TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Diez crímenes impunes, un asesino en serie en libertad

Una vez al mes, Luis Rendueles y Manu Marlasca nos hacen viajar en el tiempo en lo que llamamos Territorio Negro vintage. Nos cuentan crímenes cometidos hace tiempo y, casi siempre, su resolución. Pero el caso de hoy es distinto. Nos van a hablar de diez asesinatos que siguen impunes. Diez asesinatos de mujeres sin resolver, cometidos en apenas nueve años en la misma provincia, Almería, y seguramente con el mismo autor. Todas las víctimas eran personas especialmente vulnerables a las que casi nadie echaba de menos: prostitutas enganchadas a la droga. Es la huella de un asesino en serie que nunca ha sido detenido.

ondacero.es

Madrid | 20.11.2018 16:50

El 6 de agosto de 1989, un pastor que conducía su ganado por la zona de Vélez Rubio encontró el cuerpo de una mujer en el arcén de la carretera nacional 340, cerca de unos apartamentos en construcción. El cuerpo estaba desnudo, en avanzado estado de descomposición y pertenecía a María del Carmen Heredia Alameda, una prostituta de 1,50 de estatura, morena de piel y con abundante pelo negro. Su asesino la había estrangulado. Las primeras pesquisas policiales certificaron que la última vez que fue vista con vida estaba ejerciendo la prostitución de madrugada en el bario almeriense de El Zapillo, a unos 150 kilómetros del lugar donde fue encontrado su cadáver.

Fue la primera de diez y casi nadie hizo caso a este asesinato, cuya víctima tenía casi todo para convertirse en invisible: prostituta y heroinómana. Pero el goteo, siguió muy pronto.

Apenas tres semanas después, el 28 de agosto de 1989, una pareja de turistas franceses divisó el cuerpo sin vida de una mujer al fondo de unos acantilados del paraje de Bello Rincón, en Aguadulce. El cadáver estaba en un lugar inaccesible, lo que indicaba que el asesino había arrojado el cuerpo desde la carretera. La víctima fue identificada como María del Carmen Sandmeyer Ramón, de pelo negro, 1,60 de estatura y también prostituta que ejercía su oficio en los barrios de El Zapillo y La Pescadería. Y también, como su colega María del Carmen, había sido estrangulada.

Los dos crímenes tenían víctimas muy similares, hasta físicamente, y, por tanto, debían ser obra del mismo autor. Y poco después, aparece un tercer cadáver en circunstancias algo distintas.

Esta vez en Purchena. El cuerpo fue hallado por un pastor el 21 de octubre de 1989, pero la data de la muerte se estableció un par de meses antes, es decir, en las mismas fechas que habían sido asesinadas las dos mujeres anteriores. El cuerpo, que nunca fue identificado, estaba en el interior de una bolsa de plástico grande de la que asomaban los pies. La mujer, de entre 25 y 30 años, y de baja estatura, estaba vestida, a diferencia de las otras dos: llevaba una blusa, un pantalón de pana y unos zapatos rojos. Tenía fuertes golpes en la cabeza y en el cuello.

Lo que pensaron en ese momento los investigadores es que estaban ante un asesino que se iba descuidando. A esta última mujer la metió en una bolsa y la dejó en un lugar en el que tuvieron que pasar dos meses para hallarla; a Carmen Heredia la trasladó 150 kilómetros desde el último lugar en el que fue vista y a Carmen Dolores la arrojó a un barranco, al pie de la carretera. Aunque la mujer de Purchena no pudo ser identificada, el hecho de que no hubiese ninguna denuncia por desaparición que coincidiese con ella, hizo pensar que también se trataba de una prostituta.

Sorprendentemente, pasaron dos años hasta un nuevo crimen. El 6 de octubre de 1991, en el paraje de Punta Entinas, en el término de Roquetas de Mar, en un lugar conocido como La Charca de la Guarra, se halla el cuerpo de una mujer joven en avanzado estado de descomposición. La víctima, de 1,60, nunca fue identificada, tenía un fuerte golpe en la base del cráneo y estaba vestida solo con un sujetador de color rojo.

El parón no está claro. Además, este caso era algo distinto. La víctima no fue estrangulada, como al menos dos de las anteriores. Pero se especuló con que el criminal pudo tener lo que se llama una fase de enfriamiento, un periodo en el que dejó de matar o en el que no mató allí, sino lejos. Pudo ser debido a un traslado por razones de trabajo o porque entrase en la cárcel por otras causas. De hecho, hubo que esperar hasta el año siguiente para volver a encontrar víctimas.

Llegamos a marzo de 1992. Y la víctima, otra vez, es una prostituta que ejercía en el barrio de La Pescadería. Se llamaba María José Muñoz Borrego, alias La Tamara, tenía 28 años y estaba embarazada de cinco meses. Su cuerpo estrangulado y desnudo fue hallado en un descampado junto a una obra a la entrada de la urbanización de Almerimar, en El Ejido. Su asesino la había arrojado desde 40 metros de altura. Su perfil, la forma de actuar y de deshacerse del cuerpo respondía a la mayoría de los crímenes anteriores.

Y el goteo de los crímenes sigue en 1993 sin que la Policía y la Guardia Civil pudiesen tener una sola pista. María Leal, de 22 años de edad, apareció muerta en un cañaveral en la playa del Santuario de Aguadulce el 25 de enero de 1993. Un matrimonio extranjero que hacia footing por la zona se dio de bruces con su cadáver. Todo apuntaba a que el autor era el mismo que mató a La Tamara. Había sido estrangulada y su cuerpo estaba completamente desnudo. Con este caso llegó la primera pista fiable, porque alguna compañera que trabajaba con ella en el barrio de El Zapillo la vio subirse a un coche grande de color azul oscuro y con un alerón trasero abollado. La Policía vigiló a varios sospechosos, pero nunca se pudieron acumular pruebas consistentes contra nadie. Había que esperar más crímenes.

Y esos crímenes siguieron llegando, pero no hubo grandes avances.

El 5 de julio de 1993, la época en la que Dire Straits lanzó el disco ‘Brothers in arms’, en el que estaba incluido este temazo, un agricultor encontró en el paraje Los Cuatro Vientos de El Ejido un cuerpo de mujer, con una cinta en la boca. Había sido también estrangulada y solo estaba vestida con un sujetador de color rojo. Fue identificada como Khadija Monsar, alias Katy, una chica de 25 años que trabajaba en un club nocturno en la barriada ejidense de Pampanico. Fue la primera víctima magrebí, pero no la última.

Otra mujer de origen magrebí, nacida en Melilla, Nadia Hach Amar Amollena, de 22 años, que ejercía la prostitución en el barrio de El Zapillo, fue hallada muerta casi un año después junto al campo de fútbol de Los Ángeles en idénticas circunstancias: desnuda y estrangulada. En este caso, a diferencia de otros, las ropas de la víctima estaban esparcidas en un radio de veinte metros.

Muy pocos medios hablaron de estas mujeres asesinadas. El Caso fue el único periódico que dedicó varias portadas al tema. Todas las víctimas eran prostitutas, casi siempre muy apartadas de sus núcleos familiares desde años atrás, en muchos casos ni siquiera hubo denuncias de desaparición. Además, todas tenían problemas de drogadicción. Las otras dos mujeres que murieron asesinadas más tarde respondían también a ese perfil.

El cadáver de Aurora Amador, de 24 años fue localizado por unos pescadores, estrangulada y golpeada, desnuda, en un acantilado de la playa del Palmar, entre Aguadulce y Almería, la mañana del 6 de abril de 1996, Viernes Santo. Su asesino es un hombre que contrató sus servicios en la zona del Gran Hotel de Almería. Además, según contaron varias compañeras, el criminal le robó 22.000 pesetas que la mujer llevaba encima, un dinero que había ganado durante su jornada de trabajo.

En este caso sí hubo más pistas, más rastros que perseguir. Sí, porque otras prostitutas vieron cómo Aurora se subía a un coche de la marca Opel, de tres puertas, de color gris metalizado. Además, contaban con un número -5- y dos letras –AB- de la matrícula del coche. Las investigaciones llegaron a cristalizar en un sospechoso, un trabajador de Instituciones Penitenciarias, que contaba con algún antecedente por delitos contra la libertad sexual y que había tenido comportamientos violentos en el trabajo, según contaron varios compañeros. Sin embargo, nunca pudo pasar de eso, de ser un sospechoso. Nunca se le pudo imputar la muerte de Aurora ni de ninguna otra de las mujeres asesinadas, tampoco de la última de esta larguísima serie.

Sí, porque falta un crimen más y, según decís, con alguna peculiaridad. Mikel Erentxun cantaba en verano de 1998 esta canción, ‘¿Quién se acuerda de ti?’, que parece hecha para la mayoría de las víctimas de las que hablamos hoy. Una llamada anónima a la Policía alertó el 25 de junio de 1998 de la presencia de un cadáver en el paraje de La Molineta, próximo al colegio público Goya. Junto al cuerpo no quedaron elementos que posibilitasen su identificación. Ni bolso, ni cartera, ni documentación alguna entre la vestimenta que llevaba: un jersey y una falda negra, ajustada y corta. Ni siquiera el rostro, desfigurado a pedradas, proporcionaba pistas certeras sobre la edad.

La Policía introdujo las huellas dactilares del cadáver en sus bases de datos y gracias a eso pudieron ponerle nombre a esta última víctima, Mónica García Mateu, de 31 años, una mujer nacida en Barcelona que tenía antecedentes policiales por tráfico de drogas y robo. También ejercía la prostitución en los barrios almerienses de El Zapillo y La Pescadería.

Habéis contado diez crímenes, cometidos entre 1989 y 1998. Todos ellos en la provincia de Almería. Muchos de ellos con un modus operandi idéntico y con víctimas similares. ¿Se trataron todos esos crímenes como si fueran los de un asesino en serie?

La mitad de ellos, cinco, sí fueron atribuidos sin ningún género de dudas al mismo autor: los de María del Carmen Heredia y Carmen Sandmayer (1989), María José Muñoz (1992), María Leal (1993) y Aurora Amador (1996). Todos esos crímenes formaron la operación Indalo, que la Guardia Civil mantuvo abierta muchos años. En esos cinco crímenes, las mujeres eran prostitutas, de baja estatura, menores de treinta años, fueron estranguladas y sus cuerpos fueron abandonados desnudos o semidesnudos y en zonas despobladas. Además, todos esos asesinatos fueron cometidos en noches de fines de semana. Había en todos ellos un patrón de actuación común, una misma firma.

En los casos de las otras las otras cinco víctimas había dudas. Algunas de ellas no murieron estranguladas, sino a golpes. En un caso el cuerpo estaba oculto en una bolsa y en otros, las víctimas llevaban más ropa de la habitual. Lo que unía a todas era su condición de prostitutas, de personas especialmente vulnerables, y las zonas en las que trabajaban. La Policía y la Guardia Civil esbozaron perfiles que se ajustasen al asesino: se trataba de un conductor que elegía mujeres que ejercían la prostitución en El Zapillo y La Pescadería. Después de que se subieran a su vehículo, cogía la Nacional 340, las estrangulaba, las desnudaba y las tiraba a barrancos próximos a la carretera, por eso le llamaban el asesino de los barrancos. También se fijaron en el perfil común de las víctimas: morena, de baja estatura y de entre 25 y 30 años.

Y pese a elaborar esos perfiles, sorprende que nunca pudiesen detener a nadie, ni siquiera tener sospechosos firmes.

Nunca pudieron ni siquiera intervenir un teléfono. Ocho años después del último crimen, los investigadores se enteraron de la detención del camionero alemán Volker Eckert. Eckert fue arrestado en su casa de la ciudad alemana de Colonia el 17 de noviembre de 2006. Allí la Policía encontró mechones de pelo y pedazos de ropa de las mujeres a las que asesinó; además en la cabina de su camión, guardaba fotos de las mujeres, amordazadas, violadas y asesinadas. Eckert fue acusado de los asesinatos de cinco prostitutas, tres en la provincia de Girona y dos en Francia. La Guardia Civil comprobó que el camionero alemán había pasado por la provincia de Almería, pero no pudo implicarle en ninguno de los crímenes pendientes. Así que hoy, diez crímenes siguen pendientes de resolver. Los asesinatos de diez mujeres como la Roxanne a la que cantaba Police.