EL BLOG DE TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Ariel Castro. El depredador de Cleveland y otros esclavistas sexuales

Ariel Castro se ha convertido en uno de los mayores monstruos de la reciente historia criminal. Este hombre mantuvo secuestradas durante diez años en su casa de Cleveland a tres mujeres, a las que violó, torturó y, en algunos casos, hizo abortar. Castro es un perfecto ejemplo de esclavista sexual, un perfil criminal del que hoy hablamos en Territorio Negro y del que, afortunadamente, en España los ejemplos son muy escasos.

ondacero.es

Madrid | 13.05.2013 18:19

Arrancamos hablando de este tipo, Ariel Castro, que es probable que acabe enfrentándose a una sentencia de pena de muerte y cuya capacidad para hacer el mal parece infinita…

Ariel Castro tiene 52 años. Es miembro de una numerosísima familia originaria de Puerto Rico, compuesta por 20 hermanos, que están repartidos por distintos puntos de Estados Unidos y su país de origen. La familia Castro está bastante integrada en Cleveland, donde uno de los tíos de Ariel regenta desde hace más de 40 años una tienda de comida latina. Por su parte, Ariel es padre de tres hijos –dos mujeres y un hombre– y tiene también cinco nietos. Su hijo Ariel Anthony escribió cuando estudiaba la carrera de periodismo un reportaje en un diario local sobre la desaparición de Gina de Jesús, una de las mujeres que estaban secuestradas en la casa de su padre y que, además, había sido amiga íntima de otra de sus hijas.

La mujer de Ariel Castro y madre de sus tres hijos, Grimilda Figueroa, se marchó de la casa familiar en 1996, tras años de sufrir toda clase de abusos y malos tratos: su marido le rompió dos veces la nariz y varias costillas. Ella lo denunció varias veces e incluso le contó al juez en 2005 que su ex pareja retenía muchas veces a sus dos hijas, Emily y Arlene para alejarlas de ella. Grimilda murió el pasado año, mientras que una de sus hijas, Emily, cumple actualmente una condena de 25 años de cárcel por intentar matar a su propia hija, un bebé de once meses, al que realizó varios cortes en la garganta después de que su novio la abandonase.

O sea, este tipo encerraba ya a sus hijas, en una especie de ensayo siniestro de lo que luego haría con tres vecinas. El cuadro es terrorífico, desde luego. Precisamente por eso, parece aún más extraño que Castro pudiese estar diez años con tres mujeres escondidas en su casa sin que nadie sospechara nada.

Ariel Castro llevaba una vida aparentemente normal, rutinaria. Además, su mujer y sus hijos apenas le visitaban. Su otro hija, Arlene era la única que acudía de vez en cuando a la casa de los horrores y ahora ha contado que su padre tardaba mucho en abrir la puerta cuando llamaba y que le tenía vetado el acceso a ciertos puntos de la casa, con la excusa de que había mucha suciedad y prefería que no lo viera.

Castro trabajó como conductor de autobuses hasta el pasado mes de noviembre y hasta su detención seguía tocando con regularidad en bares de Cleveland, formando parte de bandas de jazz latino. Ariel era, según dicen allí, un excelente bajista. Eso sí, cuando regresaba a casa continuaba con el tormento a sus tres víctimas.

Hablemos ahora de ellas, de esas tres mujeres que han vuelto a la vida tras una década de torturas y cautiverio. Gina de Jesús parece que tenía algún lazo con la propia familia de su secuestrador.

Gina fue la última joven secuestrada por Ariel. Tenía 14 años cuando, el 2 de abril de 2004, Castro la subió en su coche, aprovechando que la adolescente le conocía, ya que era íntima amiga de su hija Arlene. De hecho, la propia Arlene apareció en el programa America Most Wanted en un reportaje sobre la desaparición de Gina.

Lo de capturar a personas que se conocen es algo frecuente en este tipo de criminales. Una de las personas que nos ha ayudado en este Territorio Negro, la profesora de Criminología Beatriz de Vicente, nos contaba que es muy frecuente que entre las víctimas de este tipo de criminales se encuentren personas que guardan relación con ellos, primero porque un depredador sexual empieza codiciando lo que ve y también porque para secuestrarlas utilizan lo que en criminología se llama la técnica del cazador trampero: ofrecer a la víctima llevarla en coche, solicitar alguna ayuda… Y si es conocida, se cae en la trampa con mayor facilidad.

Amanda Berry, la mujer que logró escapar y que destapó esta terrible historia, tenía 16 años cuando el 21 de abril de 2003 fue secuestrada por Ariel. Todo parece indicar que era la favorita del sádico, que la violó y la dejó llevar adelante su embarazo. Así nació la pequeña Jocelyn, que ahora tiene seis años. La niña se movía con cierta libertad, porque Ariel decía que era hija de su novia. Amanda encarna perfectamente uno de los tipos de esclavas sexuales que distinguen los criminólogos: la que simula sometimiento y busca constantemente escapar, como así hizo. Un caso muy distinto al de la primera de las secuestradas, Michelle Knight

Michelle era la mayor –tenía 21 años cuando la capturaron– y la menos conocida de las tres mujeres, la única cuya desaparición no provocó revuelo, ni siquiera en su familia.

La desaparición de Michelle, el 30 de agosto de 2002, fue considerada una fuga voluntaria, ya que en aquel momento acababa de perder la custodia de un hijo. La joven Michelle procedía de una familia muy rota, ella misma había sido madre con 13 años y había sufrido una violación. Fue la primera secuestrada por Ariel y la que se llevó la peor parte: de hecho, estuvo en el hospital hasta el pasado sábado. Tenía varios huesos fracturados y padece una sordera parcial, fruto de las palizas que le daba su secuestrador, que le provocó hasta cinco abortos, algo también habitual en estos criminales.

Un informe policial revelado por el New York Times señala que Ariel Castro provocaba los abortos de Michelle dejándola sin comer hasta dos semanas y dándole patadas en el vientre. Fue la que más se resistió y en la lógica terrible de Castro, cuando otras mujeres iban llegando secuestradas a esa casa, veían a Michelle destrozada y eso era la mejor forma de vencer su resistencia y de hacerlas entrar en pánico.

Pero, además, Michelle era empleada por su secuestrador como la esclava dentro de las esclavas. Fue la que atendió el parto de Amanda en una piscina hinchable. Ariel la amenazó con matarla si durante el nacimiento les pasaba algo a la mujer o a la niña. Castro trató con menos dureza, siempre dentro de lo terrible, a las otras dos chicas. No por bondad ni por arrepentimiento.

Como nos explica el criminólogo y amigo Vicente Garrido, lo hizo seguramente para evitar que alguna sufriera lesiones graves o tuviera que ir al hospital, es decir por un espíritu práctico dentro de su crueldad. Las secuelas en Michelle parecen algo más serias que en las otras dos secuestradas, ya que ni siquiera ha querido recibir la visita de sus familiares en el hospital, de donde salió para refugiarse no en casa de su familia, sino en la de la tercera víctima, Gina de Jesús.

Mucha gente se preguntará en este caso, como en el de Natascha Kampusch, aquella joven austriaca, si estas mujeres hicieron los suficiente para poder escapar. Lo cierto es que lo que vamos conociendo no hace pensar, ni de lejos, en algo así. Ariel Castro responde a la perfección al perfil de lo que los criminólogos llaman ‘amo’: depredadores que buscan poder y control, crean micromundos donde ellos son los dueños absolutos de la situación y mantienen a las víctimas bajo un reinado de terror psicológico. Así lo hizo Ariel, que sometía a las mujeres a un régimen de torturas y terror que podríamos calificar hasta de sádico y perverso.

Por ejemplo, de cuando en cuando las llevaba al sótano donde las había mantenido encadenadas en las primeras semanas de su secuestro, amenazándolas con que podrían regresar allí en cualquier momento si desobedecían sus órdenes. Incluso llegó a conseguir que ni siquiera cuando él desaparecía de la casa, las mujeres intentasen huir.

Ariel inventó un sistema muy perverso. En los primeros meses de cautiverio de las mujeres, a veces simulaba que se iba de casa. Luego, cuando sus prisioneras intentaban escapar, irrumpía en la escena y las castigaba de manera terrible. Así consiguió aterrorizar a las mujeres, anularlas de tal forma que parecían haber renunciado a la fuga, ante el temor a las represalias y trataban de conseguir  los pequeños premios que su captor les ofrecía, consistentes por ejemplo en dejarlas ir al baño o darse una ducha si se portaban bien. Imaginemos un momento, por favor, lo que puede significar una ducha o algo de comida o simplemente oír la radio un rato, en una situación así. Eran como prisioneras en un campo de concentración y querían sobrevivir.

Otro ejemplo, Castro las hacía celebrar como un cumpleaños el aniversario del día que las había secuestrado. Las hacía comer tarta. Esta crueldad puede parecernos extraña, retorcida, pero en otro campo criminal, algunos militares de la dictadura argentina entre los años 76 y 83 del siglo pasado fueron capaces de llevar a algunas de sus víctimas, mujeres, a cenar alguna navidad en casa de sus familias. Luego, volvían a encerrarlas y torturarlas.

En cuanto a Natascha Kampusch, muy pocos entendieron que, por ejemplo, comprara la casa y hasta el coche, un BMW rojo, del que fuera su carcelero, Wolfrang Prikopl. La joven aseguró que así evitaba que se construyeran adosados o que cayeran en manos indeseables. Volviendo a la casa de Cleveland, ya hemos dicho que Amanda era la favorita de Ariel Castro y, seguramente, la que tenía más libertad de movimientos, porque había logrado engañar a su carcelero, simulando sumisión y obediencia absoluta. Por eso fue ella la que finalmente logró escapar y provocó la liberación de las otras.

Parece increíble que la pesadilla durase diez años, en los que, recordemos, algunos vecinos recuerdan haber visto a mujeres semidesnudas y encadenadas… Pero en este tiempo ningún policía llamó a la puerta de Ariel…

Esto tiene varias explicaciones, según los expertos a los que hemos consultado. La primera es que Ariel Castro responde a ese perfil de ‘amo’ poderoso que pasa inadvertido fuera del micromundo en el que viven sometidas sus víctimas: es un amable vecino, incuso encabeza movimientos para buscarlas. Y la segunda tiene más que ver con la idiosincrasia anglosajona. El calvinismo hace que lo que ocurre puertas adentro de una casa se convierta fácilmente en un secreto, por terrible que sea. Nadie pregunta por ello. En los países latinos hay mucho más chismorreo e intromisión de los vecinos… Para lo bueno y para lo malo.

Casi todos los casos similares a este de la casa de los horrores de Cleveland han ocurrido en países anglosajones. Los criminólogos distinguen varios tipos de agresores que someten a esclavas sexuales: los que actúan en parejas –como el matrimonio de Fred y Rosemarie West, que tuvieron hasta doce mujeres encerradas en las mazmorras de su casa de Gloucester (Inglaterra), aquí recomendamos un libro de Gordon Burn editado por Anagrama, Felices como Asesinos, pero advertimos que es muy duro, casi un documental sobre el caso–, algo de eso hubo también en el caso del belga, pederasta y asesino Marc Doutroux y su esposa, cómplice, también están los que actúan dentro de la familia, casi siempre padres que abusan de sus hijas… En cuanto a los amos que actúan de manera individual, tal y como hizo Ariel Castro. Hay varios ejemplos perfectos en Estados Unidos y además, alguno inspiró a personajes de ficción.

Se trata de Gary Heidnik, un criminal que vivió y mató en Philadephia durante los años 80. Construyó un foso en su casa en el que tuvo secuestradas a seis mujeres y asesinó a dos de ellas. Las torturaba con descargas eléctricas, las cortaba la lengua si chillaban e incluso dio a sus cautivas para comer los restos de una de las que mató. Fue detenido porque una de sus esclavas logró escapar. En 1999 fue ejecutado en una prisión de Pensilvania con una inyección letal. Efectivamente, fue el que inspiró a parte del personaje de Buffalo Bill, que recordemos que metía en mazmorras a sus víctimas, a las que cortaba la piel a tiras, tal y como hacía otro asesino real, Ed Gain.

Y hay otro ejemplo del caso contrario: un asesino que estaba obsesionado con una obra de ficción y que se inspiró en ella para cometer sus crímenes.

Christopher Wilder había memorizado pasajes enteros deEl Coleccionista, una novela de John Fowles, que cuenta la historia de un coleccionista de mariposas que encierra en su casa y somete a una joven con la que estaba obsesionado. La historia tuvo una versión cinematográfica dirigida por el gran William Wyler. Lo cierto es que el asesino de verdad, Wilder secuestró al menos a doce mujeres y mató a ocho de ellas por todo Estados Unidos, aunque se sospecha que tuvo muchas más víctimas. Se suicidó cuando la policía le había rodeado en 1984, después de que una de sus secuestradas lograse escapar.

Sin embargo, no es un fenómeno exclusivamente norteamericano el de estos repugnantes amos. En culturas tan alejadas de la anglosajona como la china también se ha dado algún caso.

Li Hao, un ex funcionario del gobierno chino, fue condenado a muerte en 2011 por secuestrar, torturar y someter sexualmente a seis mujeres y haber asesinado a dos de ellas. Captaba a sus víctimas en karaokes y night clubs y las encerraba en una mazmorra construida en su casa. Li forzó a las seis mujeres a prostituirse y las filmó para vídeos pornográficos que posteriormente colgaba en Internet. Posteriormente ordenó a tres de las mujeres que asesinaran a otras dos. Una de las víctimas escapó y denunció a Li…

En España el caso más similar lo encontramos en un tipo llamado Ángel Cantero, padre de tres hijas. Este hombre había nacido en Cilleros, un pueblecito de Cáceres, y vivía en Bera de Bidasoa, en Navarra, donde pasaba por ser un buen albañil y un buen vecino. Cantero abusó sexualmente de sus tres hijas durante quince años y en 2008 fue condenado a 94 años de prisión, que ahora está cumpliendo. El juicio fue tremendo y en él las hijas describieron que comenzaron a sufrir abusos cuando tenían tres años.  La madre de las niñas, a las que ellas acudieron en busca de ayuda, declaró durante el juicio a favor de su marido.

Sería un caso similar al del austriaco Joseph Fritzl, el llamado monstruo de Amsteten. Pero volviendo al psicópata de Cleveland, Ariel Castro, él asegura en una carta escrita hace muchos años, cuando había secuestrado ya a dos de sus víctimas, que sufrió abusos sexuales cuando era niño. ¿Puede influir ese sufrimiento en su conducta?

No hasta ese punto, ni mucho menos, y siempre aceptando como cierto lo que escribe Castro sobre que su tío abusó de él cuando era niño, que puede ser perfectamente mentira. Sí es cierto que hay estudios neurológicos que reflejan cómo cambia el cerebro en los niños maltratados, por ejemplo. También hay estadísticas que recogen que hasta un 25 por ciento de las personas que sufren abusos en su infancia se convierten luego en abusadores de sus hijos o de otros niños. Pero, en el caso de Castro vamos a seguir a uno de los mayores expertos españoles en psicópatas, el profesor Vicente Garrido. Garrido nos dice que Castro es un psicópata sexual, que estaba integrado en la comunidad, que mantenía una página de facebook donde escribía con frecuencia cosas como “me alegras el día” o recordatorios dedicados a una mujer donde advierte que no hay que usar a los hijos en caso de separaciones porque se les hace daño.

O sea, que este Ariel Castro no es una víctima. Era perfectamente consciente, pero este territorio de hoy hay poco sitio para la esperanza, al menos en lo que se refiere a la capacidad de algunas personas para hacer el mal, para hacer daño. Castro dejó de secuestrar mujeres simplemente porque no tenía logística, no tenía espacio para más, no le cabían más en casa sin arriesgarse a ser descubierto. Si hubiese tenido una casa más grande, con más espacio, seguro que habría llevado allí a más jóvenes para convertirlas en sus esclavas.

Siguiendo con el profesor Garrido, nos habla de tres claves para que las víctimas sigan adelante porque ninguna olvida y todas llevan esas cicatrices para siempre. Su futuro dependerá de su fortaleza, su personalidad, del apoyo familiar y vecinal que reciban y del tipo de abusos que hayan sufrido. Los mejores estudios de supervivientes se hicieron sobre los presos de campos nazis en la segunda guerra mundial. Y nos referimos a  dos tipos brillantes y lúcidos que pasaron por aquel infierno y sobrevivieron y parecía que lo habían superado. El maravilloso escritor italiano Primo Levi, capaz de contar luego el horror como nadie, y el psiquiatra austriaco Viktor Frankl,  que creó toda una escuela de pensamiento y escribió “el hombre en busca de sentido”. Pues bien, todo indica que Levi se suicidó en 1987; mientras que Frankl murió plácidamente años después.