El asesinato de Alfonso Triguero. Los sicarios estaban en casa
Alfonso Triguero y Rosa Durán habían ganado en 2010 el premio de la Junta de Extremadura a la mejor empresa del ámbito rural. El matrimonio tenía dos hijos y regentaba un asador, un autoservicio y un secadero de embutidos en Logrosán (Cáceres). Unos pocos meses después, el hombre fue asesinado de un disparo mientras dormía en su casa. Su mujer y su hijo mayor, José Carlos, contaron entonces que todo podría haber sido obra de sicarios, asesinos a sueldo, pero esta historia, como muchas del territorio negro, no es como parecía.
El asesinato del empresario Alfonso Triguero. Todo empieza, decís, la madrugada del 14 de febrero de 2011 con la llamada angustiada de Rosa Durán, la empresaria y esposa de Alfonso Triguero, al 112.
Esa llamada está grabada. La mujer llama angustiada y dice: “¡Ay, que está todo revuelto! Estábamos los dos acostados y a mi marido le han pegado un tiro”. El hombre, en efecto, está tumbado, muerto. Le han disparado con una escopeta, a bocajarro.
La Guardia Civil llega al lugar del crimen, la casa familiar en Logrosán, y escuchan lo que cuentan la mujer y el hijo mayor, José Carlos. Rosa, la esposa de la víctima, cuenta que dormía con su marido cuando hacia las tres de la madrugada, la despertó “un ruido muy fuerte”. Salió corriendo al pasillo, llamando a voces a su marido y a su hijo, que dormía en el cuarto de enfrente.
El hijo, que tiene 28 años, se despertó y cogió la escopeta de su cuarto, bajó al salón y vio que la puerta de la calle estaba abierta. Aseguró a la Guardia Civil que se asomó y vio salir a varias personas dentro de un Huyndai rojo.
Y la Guardia Civil investiga entonces ese asalto, que parecía un robo. La mujer les cuenta que de la casa faltan 4.500 euros que ella tenía en un sobre con la recaudación del fin de semana de los distintos negocios de la familia. También hay varios cajones revueltos. Sin embargo, algo no les cuadra a los investigadores: el bolso y la cartera de Rosa, la mujer, siguen allí, intactos, y nadie ha forzado la puerta de entrada a la casa.
Cuando el robo empieza a perder fuerza como posible móvil del asalto, la madre y el hijo de la víctima apuntan otra teoría, más siniestra aun. La mujer apunta que su marido pudo haber sido víctima de un escarmiento. Cuenta a los guardias civiles que Alfonso había montado un negocio, una discoteca, con un amigo. Que aquello había salido mal y que alguien podría haber hecho daño a su marido.
Tanto la esposa como el hijo del empresario apuntaron otra sospecha más. Dijeron a la Guardia Civil que no oyeron cómo alguien entraba y mataba al hombre porque podían haber sido narcotizados
Los dos contaron que notaron un sabor amargo en el Cola Cao que, antes de dormir, la madre preparó a su marido y a su hijo. La mujer también probó y notó que sabía extraño. Los dos contaron además que el perro de la familia no había ladrado a los asesinos porque le dieron una loncha de chopped y lo encerraron en el baño. En la encimera de la cocina, la Guardia Civil encontró, en efecto, una barra de chopped que, según la madre y el hijo, no estaba allí cuando se fueron a dormir.
El arma del crimen con la que mataron a Alfonso Triguero es una escopeta que los asesinos dejaron en la casa. No parece muy profesional. Lo malo para la esposa y el hijo del asesinado fue que además esa escopeta era del novio de la otra hija de la víctima, que se la había prestado a José Carlos, el hijo mayor, para una cacería a la que fue el día anterior al asesinato.
O sea, la versión de la esposa y el hijo de este hombre es que unos sicarios entran en casa, adulteran el Cola Cao, se ocultan, esperan a que haga efecto, cogen la escopeta que hay allí, matan al hombre y se van. Así fue al principio. Muy pronto, las pruebas empiezan a estar contra ellos. Los hombres que iban en aquel Huyndai son gente honrada, demuestran su coartada. Los cajones revueltos por los supuestos ladrones solo tienen huellas de Rosa, la mujer. No hay señales de que se usaran guantes. La otra hija, Ana, se había ido aquella tarde a Badajoz, donde estudiaba…
Los análisis del arma y el cartucho muestran que hay ADN de la madre y del hijo mayor, cuyas huellas están también en el gatillo de la escopeta. La mujer no sabe explicarlo. El hijo asegura que usó la escopeta en la cacería y no la limpió. Para justificar los residuos de disparo en su pijama, explicó que lo había llevado bajo la ropa a la misma cacería, donde había matado un jabalí…
Y la historia de esta mujer y su hijo se va derrumbando a cada paso que da la Guardia Civil…Los agentes localizan unas fotografías de esa famosa cacería que publica una asociación llamada Monteros Battue. En ellas se ve a José Carlos y su hermana. El joven lleva una ropa distinta a la de la noche del crimen, y desde luego, no tiene el pijama. Además, las pruebas de laboratorio muestran que en el lado de la cama donde supuestamente dormía la esposa hay restos de pólvora, el crimen se ha cometido allí, a bocajarro, pero la mujer no tiene en su pijama ningún residuo, a diferencia de su hijo.
Si durmiera junto a su marido cuando le mataron, tendría que tenerlos. La mujer se dio cuenta de que estaba pillada y cambió su versión. Contó que dormía en una colchoneta en el suelo, para poner los pies en alto debido a que padece problemas de circulación. Añadió que no lo había contado antes porque le daba vergüenza.
El hijo también cambia de versión y asegura que es posible que se llenara de pólvora al descubrir el cadáver de su padre y tocarlo para intentar, dijo, taponarle la herida mientras esperaban la llegada de la ambulancia. Esto tampoco cuadraba, porque la Guardia Civil encontró al joven y a su madre sin una sola mancha de sangre en sus manos y su ropa.
Y así, cuatro meses después del crimen, la juez acusa del crimen a la madre y al hijo y ordena que entren en prisión. Y entonces el joven José Carlos parece romperse. Asegura: “Allí estábamos dos personas y yo no he sido, no me voy a comer este marrón. Yo dije que había sido un robo porque mi madre me dijo que había entrado alguien en la casa, pero visto lo visto pudo hacerlo mi madre”.
El joven, que llevó muy mal la estancia en la cárcel y sufrió una depresión, también desmontó la versión de su madre, que había calificado su matrimonio como “ejemplar”. José Carlos contó a la Guardia Civil que “mi madre era muy celosa y creo que mi padre iba a puticlubs. En una ocasión, mi hermana y yo vimos en su teléfono móvil una foto de una mujer desnuda”. Añadió que, días antes del crimen, su madre le había anunciado que quería aprender a disparar un arma y que cualquiera podría haber matado a su padre con un disparo de escopeta así, a quemarropa.
La esposa y el hijo de ese pobre hombre, el empresario extremeño Alfonso Triguero, entran en prisión a la espera del juicio contra ellos. Luego, en el verano de 2012, pagan 45.000 euros de fianza y salen en libertad. Y en libertad acudieron al juicio contra ellos, que se celebró este año en la Audiencia de Cáceres. Allí, José Carlos se retractó y volvió a apoyar la versión de su madre. El 25 de septiembre, un jurado los declaró culpables a los dos del crimen y los condenó a 17 años y medio de prisión a cada uno. La sentencia se hizo pública el 3 de octubre y se citó a los dos acusados, que comparecían cada semana en el juzgado, para comunicarles que debían ingresar en prisión.
¿Dos acusados de asesinato saben desde finales de septiembre que están condenados, que les esperan 17 años de prisión a cada uno, y están en la calle durante días, hasta que les citan para comunicarles lo que ya saben? Así ocurrió y así pasa muchas veces con delitos, por ejemplo, de tráfico de drogas, no tantas en casos de asesinatos. La juez entendió que no había riesgo de fuga. Y la madre, en efecto, acudió el día 9 de octubre a que le notificaran la sentencia contra ella. Anunció que iba a recurrir al Tribunal Superior de Justicia de Extremadura y mantuvo su inocencia. La jueza María Félix Tena, contra el criterio de la fiscalía, la volvió a dejar en libertad. Al día siguiente, el 10 de octubre debía ir al juzgado José Carlos, el hijo y supuesto asesino.
Y el final parece anunciado. El hijo, que ya dijo que no iba a comerse ese marrón, no apareció, claro. José Carlos Triguero Durán es hoy un asesino en busca y captura. Todo indica que se fugó por la porosa frontera de Portugal, dejó en el pueblo su coche, pero se llevó ropa. La juez, que le había quitado el pasaporte, esta vez sí, reaccionó, y ordenó 21 días más tarde que la otra condenada, la madre, Rosa Durán, ingresara en la cárcel, donde sigue. Eso sí, la mujer ha presentado un escrito de apelación donde solicita que se la considere, ya no inocente, sino cómplice del crimen, del que su hijo, según ella, sería el único autor.
El jurado no halló el móvil del crimen. Antonio Triguero, el hermano de la víctima, y tío del asesino, cree que el deterioro del matrimonio por las supuestas aventuras del hombre pudo influir en el crimen, pero que detrás de todo hay un trasfondo económico. Meses antes de ser asesinado, Alfonso Triguero había contratado un seguro de vida. Si él moría, su mujer y sus hijos recibirían 30.000 euros. Además, la Guardia Civil descubrió que la esposa había pedido, meses antes del asesinato, un préstamo de 60.000 euros a espaldas de su marido. A un amigo le pidió discreción y le aseguró que se trataba de un asunto “de vida o muerte”. Y después del crimen, la mujer y sus hijos vendieron dos de los exitosos negocios familiares: el supermercado y el restaurante.
O sea, que el hijo se ha fugado con dinero fresco. Y la hermana, la otra hija del empresario, no queremos imaginar situación por la que estará pasando. Ana es la inocente de toda esta historia. Y ha visto como su madre y su hermano eran condenados por matar a su padre, además con una escopeta que les habían dejado ella y su novio porque su hermano le dijo que la suya se encasquillaba hacía meses. Y sí, la Guardia Civil investiga ahora las cuentas familiares en busca de alguna pista. Alguien debió ayudarle a salir del pueblo porque dejó allí su coche, pero con dinero en metálico es mucho más fácil no dejar rastro cuando te busca la justicia.