De Barcelona a la selva de Bolivia. El secuestro de Nada
Los Mossos d’Esquadra y la Guardia Civil pusieron fin hace unos días al secuestro de Nada, una niña de nacionalidad marroquí, residente en Hospitalet de Llobregat, en Barcelona, que estuvo siete meses confinada en la selva boliviana por un tipo de 35 años que se comportaba con ella, dice él, como si fuera su marido.
No está claro que se trate de un secuestro, porque, de momento, Fátima y Abdelaziz, los padres de la pequeña Nada, han sido imputados por abandono y la niña no volverá con ellos, sino que vivirá en un centro de la Generalitat, a la espera de que el juez decida si puede regresar con sus progenitores. Lo cierto es que ellos denunciaron el secuestro ocho días después de que la niña abandonase España. Pero también es cierto que ellos consintieron que Grover Morales Ortuño se llevase a Nada.
Grover Morales, es un boliviano de 35 años que en España vivía con identidad falsa, comprada con dinero de su madre para huir de su país, de un compatriota llamado Raúl Hernán Miranda Pérez. Vivía, como Nada, en Hospitalet y allí había trabajado algún tiempo como albañil. Se ganó la confianza de los padres de la pequeña, por ejemplo dejando que se ducharan en su piso, porque a ellos les habían cortado el agua, y, por razones que aún no han sido aclaradas, logró convencerlos para que firmasen un poder ante notario autorizando que la niña se fuera con él. Con ese papel, el 27 de agosto el hombre salió en compañía de la pequeña desde el aeropuerto de Barajas hacia Santa Cruz de la Sierra. Y los padres presentaron la denuncia por secuestro ante los Mossos el 5 de septiembre.
Lo que no se entiende es que le han dejado llevarse a la niña y luego le denuncian. Grover ha asegurado que se llevó a la niña con el consentimiento de sus padres. Dice que se había convertido al Islam y que esa religión le permite desposar a la pequeña desde que esta tiene su primera menstruación. Según su versión, sus padres le firmaron el poder para que viajase con Nada y esta pudiese conocer a la familia del que iba a ser su marido. Asegura que no regresó a España porque perdió la documentación.
Hay otra versión, menos poética: el tipo solo compró billetes de ida y antes de partir canceló sus cuentas corrientes y vendió todo el material de construcción con el que se ganaba la vida en Cataluña. Ese dinero, unos 4.000 dólares fue el que enseñó a los padres de la niña, que estaban pasando muchos apuros económicos, de hecho estaban instalados casi como okupas en una casa, y decidieron dejar que la niña viajase hasta Bolivia porque Grover les aseguró que la pequeña regresaría cargada de joyas de oro que luego venderían en España. Este señor, le regaló a la niña un vestido y le prometió lo que eran para ella las primeras vacaciones de su vida.
La niña vivió una vida terrible. Según ha podido reconstruir la Guardia Civil, Grover y la pequeña pasaron, al llegar a Bolivia, unos días en Cochabamba en casa de Fidel, un hermano de Grover que vive en Barcelona. No podía ir a la casa donde viven sus dos hermanas, porque hace años, en 2005, cuando ellas tenían 11 y 13 años entonces, ya le acusaron de abusos sexuales, lo que le costó seis meses de prisión.
Tras unos días, el secuestrador se llevó a la niña a Chapare, una región de la selva amazónica boliviana, donde se cultiva la piña silvestre y también la hoja de coca. Grover y Nada fueron de comunidad en comunidad ganando cinco euros a la semana por trabajar, sobre todo ella, en condiciones durísimas de sol a sol. En enero regresaron unos días a Cochabamba, pero luego volvieron a ocultarse a la selva. Y
Ya entonces, a finales de enero, los guardias civiles supieron que el secuestrador había salido huyendo de un piso, donde encontraron muñecas de papel fabricadas por la niña y, sobre todo, ropita manchada de sangre.
La Guardia Civil y los Mossos para resolver el secuestro, lo primero que hicieron fue investigar el entorno de Grover en Barcelona. Descubrieron que tenía un hermano y localizaron la zona aproximada en la que podía estar en Bolivia. A finales de enero, la Guardia Civil viajó hasta aquel país para hablar con la policía de allí e intentar cercar al secuestrador, que estaba oculto en la selva y al que era imposible localizar.
Todos los posibles contactos de Grover, a quienes él podría llamar para pedir ayuda, fueron alertados del grave delito por el que estaba siendo buscado. Y la alarma funcionó, porque Grover telefoneó a uno de esos contactos. Lo hizo desde una cabina que hay en mitad de la selva, un teléfono de emergencia que funciona con placas solares y que está a once horas de la carretera más cercana. Esa llamada sirvió para determinar con cierta precisión el lugar en el que podían estar la niña y su captor: una comunidad llamada Anta Huagana.
Nos contaba el teniente Hidalgo, el guardia civil que rescató a la pequeña, que allí no hay acción de Gobierno: los que dictan la ley son algunos sindicatos agrícolas y los que trabajan para los narcos. Al parecer, las comunidades cocaleras funcionan casi como tribus, con sus propias normas y allí no hay código penal ni ley de enjuiciamiento criminal que valga, sino que impera lo que ellos llaman justicia comunitaria, una suerte de tribunales populares: si alguien es acusado de un delito grave, se le ajusticia por la vía rápida.
La Guardia Civil y la policía boliviana tuvieron que convencer a los líderes de la comunidad Anta Huagana de que retuvieran a Grover y a la niña, para que no huyeran mientras llegaba la policía. Pero también tuvieron que hacer un esfuerzo negociador para que no le aplicasen la justicia comunitaria al enterarse de que estaba siendo buscado por secuestro y abusos sexuales.
Nadie en esa comunidad se había dado cuenta de que la niña estaba allí secuestrada. En esos lugares nadie pregunta nada a nadie. Han recabado testimonios durísimos que hablan de los gritos de la pequeña cuando se hacía de noche y este hombre se quedaba con ella a solas. Pero las visitas de la policía no son bien recibidas, busquen lo que busquen. Hablamos de lugares en los que se cultiva hoja de coca, así que a nadie, tampoco al gobierno de Bolivia, le interesa enseñarlos. De hecho, para que la intervención policial no acabase en un baño de sangre, los agentes tuvieron que llegar antes a un acuerdo con los líderes para que les dejasen acceder a la comunidad.
Finalmente, Nada fue rescatada por la policía boliviana y la Guardia Civil. El teniente Hidalgo, el guardia civil que ha rescatado a la niña, no podía ocultar su emoción cuando contaba como la pequeña se echó a llorar al escuchar a alguien hablar castellano, porque llevaba siete meses en comunidades en las que solo se hablaba quechua. “Pensaba que nadie vendría a buscarme”, decía la cría, a la que su secuestrador le quitó, nada más llegar a Bolivia, las muñecas y los juguetes que llevaba desde España.
La niña se dio cuenta de que se había acabado su infierno, de que iba a volver a casa. Estaba delgada, llena de picaduras y suponemos que con unas heridas internas mucho mayores de las que se podían apreciar por fuera: ha estado viviendo siete meses, a todos los efectos, obligada a ser la mujer de un tipo de 36 años, de un pederasta.
Nada, tras el primer shock, conquistó a los policías bolivianos y a los guardias españoles. El teniente Hidalgo, que perdió cinco kilos en este servicio, nos contaba que era una niña lista, despierta y extremadamente simpática. Y para que poco a poco volviese a su condición de niña, el teniente le compró antes de ir a rescatarla varios regalos de cumpleaños, porque el día cinco de marzo Nada cumplió diez años: y ese guardia civil le entregó una mochila, un puzzle y una muñeca.