El crimen del doctor Eugenio Rivero: un asesinato que quedó impune
Escucha Territorio negro. Luis Rendueles y Manu Marlasca nos traen el asesinato sin resolver del doctor Eugenio Rivero en el Barrio de Salamanca.
En 1991 el urólogo Eugenio Rivero fue asesinado a las puertas de su domicilio. El crimen quedó impune, pese a que la Policía llevó a cabo una compleja investigación y realizó varias detenciones, algunas de ellas sorprendentes. Treinta y tres años después, Luis Rendueles y Manu Marlasca nos van a hablar en su Territorio Negro de este crimen, que recuerda los lectores lo reconocerán a algunos episodios de ‘Tú bailas y yo disparo’, la primera novela de Manu.
Viajamos en el tiempo hasta el 9 de junio de 1991 en el Barrio de Salamanca, en Madrid. El doctor Eugenio Rivero Sánchez, un urólogo de cincuenta y seis años, viudo, que residía en la calle de Maldonado junto a su hija de dieciséis años, salió de casa en torno a las diez de la mañana para comprar unos churros para él y su hija. Cuando caminaba por la confluencia de las calles Castelló y Diego de León, un pistolero le descerrajó un tiro en la cabeza con un arma del calibre nueve corto. La bala le entró por la nuca y le salió por un pómulo. Fue trasladado hasta la cercana clínica de San Camilo, situada a doscientos metros de la escena del crimen, donde murió doce horas después de recibir el balazo.
¿Qué líneas de investigación siguió la Policía? ¿Qué primeras pistas se trabajaron?
Fue un caso muy complejo desde el principio. Ese domingo no había mucha gente por la calle y los pocos testigos que encontró el grupo VI de la Brigada de Policía Judicial, el primer grupo de Homicidios creado en Madrid, no coincidían en la descripción del pistolero, salvo que era alto, más que la víctima, algo que avaló el estudio de la trayectoria de la bala que mató al doctor, de arriba a abajo. En aquellos primeros años noventa apenas había cámaras en las calles de las ciudades, así que había que fiarlo todo a los testigos. Paralelamente a esa búsqueda de testigos, la Policía comenzó a escudriñar la vida de la víctima.
¿Y se sacó alguna conclusión de ese examen de la vida del doctor Rivero?
El urólogo asesinado había enviudado ocho meses antes del crimen. Residía con su hija adolescente y también con su madre, que se había mudado a la casa de su hijo tras la muerte de la esposa. Durante veinte años trabajó en el hospital Gregorio Marañón y en el momento de ser asesinado atendía a sus pacientes en una consulta privada y en la clínica San Camilo, donde murió. El hecho de que hubiese trabajado en el Hospital Penitenciario de Madrid y la constatación de que abandonó el Gregorio Marañón coincidiendo con la huelga de hambre en ese centro de varios presos de la banda terrorista Grapo, indujeron a la policía a pensar que pudiera tratarse de una venganza de esta banda terrorista, tal y como hicieron en Zaragoza con el doctor José Ramón Muñoz. Esta hipótesis comenzó a perder fuerza cuando la policía comprobó que no había atendido a ninguno de los grapos que protagonizaron la huelga.
¿Y una vez descartada la línea terrorista, en qué se pensó?
La Policía apuntó a algo relacionado con la esfera más íntima de la víctima. El doctor Rivero era un hombre de mucho éxito con las mujeres y había enviudado ocho meses antes de ser asesinado. La policía intentó orientar la investigación por ese camino, pero no llegaron a nada concluyente. También comprobaron uno por uno los pacientes a los que el médico había tratado, por si había tenido algún problema con cualquiera de ellos. La Policía andaba dando tumbos cuando llegó un inesperado golpe de suerte que orientó las pesquisas de forma definitva. ¿En qué consistió ese golpe de suerte que ayudó a la Policía? El 4 de julio de 1991, casi un mes después de la muerte del doctor Rivero, un pistolero mató en el bar El Parador, en el madrileño distrito de Hortaleza, a un hombre y dejó malherido a otro, mientras cinco parroquianos jugaban a las cartas en una mesa del establecimiento. El tiroteo se había producido cuando el camarero había abandonado el local, así que la Policía tomó declaración a las tres personas que habían resultado ilesas. Dos de ellas dijeron no haber visto nada de lo ocurrido, mientras que la tercera, un quinqui apodado El barbó, dio su versión a los agentes: "Han venido unos encapuchados y, sin decir nada, se han liado a tiros... Después se han ido corriendo en un coche que esperaba en la puerta; a mí no me han dado porque, al verlos con las pistolas, me he tirado al suelo". Para confundir más a la policía, El Barbó subrayó que los encapuchados pertenecían a la mafia turca de la droga.
¿Y la Policía se creyó esa versión?
El Barbó no era, precisamente, un tipo del que fiarse. Tenía antecedentes por tráfico de drogas, apropiación indebida y atentado. Tres días después del tiroteo, el herido se recuperó y pudo declarar ante la jueza de instrucción. Dijo que el autor de los disparos no era de la mafia turca, sino que había sido El Barbó. Las investigaciones determinaron que la razón del crimen era el impago de un cargamento de droga. Los otros dos jugadores de la partida de cartas confirmaron, tras largos y pesados interrogatorios, que fue El Barbó quien apretó el gatillo del revólver. El pistolero fue detenido el 12 de julio y en el registro que le hizo la policía apareció una pista providencial, algo que unió el crimen del bar El Parador con el del doctor Eugenio Rivero.
¿Cómo fue posible unir esos dos crímenes?
Entre las ropas del Barbó, la Policía halló un pequeño papel con un número de teléfono y la palabra ‘doc’ escrita junto a los números. Los investigadores averiguaron que ese teléfono correspondía al de un afamado cirujano, un médico que había saltado a los medios de comunicación porque había sido el cirujano que operó al alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván. Era el jefe de cirugía del hospital Doce de Octubre. Los investigadores se pusieron alerta cuando empezaron a atar cabos: la mujer del cirujano era anestesista y trabajaba en el Gregorio Marañón, el mismo centro en el que ejercía Rivero, el médico asesinado. Es más, varios testigos dijeron que siempre se había rumoreado la existencia de un romance entre Rivero y la mujer de este médico, era uno de esos chismes que se extienden con rapidez en un ecosistema como un hospital.
Y con esos datos, supongo que la Policía retomó la línea del crimen pasional...
Duranta la segunda mitad de 1991, los agentes del Grupo VI de la Brigada de Policía Judicial realizaron una investigación exhaustiva sobre el doctor del Doce de Octubre y sus nexos con El Barbó, un delincuente que ya había demostrado en el bar El Parador que podía cumplir su labor como sicario perfectamente. Los agentes intervinieron el teléfono del cirujano y le escucharon hablar con una mujer estrechamente relacionada con el Barbó. Además, revisaron sus cuentas bancarias en busca de pagos inusuales anteriores y posteriores al crimen y dieron con algo sorprendente: casi simultáneamente al crimen, en junio de 1991, el médico firmó talones que totalizaban alrededor de 1.300.000 pesetas, unos ocho mil euros. Él, cuando fue interrogado, siempre mantuvo que ese dinero era para pagar los estudios de su hija. Los investigadores tomaron declaración varias veces al doctor, que cayó en unas cuantas contradicciones, y fueron recomponiendo el puzle del asesinato de Rivero. En enero de 1992, se llevaron a cabo tres detenciones relacionadas con el caso.
¿Quiénes fueron detenidos?
Dos hermanos, uno de ellos que había sido paciente del doctor, el mismo cirujano, el Barbó que ya estaba encarcelado por el tiroteo del bar El Parador, y su pareja. La tesis de la investigación era que uno de los hermanos, al que el médico salvó la vida, le dijo aquello de que contase con él cuando necesitase cualquier cosa. El cirujano, en esa época, siempre según la investigación policial, sospechaba que Rivero y su esposa mantenían una relación y, loco de celos, le dijo a su paciente que necesitaba a alguien para quitar de en medio al amante de su esposa. Y ahí es cuando aparece el pistolero, El barbó, del que la policía constató que tenía relación con los hermanos detenidos: se movían todos en ambientes delincuenciales y todos ellos eran aficionados a las timbas de póker.
¿Cómo reaccionó un eminente cirujano a su detención?
Porque imagino que sería complicado de encajar para él. El 21 de enero de 1992 el cirujano ingresó en prisión, concretamente en el hospital penitenciario de Carabanchel, un establecimiento ya desaparecido. En el momento de ser detenido, el médico estaba afectado por una fuerte depresión que arrastraba desde meses atrás. De hecho, intentó suicidarse ingiriendo gran cantidad de fármacos semanas antes de ser arrestado y acusado del asesinato de su colega. Llegó incluso a estar ingresado en UCI del hospital Doce de Octubre, donde trabajaba.
¿La investigación prosiguió con los implicados en la cárcel?¿cómo acabó?
La investigación no pudo avanzar mucho más, porque todos los implicados negaron en rotundo su participación en el asesinato del urólogo. Pese a ello, la jueza instructora abrió juicio oral contra el afamado cirujano, los dos hermanos a los que atribuían el papel de intermediarios, El Barbó y la esposa del médico. Sin embargo, el fiscal no presentó cargos contra ninguno de ellos, porque consideraba que no había pruebas suficientes, que todo el material acusatorio aportado por la policía era circunstancial, indiciario, sin la contundencia suficiente como para acusar de asesinato. Solo la acusación particular mantuvo los cargos: pedía veintinueve años de cárcel para el cirujano, al que acusaba de inductor del crimen. Sin embargo, el mismo día fijado para el inicio del crimen, en mayo de 1994, retiró la acusación y, por tanto, no hubo juicio.
Es decir, que todos los supuestos implicados quedaron en libertad y el crimen del doctor Eugenio Rivero quedó impune...
El asesinato del urólogo quedó impune, pero no todos los presuntos implicados salieron en libertad: El Barbó fue juzgado y condenado por los dos asesinatos (uno de ellos en grado de tentativa) del bar El Parador. Le cayeron cincuenta años de condena, de los que cumplió cerca de veinte. Años después, en 2011, con sesenta y cuatro años de edad, El Barbó fue detenido de nuevo por un delito del que fue víctima otro médico, en este caso un cirujano plástico, el doctor Ignacio Frade.
Recuerdo que fue un extraño asalto en el que siempre se pensó que los asaltantes actuaron por encargo...
Siempre se especuló con la posibilidad de que alguna de las dos exmujeres de Frade encargara el asalto. El 11 de abril de 2016, El Barbó y un compinche septuagenario, haciéndose pasar por funcionarios de Hacienda, consiguieron que les dejaran entrar en el domicilio del anciano padre del doctor Frade, que estaba acompañado de su cuidadora. Les ataron con cinta americana pies y manos, y les pidieron las llaves de la caja fuerte y documentación de Hacienda del doctor. Como no encontraron lo que buscaban, se quedaron a esperar al médico. Cuando llegó, le condujeron a junto con su padre y la cuidadora y le golpearon con la culata de un arma. También lo ataron de pies y manos, aprovechando que se había desmayado. Obligaron a la cuidadora a acompañarles hasta el bajo de la vivienda y huyeron. Los dos veteranos delincuentes fueron detenidos y condenados a siete años de cárcel. Nunca revelaron quién o quiénes encargaron el ataque.