Territorio Negro: Ada, segunda mujer condenada a prisión permanente revisable
Luis Rendueles y Manu Marlasca nos traen la historia de la segunda mujer condenada en España al máximo castigo que contempla nuestro Código Penal, la prisión permanente revisable, que ya cumplen catorce personas. Ada de la Torre acaba de ser condenada a esa pena por el asesinato de su hija, una niña de nueve años llamada Kiara, a la que envenenó y asfixió hace once meses en el barrio bilbaíno de Atxuri. Una historia terrible e inexplicable.
Empezamos por saber lo ocurrido ese 16 de enero de 2019 en una vivienda de la calle George Steer, en Bilbao. En ese piso residían Ada de la Torre, de 38 años, sus dos hijas –de distintos padres–, Kiara, de nueve años, y Josune, de diecinueve, y la hija de esta, de dos años. Ese día, Josune se dio cuenta de que pasaba algo extraño. Había llamado por teléfono a su madre y cuando llegó a casa, todo estaba a oscuras. La mujer, con su bebé en brazos, entró en la habitación de su madre y la encontró inconsciente, sobre la cama. Kiara estaba a su lado, inerte, muerta, según ella misma comprobó.
Y esta chica, Josune, diecinueve años, madre de un bebé, llama a los servicios de emergencia. Los sanitarios solo pueden certificar la muerte de Kiara y encuentran a su madre en parada cardiorespiratoria. La indujeron al coma, estado en el que permaneció tres días, y mientras tanto la Ertzaintza comenzó las investigaciones, que se enfocaron en una dirección clara cuando llegaron los resultados de la autopsia de la niña: Kiara había muerto envenenada por un cóctel de medicamentos –hasta cinco distintos tenía en el cuerpo, entre ellos opiáceos como Tramadol y antidepresivos– y ya inconsciente había sido asfixiada con una almohada. Todo apuntaba a la madre, que cuando despertó del coma en el hospital de Basurto fue detenida por la policía, acusada de la muerte de su hija.
Y una vez fuera de peligro, la tomaron declaración, le dirían de lo que estaba acusada. Y ella dio una sorprendente versión de lo que había ocurrido. Dijo que la tarde del 16 de enero, un hombre encapuchado, vestido de negro y armado con un cuchillo, entró en su casa tras forzar la puerta y le obligó a escribir unas cartas para su hija Josune. En esas misivas, que había escrito con tinta roja y que la policía encontró en la habitación de la mujer, se leían cosas como “estoy obligando a tu madre a matar a su hija y suicidarse”, “compórtate como una buena madre o te haré lo mismo”, “no tengo nada que perder”.
Y ella contó que ese misterioso hombre le obligó a dar muerte a Kiara. Ada sostuvo en esa primera declaración que no recordaba cómo le había hecho ingerir a Kiara todos los fármacos, pero sí admitió que la asfixió con la almohada por orden del intruso vestido de negro. Y que ese mismo individuo le había obligado a escribir las cartas y a ingerir los mismos fármacos que le había dado a la niña –en el examen al que fue sometida, efectivamente, los medicamentos coincidían–. El extravagante testimonio no la libró, ni mucho menos, de acabar en prisión cuando se recuperó completamente y fue dada de alta.
La policía investigó la posible presencia de ese intruso en el lugar del crimen y la descartó. No había ni un solo indicio que apuntase a la presencia de una tercera persona en el escenario: los investigadores comprobaron cámaras de seguridad, revisaron palmo a palmo la casa en busca de huellas o vestigios, el piso no presentaba ninguna señal de lucha, ni puertas ni ventanas habían sido forzadas... Aunque Ada, desde la prisión de Mansilla de las Mulas, donde fue ingresada, insistió dos meses y medio después en la misma versión. Lo hizo mediante una larga carta de doce folios que envió a su hija Josune, que no quería saber nada de su madre desde que fue encarcelada.
La carta matizaba sus declaraciones ante la Policía. Decía recordar de forma nítida cómo machacó las pastillas y se la puso a su hija en un vaso de leche con colacao, aunque siempre obligada por el intruso. En la carta negó haber asfixiado a la pequeña con una almohada y atribuyó esa acción al hombre de negro. En el juicio, que se celebró parcialmente a puerta cerrada por orden de la magistrada de la Audiencia de Vizcaya, la mujer mantuvo esta misma versión de los hechos, responsabilizando a un tercero de la muerte de su hija. En el juicio, los agentes que investigaron el crimen echaron por tierra esta versión, sobre todo cuando revelaron que en la basura hallaron hasta tres borradores de la nota que supuestamente el hombre de negro le obligó a escribir.
El juicio, del que luego hablaremos, se celebró este mes de diciembre. Y en él tampoco se ha encontrado una explicación a lo ocurrido, a lo que pasó por la cabeza de esa mujer para acabar así con la vida de su hija. No hay ningún móvil. Y así lo reconocieron todas las partes en el juicio. Y es que, en ocasiones, no hay una razón para un crimen tan terrible, por mucho que nos empeñemos en entenderlo. Los informes psiquiátricos hechos a Ada sostienen que es una mujer manipuladora, pero que no padece patologías que alterasen su percepción de la realidad, que puedan modificar su responsabilidad. Lo único que podría explicar algo son los restos de Feniclidina o polvo de ángel que se hallaron en el organismo de Ada. Es una droga que puede causar alucinaciones o alteraciones emocionales, pero las cantidades que tenía en su cuerpo eran mínimas, hasta el punto de que se pudo tratar de un falso positivo. Lo que sí se demostró es que a Kiara no era la primera vez que la drogaban.
Ada debió hacer algo parecido a lo que hicieron los padres de Asunta Basterra. Según los análisis del cabello de Kiara, hechos en el Instituto Nacional de Toxicología, la niña ingirió Tramadol y lidocaína al menos en dos ocasiones en los tres meses previos a su muerte. El cabello es un excepcional testigo del consumo de tóxicos, como vimos en el caso de Asunta, en cuyo pelo quedaron registradas las dosis de orfidal que sus padres le suministraron antes de acabar con su vida.
Ada tiene problemas de salud. Meses antes del crimen se sometió a una operación para reducir su peso, ya que era obesa mórbida. Además, varias hernias le provocan fuertes dolores, lo que explica la presencia del tramadol en su casa. Y también se trataba con antidepresivos, que también suministró a su hija para matarla. Según el sumario del caso, el servicio vasco de Farmacia proporcionó, solo en 2018, más de doscientos medicamentos a Ada y medio centenar a sus hijas, así que la casa era une verdadera farmacia.
En el juicio, Ada mantuvo esa versión y se exculpó del crimen. En su turno de última palabra, lanzó un alegato de inocencia: “Yo amaba a mi hija –dijo–, la amo. También a la mayor, aunque haya mentido y me duela mucho (en referencia a Josune). Matar a mi hija, no me entra en la cabeza”. La mujer responsabilizó a la prensa de su situación y dijo que la policía no había investigado lo suficiente. “Entró ese hombre, lo sigo diciendo y no me he ido de mi historia. Entró una persona y era muy conocida, tiene que ser él”. Y llegó a pronunciar el nombre de la actual pareja de su hija, Josune, al que culpó del crimen, aunque sin ninguna prueba.
La defensa de la procesada lo intentó. Trató de sacar petróleo de una huella no identificada que había en la nota escrita por Ada y que los investigadores creen que puede pertenecer a uno de los agentes a los que Josune entregó la nota. La defensa también quiso sembrar la duda por unos restos de ADN masculinos que había en el hombro y en la cara de Kiara, aunque en el juicio, los peritos determinaron que podría corresponder a los sanitarios que atendieron a la pequeña en el primer momento. La defensa incluso planteó que el novio de Josune tenía un móvil para acabar con la vida de Ada, porque ella se oponía a la relación de ambos.
El crimen se produce en el seno de una familia, muy complicada. La niña tenía un altísimo índice de absentismo escolar, según los expedientes de los servicios sociales, que tampoco tomaron medidas contundentes, aunque sí habían iniciado algunos trámites. El padre de Kiara, la niña asesinada, es Valeriano Borja, un hombre que convivió con Ada hasta mayo de 2016. Según él, la niña fue buscada y deseada por la pareja, pero desde la separación, Ada ponía todo tipo de trabas a Borja para ver a la niña, algo que solo podía hacer cada quince días. Porque, además, oficialmente no era su padre.
Ada le pidió al hombre que no reconociese a la niña como hija suya. De hecho, Kiara llevaba solo los apellidos de su madre. Lo hizo para poder cobrar una prestación como madre soltera de 800 euros, más 200 de ayuda al alquiler, beneficios que presta el Gobierno vasco. No era la primera vez que lo hacía. De hecho, en el registro hecho en casa de Ada tras el crimen, la policía encontró los documentos de una sentencia del año 2001 en la que se reconocía a un hombre llamado Aritz como el padre de su hija mayor, Josune. Mientras esta no fue mayor de edad, Ada también cobró las ayudas como madre soltera de esta chica.
Valeriano Borja, Josune y la madrastra de ésta han ido de la mano en todo el proceso y han ejercido la acusación particular, que junto a la Fiscalía y a la asociación Clara Campoamor, que ejercía la acusación popular, pedían la prisión permanente revisable para Ada. De hecho, fueron ellos y los servicios sociales los que pagaron el entierro de la niña. Ahora, el padre ha reclamado que se le reconozca la paternidad para que pueda trasladar los restos de Kiara junto a los de sus antepasados, algo que no podrá hacer hasta dentro de siete años.
Antes de que la magistrada dictase la prisión permanente revisable, hubo un veredicto de culpabilidad del jurado. En algo más de veinticuatro horas, el jurado popular, compuesto por cinco mujeres y cuatro hombres, emitió por unanimidad su veredicto. La consideró culpable de asesinar con alevosía (es decir, sin posibilidad alguna de defensa) a una víctima especialmente vulnerable (una niña de nueve años). El jurado también dio por probada la agravante de parentesco por el vínculo familiar de la procesada con la víctima. El jurado solo reconoció una petición de la defensa, la atenuante de confesión, aunque la consideraron poco relevante. En la sesión de la lectura del veredicto, la acusada mantuvo su inocencia y se quejó, sorprendentemente al escuchar al abogado de la acusación particular y al fiscal solicitar una indemnización para el padre de la niña: “es injusto darle dinero cuando nunca se ha ocupado de la niña”, dijo. Parecía su mayor preocupación, algo curioso cuando ese veredicto la colocaba a las puertas de la prisión permanente revisable, que llegó este pasado viernes. La magistrada Nekane San Miguel hizo pública el pasado viernes la segunda sentencia que condena a una mujer a prisión permanente revisable, tras la de Ana Julia Quezada. El asesinato alevoso y la especial vulnerabilidad de la víctima no le dejaban más alternativas, aunque en su resolución la jueza parece no estar muy de acuerdo con la sentencia que ella misma firma. La magistrada escribe que “esta cadena perpetua (eufemísticamente llamada 'prisión permanente revisable'), es de excesiva dureza", y recuerda que esta pena es objeto en la actualidad de un recurso de inconstitucionalidad que aún no ha sido resuelto, y que "es obvio" que si se diera una eventual declaración de inconstitucionalidad de la pena, "podría darse la revisión favorable a reo, en su caso".
La magistrada concede en la sentencia alguna indemnización para el padre. Ada ha sido condenada a indemnizar con 200.000 euros a Josune, la hermana de Kiara, pero, según la magistrada “no es posible establecer cantidad alguna en favor de quien dice ser el padre" de la menor, porque "no consta que lo sea y porque no consta acreditado que tuviera relación con la niña". La jueza recuerda en su fallo que "quien se ha personado como padre nunca reconoció a la niña como su hija, y que durante la instrucción de la causa y el juicio oral no se ha aportado ningún dato al respecto (prueba de ADN, libro de familia o testifical en relación con el vínculo biológico)”. Ahora, ese reconocimiento lo tendrá que batallar el padre por la vía del contencioso-administrativo.