Territorio Negro: El secuestro de El Brujo Quini. 35 años después
El Territorio Negro nos lleva hacia el pasado. Hacia los días siguientes al golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Una semana después, el 1 de marzo, el que era mejor futbolista de España, Enrique Castro Quini, entonces delantero centro del Barça, era secuestrado a punta de pistola en la puerta de su casa, en Barcelona. Vamos a repasar lo ocurrido en aquellos convulsos días de marzo.
Nos situamos, España está despertando, reaccionando al intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. La vida seguía entre asesinatos de ETA (mató a 31 personas ese año, la mayoría militares y guardias civiles), también de grupos ultraderechistas como el Batallón Vasco Español, de extrema izquierda como el Grapo y separatistas catalanes como Terra Lliure. Ese año, 1981, es el que terroristas de Terra Lliure, por ejemplo, secuestran y disparan en una pierna al entonces profesor Jiménez Losantos.
En ese ambiente, la liga de fútbol sigue y el domingo 1 de marzo el Barcelona gana 6-0 al Hércules de Alicante. Las estrellas del equipo son Schuster y Quini, el delantero centro, que ese día marca dos goles y encabeza el Pichichi. Tras el partido, Quini pasa por su casa y sale para coger el coche e irse hacia el aeropuerto a recoger a su mujer, Nieves, y a sus dos hijos, que vienen a verle desde Asturias.
Y Mari Nieves, la mujer de Quini, no le ve en el aeropuerto. Va a casa con sus hijos y allí tampoco está su marido, el entonces delantero centro del Barcelona. Y llama al club y luego a la policía. Es difícil explicar lo que era entonces Quini. En cuanto a números, diremos que es todavía hoy el máximo goleador de la historia de la liga si se suman goles en primera y segunda división. Ganó siete veces el pichichi (el trofeo de máximo goleador) a pesar de jugar en un equipo pequeño, al que el entre otros hizo grande, el Sporting de Gijón. Entonces un futbolista estaba sometido al derecho de retención y no podía irse de su club si éste no le daba permiso. A Quini el Sporting se lo dio cuando tenía ya 30 años. Y en su primer año en el Barcelona llega el secuestro.
La primera llamada en la casa de Quini donde la Policía instala el operativo es la de un hombre que dice hablar en nombre del Batallón Catalán Español y proclama que “un equipo de fútbol separatista no puede ganar la liga”. Reclama 350 millones de pesetas por la libertad del futbolista. Puede sonar a broma, pero entonces existía el Batallón Vasco Español, un grupo ultra parapolicial, antecedente de los GAL, que cometió asesinatos de etarras, dirigentes y simpatizantes de Herri Batasuna, entre otros aun sin aclarar, uno de ellos, Francisco Javier Ansa, cometido apenas dos días después del secuestro de Quini.
El caso es que aquella llamada no era auténtica y es el tercer día, la noche del 3 de marzo de 1981, cuando llega la primera comunicación real de los secuestradores de Quini, que hablan con el negociador de la familia, otro futbolista.
La policía eligió para hablar con los secuestradores al compañero de Quini, José Ramón Alexanco, alias Talín, un fornido defensa central vasco entonces en el Barca. Alexanco recibe la petición de los secuestradores: quieren cien millones de pesetas a cambio de dejar en libertad a Quini.
Desde aquella noche, la policía monta un dispositivo enorme para liberar al futbolista. Entre otras cosas, un agente duerme en el sofá de la casa de Quini. Allí, dentro de un cuarto de baño, están bajo llave los cien millones de pesetas. Cada noche, varios agentes devolvían el dinero al banco y cada mañana lo volvían a traer por si los secuestradores ordenan pagar el rescate.
Y se producen esos primeros intentos de cobrar el rescate. Los secuestradores piden que el dinero se deje en una papelera, pero ven que hay vigilancia cerca y nunca acuden. Alexanco, el compañero de Quini, llega a viajar a Perpignan, al otro lado de la frontera francesa, para hacer el pago de los cien millones, también bajo vigilancia policial, pero aquella vez tampoco resulta. Los captores se enfadan, llaman casi cada día y amenazan con cortar un dedo del futbolista. Para mostrar que Quini sigue vivo, dejan en una cafetería una cinta grabada con la voz del futbolista asturiano.
Esas llamadas, iban a ser 21 comunicaciones entre los secuestradores y el futbolista Alexanco, dan algunas pistas a los policías. Lo primero, el que habla es una persona española, con acento aragonés. Además, los secuestradores no parecen demasiado profesionales. Pero el viaje de Alexanco a Francia hizo pensar que Quini pudiera estar allí, en manos de delincuentes del sur de Francia o mafiosos de Córcega. Los maestros y compañeros Eduardo Martin de Pozuelo y Jordi Bordas contarían años después que se entrevistaron en Perpignan con un mafioso francés, viejo conocido suyo. Su mensaje fue nítido: Quini no está en Perpignan ni en ningún lugar de Francia. Búsquenlo en España.
Ese camino de Barcelona a Zaragoza –poco más de 300 kilómetros- se le hizo eterno a Quini. Y en una nueva comunicación los secuestradores vuelven a poner el foco en el extranjero. Quieren cobrar los cien millones del rescate en una cuenta corriente abierta en Suiza.
No estaba mal pensado. Los investigadores, dirigidos por Francisco Álvarez, al que llamaban el cerebro y que luego sería nombrado jefe del mando antiterrorista con el PSOE (y condenado por los GAL, aunque esta es otra historia) consiguieron que Suiza rompiera el secreto bancario. Y consiguieron también que una firma de relojes suizos, Omega, pusiera tres millones de pesetas para cebar a los captores. Así que ese dinero se ingresó en la cuenta dada por los secuestradores.
No podía entregarse todo el dinero por el riesgo de no ver nunca más a Quini. Por otro lado, los secuestradores habían explicado en una de sus conversaciones con Alexanco su desesperación por liberar a su captor. Llegaron a decir: “nos está costando un dineral tener a ese hombre ahí parado”. La policía decidió tentar a los captores y tenderles esa trampa con menos riesgo. Les prometió un primer pago de un millón de pesetas en Suiza como gesto de buena voluntad.
La policía tenía ya también una copia del pasaporte con el que una persona había abierto la cuenta corriente en Suiza. Se trataba de Víctor Manuel Díaz Esteban, trabajador de un taller mecánico de Zaragoza que estaba en paro y no tenía antecedentes penales. El pasaporte (la copia, por cierto, la trajo en su cabina un piloto de Iberia que hacía el vuelo desde Suiza a Madrid, eran tiempos sin Internet) era bueno. Solo había que esperar.
Y hasta Suiza se fue a cobrar este mecánico aragonés. Llegó al banco y sacó un millón de pesetas, en dólares, de la cuenta corriente abierta para cobrar el secuestro de Quini. Fue detenido en el aeropuerto de Ginebra cuando se disponía a regresar a España. Iba a coger un avión a París, para luego seguir camino de vuelta a Zaragoza.
Víctor Díaz Esteban confiesa pronto, esa misma noche. Los policías españoles le dicen que si habla entonces se le acusará de secuestro, pero si llega la medianoche ya se le acusará de asesinato, porque han pasado 24 días y así lo manda la ley española.
Pero la ley española, claro, no decía ni dice eso. Pero esa historia sirvió para que el mecánico cantara. Había ido a Suiza porque habían gastado, él y sus dos amigos, 250.000 pesetas ya en el secuestro de Quini, no les quedaba nada. El futbolista estaba dentro de un zulo habilitado en su antiguo negocio, un taller de reparación de motocicletas en la calle Jerónimo Vicens número 13 de Zaragoza. Custodiando a Quini estaban, dijo, el hombre que alquiló el local y era dueño de la furgoneta donde metieron a Quini, un mecánico llamado Sandino Tejela, y el electricista Fernando Martin Pellejero, que era quien hablaba con la familia y el futbolista-negociador Alexanco.
Y con esos datos obtenidos en Suiza, aquella noche, la del 25 de marzo de 1981, la policía acude al taller mecánico de Zaragoza y libera a Quini. Poco antes de las diez de la noche, agentes de Zaragoza y Barcelona irrumpen en el taller mecánico. Detienen a los otros dos secuestradores y liberan a Quini, que estaba dentro de un pozo de medio metro de ancho, construido en el suelo de un local aparentemente deshabitado. Lo ha contado él: cuando vio el cañón de una enorme Magnum (el arma que usa Clint Eastwood en las pelis de Harry el Sucio), se tapó la cara con un colchón para evitar que lo mataran.
En ese tiempo, el FC Barcelona jugó cuatro partidos, perdió tres y empató uno. La liga está perdida. Tiempo después se celebró el juicio y Quini perdonó a sus secuestradores, incluso renunció a la indemnización. El presidente del Barca, por cierto, no perdonó a Quini.
Los secuestradores fueron condenados finalmente a diez años de prisión. Se les redujo la pena (les pedían veinte años) porque se les aplicó la atenuante de estado de necesidad y porque trataron bien al futbolista. Su primera idea había sido secuestrar al futbolista alemán, Bernd Schuster, pero lo vieron complicado, sobre todo por asuntos de idioma, y eligieron a la otra figura del Barca, Quini.
En cuanto al perdón, la gente que no conozca a Quini quizá no lo entienda. Se habló de síndrome de Estocolmo entonces, pero es que Quini es así. En toda su carrera fue expulsado una vez y por equivocación. Mucho tiempo después, el futbolista se encontró con uno de los secuestradores sin ningún tipo de rencor. Quienes le conocen bien dicen que es mejor persona que futbolista, aunque para los que le vimos jugar, eso sea mucho decir.
Los secuestradores cumplieron su condena, recuperaron la libertad y Quini volvió al Sporting donde se retiró y donde ahora sigue… El taller donde estuvo secuestrado era hace un par de años un local de ensayo de grupos de rock. Sus secuestradores no volvieron a delinquir. Uno de ellos se vio con Quini hace unos años. No le guarda ningún rencor. Algunos amigos de Quini bromean con el hecho de que en 22 días ya había convencido a los secuestradores de que le pusieran una tele en el zulo donde, por cierto, estaba viendo el final del Inglaterra-España cuando le liberaron. Ya se los había ganado. Y otros hablan de un detalle también de humor negro. El bar donde los secuestradores compraban los bocadillos que le daban a Quini para comer y cenar se llamaba Bar La Mazmorra.
Después del secuestro, Quini ha recibido golpes muy duros, el peor, siempre lo cuenta, fue la muerte de su hermano Jesús Castro, que fuera buen portero del Sporting, ahogado en 1993 en una playa de Cantabria, en Pechón, tras salvar la vida de un padre de familia inglés y sus dos hijos que se estaban ahogando. Luego, superó un cáncer. Es un personaje único. El que quiera conocer más sobre su vida tiene un documental que hizo Rai García y que se llama “El Brujo frente al espejo”.