Almonte. El crimen de la Virgen del Rocío
Quién puede matar a un niño se preguntaba el gran Chicho Ibáñez Serrador en una película del siglo pasado. Quién pudo matar a una niña, a María Domínguez Olmedo, una cría de ocho años que fue encontrada por sus abuelos en su casa de Almonte (Huelva) con 104 puñaladas en su cuerpo. En otra habitación de la casa estaba también muerto su padre, Miguel Ángel Domínguez. De ese terrible crimen, cometido en plena preparación de los actos de celebración de la Virgen del Rocío, en abril de 2013 hablaré hoy en Territorio Negro.
Viajamos a esa romería del Rocío y al pueblo de Almonte, en Huelva, a finales de abril de 2013. La mayoría de vecinos están preparando las calles para lo que llaman la última sabatina. Pero en las calles faltan un padre y su hija
Los rocieros preparan ese 27 de abril las celebraciones del último sábado antes de trasladar a la Virgen al Rocío para la romería. El pueblo está lleno de vecinos y turistas, pero ni ese día ni los dos siguientes ve nadie a un trabajador del Mercadona, Miguel Ángel Domínguez, ni a su hija María, de ocho años. Dos días después, los abuelos de la niña, preocupados, acuden a la casa de la avenida de los Reyes y encuentran una escena terrible, un baño de sangre, y a sus dos seres queridos muertos.
Y lo primero que se investiga es la escena del crimen, que para quienes saben de esto, la Guardia Civil, dice bastante. Sin entrar en muchos detalles. La niña está en su habitación vestida con una camisa blanca y unas braguitas. Tiene puñaladas, 104, por todo el cuerpo, pero está tapada con una manta. En el dormitorio del matrimonio está el cuerpo desnudo del padre, Miguel Angel Domínguez, con 47 puñaladas más, en el antebrazo lleva tatuado el nombre de su hija. El asesino o asesinos no se llevaron nada, no robaron nada de la casa, ni siquiera 290 euros de una hucha que estaba abierta y, y este es un dato importante, no forzaron la cerradura. O bien tenían llave o bien los que luego fueron sus víctimas les abrieron la puerta.
Alguien cercano está implicado. Es un asunto personal: no es un robo y podía tener llave de la casa… Y un dato a tener en cuenta, mata a una niña de forma cruel, terrible, y sin embargo luego tapa su cuerpo. Los especialistas de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil y la mayoría de los criminólogos te dirán que eso es un indicio más de que el asesino conocía a la víctima, la tapa porque le da vergüenza que le mire, dejarla así, hay una relación anterior entre ellos. Hay un punto de remordimiento o de, al menos, vergüenza en el asesino.
La escena del crimen, la casa, es todo un baño de sangre, pero que afuera no se encuentra nada, ni una gota, ni una huella. Y esto vuelve a cantar para los investigadores. El arma del crimen no aparece, no falta ningún cuchillo en la casa, cuentan luego los familiares. Tampoco hay huellas de sangre en el portal ni en las escaleras, de forma que la Guardia Civil cree que el asesino se llevó el arma y también una muda de ropa para, tras cometer los crímenes, limpiarse a conciencia y salir tranquilamente de la casa.
Y lo que hace luego la Guardia Civil es investigar el entorno de la víctima, la vida entera de ese padre de familia que trabajaba en el Mercadona de Almonte. Miguel Ángel era un tipo tímido que llevaba muy mal la separación de su mujer, Marianela, que se había ido de la casa familiar apenas 19 días antes de los crímenes. Ella había conocido en el trabajo a otro hombre, Francisco Medina, con el que había iniciado una relación, y se había ido de casa. De hecho, lo primero que se comenta en el pueblo es que el padre podía haber matado a la niña para vengarse de la madre y luego suicidarse. La autopsia y otras pruebas descartaron esa idea muy pronto.
Y la Guardia Civil investiga entonces todo el entorno del barrio, de la casa del crimen. Comprueban varios testimonios que hablan de algunas personas: un marroquí que se había presentado en un centro de salud el mismo día del doble crimen con varios cortes en el brazo, el dueño de un pub con el que la víctima se había cruzado denuncias porque los ruidos le molestaban, un rumano al que Miguel Ángel sorprendió robando un perfume en el Mercadona y al ser detenido le amenazó de muerte… Se interesan mucho también por la historia de un vecino de las víctimas. Es el dueño del piso de al lado, mismo portal, misma casa, misma puerta, pero con otra letra. Este hombre tenía una deuda con gente digamos problemática, vinculada a tráfico de hachís y le habían entrado a robar en su casa varios meses atrás. El hombre, impresionado por los asesinatos, se presenta y lo cuenta por si el criminal se hubiese equivocado de puerta: es decir, quisiera haberlo matado a él y hubiera entrado en la puerta de al lado, donde estaban Miguel Ángel y su hija.
Pero todas esas líneas de investigación van quedando descartadas. Y los guardias civiles se fijan en la casa de al lado del crimen, en los vecinos que están puerta con puerta. Hablamos de un doble asesinato, un padre y su hija, de más de 150 puñaladas, los vecinos podían haber oído algo… Oyeron mucho. En la casa de al lado vivían entonces un matrimonio ecuatoriano y sus tres hijos. Lo que ocurre es que les costó colaborar con la Guardia Civil por motivos domésticos. Primero no contaron casi nada, pero luego explicaron que prácticamente escucharon los crímenes a tiempo real. Uno de ellos, Fredy, asegura que mientras hablaba por teléfono con una amiga, oyó discutir, hacia las diez de la noche, a dos hombres, españoles, con acento almonteño los dos. Uno le decía al otro: “¿qué haces aquí? Lárgate de aquí, que ya me tienes harto”. Escuchó también insultos, como gilipollas, y ruidos de una gran pelea. Dijo que “parecía que la casa se venía abajo”.
Los vecinos oyen insultos, la pelea, y escuchan algo más, algo peor. Uno de los dos hombres deja de hablar. Y entonces se oye la voz de una niña, de aquella niña, María Domínguez, de ocho años. Fredy dice que entonces oyó a través de la pared a la niña decir, “no, por favor, por favor, no”. Luego, dejó de oírse la voz de la niña y se escuchaba a alguien caminando y haciendo ruidos, “como limpiando algo”, declaró este vecino a la Guardia Civil.
Y este vecino bajó a ver la televisión con su madre. Pero su hermana también oyó la pelea. Dayse, se llama así, estaba vistiéndose para salir, en su dormitorio, y a través de la pared escuchó la voz del vecino decir a alguien: “lárgate, lárgate, aléjate de mi hija”. La chica cuenta que la pelea duró unos dos minutos, que se oía a una niña llamar a su mamá y que luego, la voz de la cría perdía fuerza y decía, cada vez más bajito, papi, papi, papi…
El asesino le dio 104 puñaladas a esa niña. Y estos vecinos ni salen a la puerta, ni llaman a la Guardia Civil… pensaron que era una pelea sin más. El hermano se puso a ver la tele, la hermana salió a por unos granizados, pero sí escribió unos whatsapp a su novio que certifican lo que dice. Le pone que había porrazos en la casa de al lado y que hay una niña llorando.
Bien, con este mapa del doble asesinato, la Guardia Civil trabaja con la idea de que el autor ha sido alguien cercano, alguien conocido del padre. Y vuelven sobre su relación con su mujer, que se había ido de la casa familiar apenas 19 días antes. Descubren que Miguel Ángel sufría bastante por sus problemas con su esposa, con la que se había casado en 2001. Incluso, que acudía desde hacía años a un psiquiatra en busca de ayuda. Las cosas habían empeorado en los últimos tiempos. Marianela llevaba varios años, al menos cuatro, de relación primero clandestina y luego más o menos pública con Francisco Javier Medina, un compañero de trabajo del matrimonio. Este había dejado a su novia, Raquel, por ella. Meses antes del crimen, el asunto se había calentado. Miguel Ángel, incluso, le había escrito un sms al amante de su mujer en el que le recriminaba su comportamiento.
Imagino que interrogan a la esposa y madre de las víctimas y también a su novio, a ese compañero de trabajo. Marinela les cuenta que decidió seguir con su marido pese a tener otra relación por el bien de la educación de la niña. Pero que su amante la había presionado para elegir y que ella había decidido irse de la casa y volver de momento con sus padres mientras buscaba un piso para irse con su nueva pareja. La niña se llevaba muy bien con su padre y pasaba muchos días con él. La mujer también tenía una buena relación con su ex digamos, aunque seguían casados. Pasaba mucho por la casa y ayudaba en tareas del hogar, llevaba ropa…La mujer no cree que su novio pueda ser el asesino. La noche de los crímenes, le cuenta a la Guardia Civil, la pasaron juntos los dos.
En un principio el novio tiene coartada para la hora del doble asesinato. Afirma que esa tarde trabajó en el Mercadona, asegura que salió a las diez de la noche y que había salido del local junto a Marinela y a otros compañeros. Que los dos hicieron como siempre, fingir que se separaban y que la llamó desde el coche. Fue a comprar caracoles y hallullas, unos bollos de pan sin miga típicos de Almonte, en el bar La Trocha y alquiló en el videoclub la película El príncipe de Persia. Luego, dijo, pasó la noche con Marianela.
Y aquí empiezan los problemas para Francisco Javier Medina. Dos vecinos afirman ante la Guardia Civil, y ante el juez, que antes de las diez de la noche, lo vieron fuera del trabajo muy cerca del parque El Chaparral. Están seguros, y añaden que iba con su coche. Los investigadores acuden entonces a las cámaras de seguridad del centro comercial donde trabajaban los tres, la mujer, su amante y su marido. Comprueban, en efecto, que Marinela y otros compañeros aparecen trabajando hasta casi las diez de la noche; pero la ultima imagen grabada de Francisco Javier Medina la tarde del crimen es a las nueve y un minuto. En la última hora no hay ni rastro de él.
Puede decir que estuvo trabajando en otras zonas y que no pasó por los lugares donde hay cámaras Y lo dice. Pero las pruebas científicas van a darle otra muy mala noticia. Los investigadores encuentran su huella genética, su ADN en tres toallas recogidas en los cuartos de baño de la casa donde ocurrieron los crímenes. Los guardias civiles le preguntan entonces a Medina: ¿estuviste en la casa? Y el responde que sí, que dos o tres veces. Cuándo fue la última vez que estuviste? Insisten. Y el responde: hace mucho tiempo, unos tres años.
Y el ADN no hubiese durado allí tres años, porque imagino que hace tres años esas toallas no estaban allí o si estaban se habrían lavado bastantes veces. Medina se defiende entonces diciendo que el tenía frecuentemente relaciones sexuales con la mujer en el coche y que pudo ser ella la que entrara luego en la casa de su marido, se limpiara en las toallas y dejara allí su ADN, lo que se llamaría una transferencia
Para los profanos suena un poco extraño, pero puede ser, ¿puede ocurrir? Si, puede ocurrir. Si yo estoy contigo y tu te llevas por ejemplo un pelo mío en tu jersey. Aquí todo depende de la cantidad y la calidad. El informe del Instituto Nacional de Toxicología no deja muchas dudas: el ADN de las toallas no es una pequeña cantidad, es de Medina, en tanta cantidad como la del padre de la cría, que vivía allí. Incluso aparece solo, sin mezclar con el ADN de la madre, lo que desmiente también su coartada digamos sexual. Una huella hallada en un interruptor de la casa revela que los guantes que usó el asesino son compatibles con los que usan los trabajadores de Mercadona.
Y la policía científica encuentra también una huella de una zapatilla de deporte para la que digamos no hay respuesta. Se trata de una zapatilla marca Nike del 44 y medio. Medina calza un 42. Sin embargo, durante el registro de su casa, los investigadores abren su armario y encuentran unas Nike del 44 y medio, aunque de un modelo distinto al de la pisada hallada en el piso del doble asesinato. Los guardias civiles y la juez creen que utilizó unas zapatillas de otro número para engañar, precisamente igual que habría hecho al cambiarse de ropa, comprar comida, alquilar una película de vídeo (que por cierto luego confesó que no había visto) y quedar con su novia: Todo, afirman, respondía a un plan preconcebido.
Y catorce meses después del doble asesinato, la Guardia Civil detiene al novio de la madre como asesino de su ex pareja y de su hija. Está en prisión a la espera de ser juzgado. La hipótesis de la juez y los investigadores son los celos. Medina no soportaba que su pareja siguiera viéndose con su marido y teniendo buena relación con él. Que siguiera yendo por la casa, por ejemplo, a cambiar las fundas de unos colchones. Varios testimonios hablan de que era muy celoso y posesivo con Marianela, pero que, después del crimen, ya sin el marido ni la hija, cambió radicalmente y se convirtió en un apoyo básico para la mujer. La animaba a alquilar un piso para vivir juntos y planeaban tener un hijo.
Y el proceso que está sufriendo esa mujer. Ha perdido a su marido y a su hija. Y ahora ve que su pareja está acusada de la doble muerte. Pasó la noche del crimen y 14 meses más con él… En el pueblo digamos que ella no es muy querida. Ha necesitado la ayuda de un psicólogo para asumir esta historia. Ya no defiende, como al principio, a su novio, se ha sometido incluso a sesiones de hipnosis, ha soñado que su hija se perdía en un rio y aparecía… Para algunos en Almonte ella es la mala de la historia
Muy diferente es la opinión sobre Medina, el acusado del doble crimen. Muchos le defienden. Es devoto de la Virgen del Rocío, muy creyente, y su familia está muy integrada: Tiene un primo concejal por el PSOE que fue también hermano mayor de la hermandad matriz de la romería de El Rocío… Cuando le detuvieron, no quiso decir nada, solamente: “Os estáis equivocando conmigo, tened clemencia que yo no he hecho ná. Ay, virgencita”.