenes o con las frases. Mediante un sistema de percentiles, como el que se aplica al peso y la estatura de los niños, el neurofisiólogo hizo un informe al juez sobre las imágenes que él consideraba como más relevantes, que habían generado una onda P300 de mayor altura. El doctor ha sido extremadamente discreto con los resultados de la prueba, pero por otras fuentes hemos sabido que el manos hay dos lugares en los que la policía puede buscar ahora con mayor ahínco el cuerpo de Pilar. Son los lugares marcados por esa onda P300 del cerebro de su marido.
Al parecer es imposible engañar a esa onda de la memoria episódica, que salta sin que nosotros podamos hacer nada. Los polígrafos tradicionales, las máquinas de la verdad de infausto recuerdo televisivo, miden la frecuencia cardiaca y respiratoria del sospechoso y, además, durante la prueba hay que contestar preguntas. De forma que sujetos bien entrenados y sobre todo los psicópatas, lo pasan con cierta facilidad. En este nuevo sistema, el sujeto no hace nada, es su cerebro y las ondas que emite el que responde.
Es una técnica de investigación interesante y que puede aportar indicios, pero hay muchos expertos, policías y criminólogos, como Beatriz de Vicente, que la matizan. En los dos casos en los que se va a aplicar ya en España, no existen imágenes que mostrar de los cadáveres del cuerpo de las víctimas. Volviendo al caso de Marta del Castillo, Miguel Carcaño recordará seguramente el puente del Guadalquivir, el vertedero, la finca… Pero puede recordarlo por muchos motivos, no solo por haber dejado allí el cuerpo. Aseguran que sus resultados no serán definitivos, aunque pueden ser un indicio. Muy distinto sería en otros casos sin resolver, por ejemplo, el asesinato de la niña Asunta Basterra.
En el caso de Asunta, la Guardia Civil y el juez sí tienen imágenes del cuerpo de la niña, de cómo la dejaron, del lugar. Con detalle. Y aunque algunas están en el sumario, y la madre y el padre han podido verlas, hay fotos de Asunta, ya muerta, que podrían proyectársele a los padres. Si reaccionaran con esa onda P300 de la memoria, sería una buena prueba, estarían recordando algo que ya vivieron. Aunque aquí, como en casi todo lo del territorio negro, hay un problema, esta prueba solo puede hacerse si los sospechosos o acusados dan su autorización.
Decíamos al principio que esta técnica se emplea ya en Japón hasta en 5.000 casos al año. En Estados Unidos hace años que la CIA lo hace de manera, digamos extraoficial, con sospechosos de terrorismo. El doctor Lawrence Farwell fue el primero que lo empleó oficialmente en una causa criminal, en el año 2000. Acudió a Missouri para someter a esta prueba a James Grinder, un tipo sospechoso de varios crímenes sexuales en los últimos 15 años, pero al que la policía no había acabado de atrapar por falta de pruebas. Lo curioso de este caso es que ni siquiera fue necesario interpretar la prueba, porque el propio criminal se dio cuenta de que su cerebro le estaba delatando. Al acabar el test pidió hablar con el fiscal para llegar a un acuerdo y evitar que la prueba de la onda P300 fuese empleada como prueba ante un tribunal.
Y pensando en el caso de Asunta y dándole la vuelta al argumento, esa prueba P300 también puede librar a un inocente de la cárcel o de, en el caso de Estados Unidos, el corredor de la muerte.
No nos consta que haya servido para salvar a un condenado a muerte, pero sí sirvió para sacar de prisión a Terry Harrington, un hombre que llevaba 23 años en prisión por un crimen del que fue acusado cuando tenía 17 años: el capitán de policía retirado John Schweer, fue asesinado en la tienda de coches en la que trabajaba como vigilante. Terry fue acusado del crimen y condenado a cadena perpetua. El testimonio de un testigo, que recibió una recompensa de 5.000 dólares fue definitivo para condenar a Terry, pese a que tenía una coartada con testigos: había estado en un concierto con su ex entrenador de fútbol americano.
La peluquera que le cortaba el pelo en prisión ayudó a Harrington cuando éste ya llevaba 20 años en prisión. Logró el expediente policial, se puso en contacto con un abogado y éste contrató al doctor Farwell. El científico sometió a Terry a la prueba de la onda P300 y demostró que el condenado no tenía ningún recuerdo del hecho del que estaba acusado. Ni siquiera del lugar en el que se produjo el crimen. Harrington fue puesto en libertad.