TERRITORIO NEGRO
El final del reinado de Cásper
Comenzamos por la sentencia, que tiene toda la pinta de ser el certificado de defunción de la carrera delictiva de Cásper. En el banquillo de la Audiencia Nacional se sentaron 24 personas, de las que 16 fueron condenadas a un total de 261 años de prisión y ocho, absueltas, entre ellas la esposa de Ángel Suárez, que estaba acusada de blanqueo de capitales. La mayor condena fue para el propio Cásper, el responsable del grupo, que fue condenado a 90 años por delito contra la salud pública, amenazas, detenciones ilegales, torturas, lesiones y tenencia ilícita de armas. La sentencia, de 218 páginas, recoge un relato de hechos terrible, todo un catálogo de horrores a los que, según el fallo, se dedicó Cásper en sus últimos años de hampón: extorsiones, secuestros, torturas. Y todo para obtener información y poder hacer vuelcos…
Los vuelcos, según el vocabulario que hemos
contado aquí otras veces, son los robos
de droga que unos delincuentes hacen a otros. Esa
era la especialidad a la que, según la policía y la sentencia de la Audiencia, se dedicaba últimamente Suárez Flores. De hecho, la sentencia recoge dos
episodios concretos, dos operaciones en las que la banda de Cásper se quedó con dos alijos de cocaína que habían hecho llegar a España dos organizaciones de
narcos. Para ello, Suárez y los suyos contaban con todo tipo de medios
tecnológicos
–GPS,
cámaras ocultas…-, con uniformes y placas de guardias civiles y,
sobre todo, con información
precisa sobre las llegadas de los alijos a distintos puertos. Y si no tenían toda la información, no dudaban en obtenerla por medios más que contundentes.
¿Cómo es posible que tuvieran información de la llegada de alijos de droga de otras
organizaciones? Eso
no lo aclara la sentencia, pero todo parece indicar que Suárez contaba con información privilegiada, es decir, con topos en otros grupos.
La sentencia relata como Cásper
se enteró
de que al puerto de Algeciras iban a llegar dos
contenedores procedentes de Bolivia con 211 kilos de cocaína, camuflados en un cargamento de madera. La banda de
Suárez
se desplazó hasta Manilva (Málaga),
se instaló en un chalé
y comenzó
a vigilar a los empelados
de la compañía transitaria que iba a despachar los contenedores, es decir, que
los iba a sacar del puerto y enviarlos a su destino.
Uno de los tipos de confianza de Cásper incluso se hizo pasar por hombre de negocios interesado en establecer relaciones comerciales con esa empresa para conocer a sus empleados y obtener información. Montaron un apostadero –un lugar desde el que vigilar– en una cafetería cercana a la empresa y alquilaron una nave para ocultar los contenedores que pensaban robar. Pero, pese a todo este trabajo de campo, no obtuvieron la información precisa que necesitaban, así que pasaron al plan B.
Un plan terrible… El 18 de diciembre de 2009, Suárez y cuatro de sus hombres de confianza –Bruno Morone, Javier Viñas, Jorge Juan Berzosa y un cuarto que no ha sido identificado ni juzgado, según la sentencia– se disfrazaron de guardias civiles, se pusieron pelucas e interceptaron a quien llamaremos TP (testigo protegido) 1, el responsable de la compañía transitaria que iba a dar salida a los contenedores. Mostrando placas de guardias civiles le hicieron salir de su coche y le llevaron hasta una nave industrial, donde le introdujeron en una furgoneta.
Allí le esperaba todo un tormento que duró lo que imaginamos que fueron diez interminables horas para él. Le dejaron en ropa interior, le envolvieron la cabeza con cinta diciéndole que era para que no salieran los fluidos al dispararle y le dieron una brutal paliza, mientras le amenazaban con ir a buscar a su familia y le hacían tocar una pistola para que viera que la cosa iba en serio. El hombre les dijo que uno de los contenedores con la droga ya había salido del puerto, aunque él no sabía que llevaba una carga ilegal. Para asegurarse de que decía la verdad le cortaron con un machete el dedo pulgar del pie izquierdo.
El TP1 les dio el nombre de la persona que había recibido ese contenedor. Cuando estaban seguros de que no podían obtener más información, le dejaron cerca de su domicilio. El hombre, aterrorizado, le contó a su familia que había tenido un accidente. Tardó casi cien días en curarse de sus heridas y aun sufre estrés postraumático. Además, le obligaron a llamar al receptor del contenedor, es decir, fue el cebo en la trampa que le tendieron.
Cuando acudió a la cita, allí no se presentó el TP1, sino la banda de Suárez, que le torturó durante cinco horas: le enseñaron el dedo cortado del TP1 y le dieron una paliza, hasta conseguir su promesa de que iba a colaborar para que se hicieran con el contenedor con la droga. Éste, a diferencia del anterior, estaba al tanto de la operación, es decir, pertenecía a la red que había importado la droga. El hombre incluso puso una baliza en el camión que iba a transportar la mercancía.
Cásper y sus hombres tuvieron que volver a emplearse a fondo para lograr quedarse con esa droga. Volvieron a disfrazarse de guardias civiles y llevaron a tres miembros del grupo que se había hecho cargo de la droga hasta una finca de Lebrija (Sevilla). Allí, les torturaron hasta que uno de ellos confesó que los 211 kilos de cocaína que buscaban estaban en la finca del suegro de uno de los secuestrados.
Todo ello después de otra brutal sesión de torturas. A uno de los torturados le quemaron la espalda con un soplete y le amenazaron con sacarle un ojo con un cuchillo, golpeándole hasta que perdió la consciencia y tuvo un paro cardiaco. La banda de Cásper le dejó tirado en la puerta de un centro de salud.
Tan enorme fue el terror que este hombre, el del paro cardiaco, cuando se recuperó parcialmente de sus lesiones, viajó hasta Cuba, donde le intervinieron quirúrgicamente de la rotura de tibia que había sufrido. No quería ni estar en el mismo continente que sus captores. Tanto él como el resto del grupo, otros cinco hombres, que habían preparado la llegada del contenedor fueron detenidos posteriormente por la Policía y acusados de un delito de tráfico de drogas, aunque sus penas han sido muy leves porque colaboraron con la investigación nada más ser arrestados.
La Udyco de la Comisaría General de Policía Judicial empezó la operación Olmo en junio de 2009. Los investigadores creen que Cásper y los suyos intentaron otros dos vuelcos, en Alicante y en Valencia, en 2010 y 2011, aunque no han podido demostrar que se saliesen con la suya. Ángel Suárez, además, intentó diversificar sus negocios: invirtió 40.000 euros en un proyecto de producción de biodiesel en Ucrania para importarlo a España, hizo de mediador en la compra den un hotel en Santa Pola (Alicante) para convertirlo en prostíbulo y estaba a punto de entrar en un negocio maderero en Camerún. En cualquier caso, lo que sí pudo demostrar la Policía, tal y como recoge la sentencia, es el altísimo tren de vida que llevaban Cásper y su familia.
Un nivel de vida que se lo proporcionaba, evidentemente, el negocio del tráfico de drogas… Ángel siempre ha sido un tipo al que le ha gustado vivir bien: vestir bien, conducir buenos coches, comer en los mejores restaurantes y lucir lujosos relojes. En el registro de su casa la Policía encontró siete relojes –Hublot, Rolex, Cartier, Bulgari…–, valorados en 75.000 euros, además de más de 35.000 euros en metálico. Suárez nunca se ha molestado en montar una sofisticada estructura de blanqueo y así queda patente en la sentencia, que absuelve a su mujer, ya que, según el tribunal, no participó en ninguno de los delitos cometidos por su marido y “no se ha probado que tuviese conocimiento de la procedencia del dinero” que le entregaba Ángel Suárez.
Es decir, el tribunal aplica aquí la misma doctrina que quieren para ellas la infanta Cristina y Rosalía Iglesias, la mujer de Bárcenas… Nosotras no sabíamos nada de lo que hacían nuestros maridos… más o menos. La sentencia recoge que Stela, la esposa de Cásper, ingresó en efectivo 130.000 euros en su cuenta en cinco años. La sentencia deja claro que “el dinero provenía de cantidades obtenidas por Ángel Suárez en parte del tráfico de drogas”, aunque el fallo también establece que “no consta que Stela tuviese conocimiento de que dichas cantidades proviniesen de dicho tráfico”. Con el dinero de esa cuenta se pagaban los 2.500 euros mensuales de alquiler de la casa familiar, seguros y el colegio de los hijos. El resto de gastos familiares se pagaban con la cuenta de la que era titular la empleada de hogar, una mujer llamada Nieves, a la que ingresaron en cuatro años más de 86.000 euros en efectivo. Ángel tuvo una cuenta que solo tuvo 13.000 euros de ingresos en cinco años.
Cásper ha intentado evitar tener bienes a su nombre, aunque como puedes comprobar, de manera bastante chusca: se limitaba a poner de testaferro a su empleada de hogar y otras estrategias similares. Por ejemplo: uno de los coches que manejaba, un BMW serie 1, estaba a nombre de una mujer nacida en 1923, ya fallecida y que nunca tuvo licencia para conducir.
Nunca se sabe si estas entencia va a ser de verdad el final de este hampón, porque Cásper, El Padrino, El Loco, Óscar, Adolfo –todos sus alias– se ha logrado escurrir siempre, aunque nunca había tenido una sentencia tan dura y, además, nos consta que en estos momentos está bastante enfermo a consecencia de un tumor del que ya ha sido operado alguna vez estando preso. No ha pedido su libertad por razones de salud porque aún no tenía una sentencia firme, es decir, sigue siendo un preventivo, sin clasificar.
Aquí alguna vez hemos hablado de la personalidad tan peculiar de este tipo, de un verdadero padrino. Contaremos varios detalles que dan un buen perfil de él. Tras ser detenido en esta operación, el juez Eloy Velasco, instructor de la causa, le preguntó por los vuelcos, los robos de los contenedores con droga y él le dijo: “me llamo Ángel Suárez Flores, no soy David Copperfield, no me llevo los contenderos debajo del brazo ni los cambio de sitio”...
En el mismo interrogatorio, el juez le preguntó por su profesión y Ángel le dijo que era intermediario y que ganaba entre 8.000 y 14.000 euros mensuales. Eloy Velasco le dijo que solo había declarado a la Agencia Tributaria unos ingresos de 8.800 euros en todo el año. “¿Es posible que defraude usted a Hacienda?”, le preguntó el magistrado. Y Cásper le contestó: “algo sí, señoría”.
Tras ser detenido por el butrón de un banco de Yecla (Múrcia), del que él y su banda se llevaron cinco millones de euros en la navidad de 1998, cuando estaba a punto de pasar a disposición judicial, y tras negarse a declarar, Cásper le dijo al policía encargado de las investigaciones: “¿Tú sabes lo que es meter la palanca en una caja, que se abre y te empiecen a llover billetes? Eso son navidades y no las que pasan ustedes...” Ángel salió en libertad y pocos meses después, el policía que le detuvo recibió una cesta: el mejor jamón, whisky, cava... Se la había enviado Cásper. La cesta acabo en el convento de unas monjas, donde la mandó el policía.