Secuestro y liberación de Kevin
Muchos de nuestros oyentes, yo diría que todos los que vieron el vídeo, se sobrecogieron con la brillante operación en la que los Mossos d'Esquadra, la policía catalana, rescató a Kevin, ese niño de 11 años que estuvo casi tres días secuestrado en un piso de Barcelona. Hoy, en Territorio Negro, contamos la historia, no solo de Kevin, víctima inocente, sino del padre del niño, que cumple condena por tráfico de drogas, y de su compañero de celda y supuesto cerebro del secuestro, un estafador y falsificador de moneda español llamado Fernando Barrionuevo Urbaneja.
Recordemos ese vídeo dramático que fue grabado por los Mossos d'Esquadra. Entran el 27 de septiembre en un piso de Barcelona y allí liberan a un niño de 11 años, que está atado y ha sido drogado. Sus captores le han pinchado, les dice el crío a los policías, que le tranquilizan con palabras de cariño y mucha dulzura…
Es una brillante operación policial. La investigación la lleva la Unidad de Secuestros y Extorsiones y el músculo, la acción, lo puso el Grupo Especial de Intervención de los Mossos –el equivalente al Geo de la Policía Nacional o a la UEI de la Guardia Civil–, que son quienes entran en el primer piso del número ocho de la calle Trajá de Barcelona armados hasta los dientes. No olvidemos que ellos saben que allí dentro hay un niño por el que los secuestradores han pedido cinco millones de euros de rescate y su vida puede correr peligro.
Y sí, el niño, Kevin, de once años, está aturdido, cree que lleva solo un día en ese mugriento piso, cuando realmente lleva casi tres, y pregunta a los policías quién les ha llamado, quiere saber si fue su mamá y les dice que ellos, su mamá y él, viven en Valencia. Uno de los agentes trata de calmarlo mientras le cortan las ligaduras de las manos: "ya a los malos los hemos cogido".
La dueña del piso es Marta, una mujer española de 46 años, consumidora habitual de drogas. De hecho, cerca del chaval hay varias rayas de cocaína ya alineadas para ser consumidas. Y los mossos detienen luego a un tipo llamado Guillermo, delincuente habitual, también español, con un antecedente por un delito de homicidio. Poco después, en su celda de la prisión de Lleida, varios agentes acudieron a comunicar a un interno, Fernando Barrionuevo Urbaneja, que estaba también detenido por el secuestro de Kevin.
Y es este presidiario, Barrionuevo Urbaneja, la pieza que encaja todo el puzzle. Fernando Barrionuevo es lo que los policías que le conocen en Barcelona, y son unos cuantos, llaman un pirulero, un estafador. Un tipo avispado que caza al vuelo cualquier posibilidad de hacer dinero (siempre engañando a un primo, claro). Esta vez estaba en prisión por falsificar moneda. Y allí, en el módulo y el patio de la cárcel de Ponent, en Lleida, se encontró con otro recluso, Fabián Gilberto Pears Gutiérrez, un colombiano, preso por tráfico de drogas, padre de tres niños, con el que, en principio, hizo buenas migas.
Fabián le cuenta a Barrionuevo por qué está preso. Le explica que uno de los motivos es que forma parte de un grupo de narcotráfico muy importante, capaz de traer 1.300 kilos de cocaína a La Coruña y Sagunto (Valencia). Y le dice que necesita hacerles a su mujer y a su hijo mayor, Kevin, los papeles para que tengan la nacionalidad española y una vida más fácil mientras él esté entre rejas. Barrionuevo, hábil, le dice que él conoce a un policía corrupto en Barcelona y que lo puede organizar todo si la mujer y el niño van a verle.
Y ahí es donde entran los dos españoles detenidos por retener al niño. La mujer, Marta, y el hombre, Guillermo. Marta es una vieja novieta de Barrionuevo, incluso le visita en prisión, que es donde él le da las instrucciones. Y Guillermo es un amigo, un compinche. El plan se cierra rápido. El padre de Kevin le dice a su esposa, Ana María, que debe ir a Barcelona con el niño, llamar a un número de teléfono móvil y preguntar por la señora Vives. Y hacia allí van la mujer y el niño el 25 de septiembre, acompañados de otro familiar. Llaman al teléfono y la señora Vives queda con ellos junto a una gasolinera, en Barcelona. La señora Vives, que es en realidad la novia del presidiario, les dice que deben dejar al tercer familiar para ir solos a una gestoría, pero en realidad los lleva a un descampado del Bajo Llobregat. Allí les espera otro coche, del que se bajan cuatro encapuchados -uno de ellos supuestamente el tal Guillermo- que encañonan a la madre y se llevan al crío.
Ya en ese momento, decís, le meten algo al crío en la boca, suponemos que ya le drogan, le sedan… Sí, porque Kevin se resiste, incluso grita: "mamá, esto es un secuestro". Los captores meten al crío en el maletero y le dicen a la mujer cuando se van: "tu marido ya sabe por qué hacemos esto". Cuando llegan a casa, inyectan al niño una dosis de Rivotril, un medicamento contra la epilepsia.
Y esa pobre madre se queda tirada en un descampado y acude a denunciar a los Mossos d'Esquadra… El tiempo es vital, porque los captores dicen que deben llevarles cinco millones de euros cuatro días después, el 29 de septiembre, a una gasolinera de la plaza de Cerdá, en Barcelona. Los Mossos trabajan muy bien. Entre otras cosas, piden a la madre del niño que llame al padre a la cárcel y graban esas conversaciones.
La madre está histérica y el padre, que es un hombre con ya más de diez años de carrera digamos en el filo de la ley, la responde: "tranquila, no son colombianos". Puede parecer aberrante, pero Fabián, el padre de Kevin, casi se alivia cuando se da cuenta de que su compañero en el talego, Fernando Barrionuevo, es quien ha ordenado ese viaje a Barcelona y ese "amarre", como llaman los colombianos a los secuestros.
A partir de ese momento, los policías comprueban quiénes han ido a visitar a prisión a Barrionuevo, especialmente la mujer que pudiera ser la señora Vives, y reparan en su vieja novia. Ella no se había complicado demasiado la vida: había encerrado al niño en el piso que tiene encima del bar de sus padres, en el distrito de Sants-Montjuic.
Sorprende la frialdad del padre: "no son colombianos los secuestradores”, le dice a su esposa. Y le pide calma.
Fabián Pears, el padre de Kevin es un colombiano que llegó a España, que se sepa, hace unos diez años. Y ya en ese mismo año, fue perseguido por la justicia por formar parte de un grupo de tráfico de drogas en Zaragoza. De hecho, la Sección Tercera de la Audiencia condenó en 2003 a varios de sus compinches, pero Fabián no pudo ser llevado a juicio. Entonces, cuando su hijo Kevin casi era un bebé, se dictó contra él una orden de busca e ingreso en prisión. Pero a Fabián se lo tragó la tierra... Hasta seis años después.
Estamos ya en 2009, y el padre de Kevin aparece en otra investigación de la policía. Y en una mucho más gorda que por la que está fugado de Zaragoza... Más de cien policías participaron en lo que se llamó operación Malinké. La Brigada Central de Estupefacientes, la unidad de élite de la policía nacional, desmantela una potente organización dedicada al tráfico de cocaína. Se incautan, por ejemplo, 815 kilos de cocaína ocultos en cajas de gambas en La Coruña y otros 586 kilos más, algunos en cajas de Coca Cola, en el puerto de Sagunto.
Los agentes y el juez consideran que al frente de esa organización está un empresario modelo, un joven que se decía hecho a sí mismo, que había montado un imperio empresarial desde un camión con el que empezó a trabajar. Un tipo muy popular en Sagunto y en toda Valencia, llamado Rafael Rubén Núñez Cencerrado, que fue detenido y encarcelado. Según el sumario, su lugarteniente, el hombre que se mojaba, el que por ejemplo va en persona a Coruña en busca de esas gambas, es el padre de Kevin, Fabián Pears, aunque usaba otro nombre, un usa, un alias…
Recordemos que el padre de Kevin llevaba fugado de la justicia desde 2003. Y a todos con quienes trata, también en las grabaciones telefónicas del sumario, les dice que se llama Juan Pérez. Su papel en esa organización de tráfico de drogas es importante. Cuando en televisión sale la noticia de que la policía ha localizado los 800 y pico kilos de coca, el jefe habla con el padre de Kevin y le dice: "vamos de luto", pero este le tranquiliza, los socios colombianos han huido: "podía haber sido peor, no ha caído nadie del pueblo". Cuando es detenido, y tuvo que tocar el piano, es decir, dejarse tomar las huellas dactilares, éstas no mintieron: Juan Pérez era Fabián Pears Gutiérrez.
Y entonces, en el año 2010, es cuando al padre de este chico, de esta víctima de un secuestro horrible, le juzgan por el viejo asunto pendiente de Zaragoza. Y la Audiencia le condena en lo que se llama ejecutoria a tres años y medio de prisión por aquel viejo tráfico de drogas, el caso 65/02, que es lo que está cumpliendo ahora. Además, el padre de Kevin está en prisión preventiva por el tema del narcotráfico, ya a mayor escala, de La Coruña y Valencia, por el que aún no ha sido juzgado.
Y así llega este hombre a la prisión, donde coincide con el estafador español que ha organizado el secuestro de su hijo. Sobre si realmente puede tener cinco millones de euros este traficante, el padre de Kevin, que era el rescate que pedían por su hijo, Ana, la esposa de Fabián y madre de Kevin, sostiene que no. Su madre, Mariela, la abuela del niño, también lo ha negado. Tienen un restaurante y poco más a su nombre. Desde luego, el que era un magnate era el español Rafael Rubén Núñez, su supuesto jefe en el tráfico de drogas. Tenía un yate, un Masseratti, un helicóptero, una empresa de construcción, una clínica de belleza, hasta participaba en el mundial de motos de agua o jet raid en Perú, con no demasiado éxito. Y Pears está acusado de ser su lugarteniente, en una banda que tenía dinero, por ejemplo, para comprar a dos guardias civiles o para integrar en ella a un ex diputado cántabro de Alianza Popular en los años ochenta, Félix de la Fuente.
Esta historia no está cerrada. Faltan por detener a tres de los cuatro encapuchados que secuestraron a Kevin. Uno de ellos ya está identificado. Y quienes llevan la investigación tienen dos teorías. Algunos creen que Fabián presumió de poderío, que fue de farol y que se atribuyó la fortuna de su jefe para hacerse respetar en la cárcel. O bastó con que dijera que era quien estaba detrás de un cargamento de más de 800 kilos de cocaína. Y que Barrionuevo, ese estafador astuto, lo escuchó y le puso el cebo.
Los últimos datos que maneja la policía española hablan de unos 33.000 euros el kilo en venta mayorista (más de diez kilos). En la calle se vende con menos pureza y más cara, pero ese es otro territorio. En fin, que la organización de la que supuestamente formaba parte el padre de Kevin perdió unos 26 millones de euros solo con la operación de la policía en La Coruña, más otros 16 millones largos perdidos con la operación de Sagunto.
Una segunda teoría afirma que Barrionuevo, el estafador, el compañero de prisión del padre de Kevin, no había cometido nunca delitos con tanta violencia. Y la nota que le dicta a sus colaboradores cuando van a verle a prisión no parece propia de un estafador, sino de un narcotraficante bragado: les dicta 14 puntos en los que les hace escribir, por ejemplo,"si alguien me toca aquí, se trocea al gato". "Durante el pago, encañonáis al gato".
El gato era el niño, Kevin, claro… Y el peluche, en esa nota en clave dictada en un vis a vis con su novia en prisión, es Fabián, el padre del niño, su compañero de módulo. También se habla de la gata, que es la madre del crío. Todo ese lenguaje es propio de los narcotraficantes colombianos más que de una banda de estafadores y drogadictos españoles...
Dentro de la banda de la que supuestamente formaba parte el padre de Kevin estaba otro colombiano llamado Carlos Emilio Botero. Cuando se pierde un cargamento de cocaína del nivel del de La Coruña en 2009, recordemos, unos 26 millones de euros de negocio, los carteles buscan un culpable, un sapo (como ellos llaman a los confidentes o chivatos) o alguien que les haya engañado. Y este Botero estaba aterrado porque sospechaban de él.
Escapó de la policía, pero lo tenían retenido sus propios jefes. Y él asumía que debía ir a Colombia a dar explicaciones. Envió un mensaje a una mujer y dijo: "si no se publica, soy hombre muerto". Afortunadamente, al día siguiente la operación de la policía salió en Televisión Española. Y, posiblemente, ese traficante salvó su vida.
O sea, que alguien más puede estar detrás de ese secuestro, a pesar de lo que el padre le cuenta a la madre, "no son colombianos". De momento, la versión oficial marca como cerebro a Barrionuevo Urbaneja, el estafador. Y es cierto, como nos cuenta un policía, que si un cartel grande de la droga sospechara que Pears era responsable de la caída de varios cargamentos, no necesita a ningún estafador para ajustar cuentas, ya se encargan ellos. Y no suelen tocar a los niños. También en esto hay clases y códigos.
Sea como fuere, volvemos a lo principal, Kevin, el niño, inocente de cualquiera de estas historias, ya está con su madre, sano y salvo.
Han cambiado de casa, porque el niño tiene miedo. Pasó diez días en un hospital y hay que decir que el crío fue casi un héroe. Por ejemplo, cuando sus secuestradores le daban pastillas de ese Rivotril, ese medicamento contra la epilepsia, para dormirle, Kevin las escupía y se negaba a tomarlas. Así que se las tenían que dar disueltas en el zumo que bebía para mantenerle sedado y que no se resistiera.
Cuando los policías, los mossos d'Esquadra, le dicen: "no te asustes por las pistolas, que nosotros somos buenos, somos policías", el chaval contesta: "no son pistolas, son subfusiles". Cuando lo sacan por fin de la casa, Kevin acierta a decirles que de mayor quiere ser policía, que quiere ser mosso d'Esquadra, aunque él sabe que tiene un problema.
Imaginamos que el crío pensará que su padre es inocente de todo lo que se le acusa y hasta de lo que está condenado. El crío quiere ser Mosso d'Esquadra, pero tiene otra pasión y teme tener que elegir entre las dos. A uno de los agentes que le liberaron se lo confiesa en voz baja: "¿se puede ser policía mosso d'Esquadra y también del Real Madrid?".