Territorio Negro: 11-M ¿Qué fue de los protagonistas de aquellos días de marzo?
A esta misma hora de la tarde, hace diez años, un grupo de yihadistas de procedencias muy diversas, desde un hijo de una buena familia de Tünez a un delincuente curtido y casado con una española, ultimaban los preparativos de la peor matanza terrorista de nuestra historia: a primeras horas del 11 de marzo de 2004, 191 personas morían asesinadas por las bombas de ese grupo de islamistas, de los que siete se suicidaron en Leganés el 3 de abril, matando al subinspector del Geo Francisco Javier Torronteras. Pero ¿Qué ocurrió con los protagonistas de aquellos días que acabaron con la vida de 192 personas y cambiaron para siempre la de cientos de personas más, sus familias, sus maridos, sus amigos?
Un vídeo encontrado entre los restos de la explosión del piso de Leganés en el que se suicidaron los terroristas. Jamal Ahmidan, El Chino –uno de los responsables del comando que atentó en los trenes–, lee un texto en árabe en el que da una semana de plazo a los musulmanes para que salgan de España. Tras esos siete días de tregua, que le habían reclamado líderes yihadistas de todo el mundo, volverían a matar. A su lado están los hermanos Oulad, Rachid y Mohamed. En el vídeo, los tres terroristas están provistos de chalecos con explosivos y uno de ellos lleva una metralleta. Los gritos que se oyen al final son los gritos de pánico de los tres asesinos, cuando escuchan una pequeña explosión. Lo que había pasado, sencillamente, era que había estallado una bombilla.
Esos tres terroristas y cuatro más se suicidaron poco después, acorralados por la policía, haciendo explotar esa dinamita. Este vídeo se graba después de los atentados, cuando ya están ocultos en el piso de Leganés, y buscando nuevos objetivos.Eso es. El Chino había estado viendo Parquesur, un enorme centro comercial frecuentado por familias y niños en Leganés. También habían buscado por Internet sinagogas y colegios judíos en Madrid y otros posibles objetivos. Y estaban ya puestas las bases para hacer estallar un tren de alta velocidad cuando terminara la tregua. Tenían dinamita y la intención de causar muchas más muertes. De hecho, cuando años después otra célula terrorista, esta pakistaní, quiera golpear en Barcelona, deciden atentar en el metro porque saben que allí moriría más gente que en trenes al aire libre.
Pero antes habían hecho otro vídeo, que se difundió entre los atentados y las elecciones. Ese vídeo de tregua y amenaza era el segundo que grababan los terroristas. Suena un poco a chapuza, pero es que ellos no esperaban tener que reivindicar sus crímenes, tener que decir, como nos confesaba un policía, “eh, que fuimos nosotros, que fuimos nosotros”. Estaban frustrados por la propaganda oficial aquellos días, entre el 11 y el 14 de marzo, día de las elecciones generales, de forma que cuando aún estaban ocultos en sus casas (no tenían el piso de Leganés), El Chino ordenó a Rachid y Mohamed Oulad que grabaran un vídeo, el primero, diciendo que habían sido ellos.
El problema es que tuvieron que improvisar, vivían en una casa de la calle Litos, en el barrio de Villaverde, con su hermana Naima, una mujer que cuidaba de un anciano español, don Andrés, al que conocimos y que estaba impresionado con la historia. No tenían Corán ni tenían más que un fusil. Tampoco nada de la simbología del martirio yihadista. Así que Rachid se vistió de blanco pero cogió un pañuelo… de su hermana. Algunos de los expertos que vieron el vídeo pensaron que era un impostor.
Ese vídeo se dejó en una papelera junto a la mezquita de la M-30 en Madrid. Hemos visto que siete de los terroristas murieron luego en Leganés. Otros muchos fueron detenidos, otros huyeron y algunos murieron en Irak, continuando con su yihad. De los que se sentaron en el banquillo, 18 fueron condenados finalmente. Sii tuvieramos que explicar lo que ocurrió, en pocas palabras, por ejemplo, a chavales de un instituto, lo haríamos así.
Los chavales de instituto o de universidad son un público muy exigente pero no tienen tantos prejuicios como muchos adultos. Lo que diríamos es que desde el año 2001, después de los atentados del 11S en Estados Unidos, España empieza a detener yihadistas escondidos aquí. Se desmantela una célula liderada por un tipo llamado Abu Dahdah, casado con Marisa una española que había participado en una peli de Almodóvar, pero se escapa uno de los más importantes, Amer Azizi, conocido como Othman el Andalusí, también casado con una española, Raquel Burgos, y que huye vestido de mujer.
Azizi escala puestos en Al Qaeda, había pasado por la guerra de Afganistán y estuvo luego en Irán y en Pakistán, donde un avión no tripulado, un drone de la CIA lo matará en 2005. Al Qaeda publicó su necrológica cinco años más tarde. Azizi dejó aquí algunos discípulos, como Jamal Zougam, en prisión por los atentados, y Serhane El Tunecino (otro de los suicidas del 11M) y grupos de gentuza como Almallah Dabas y otros que desde entonces se reúnen en un piso y fantasean con decapitar infieles y, por ejemplo, volar las torres KIO o entrar en una comisaría y matar policías.
Por cierto, la mujer española de Azizi sigue desaparecida desde 2001. Hemos hablado aquí de ella alguna vez. Se cambió el nombre y se llama Hanane, además de ponerse el burka, claro. En fin. Esos discípulos que deja aquí Azizi tienen ganas de matar pero no tienen con qué.
Hasta que aparece en escena Jamal Ahmidan, alias El Chino, un tipo contradictorio, un traficante de hachís y matón que cada vez que sale de prisión tiene arrebatos místicos, así lo contaron su esposa y su suegra españolas, que vivieron con él hasta el día de los atentados.
Aquí comienza la otra historia de los atentados, la de las chapuzas. El Chino conoce del mundo de la noche a Rafa Zouhier, un buscavidas, confidente de la Guardia Civil y también delincuente. Zouhier le dice que en prisión conoció a unos asturianos que vendían dinamita, que podían conseguir la que quisieran. Y los pone en contacto. En efecto, los asturianos pueden conseguir 200 kilos de dinamita sin problemas, en Asturias no hay ningún control y casi todo el mundo sabe que si necesitas dinamita, para pescar o para nivelar un terreno, básicamente, no hay más que preguntar a la gente adecuada, mineros o ex mineros, principalmente, ante la pasividad absoluta y las rivalidades provincianas, y esto lo dice un tipo de Gijón, entre la Guardia Civil de Oviedo y la de mi ciudad, que se pasaban la pelota y se lavaban las manos.
Rafa Zouhier, este intermediario, es el que va a salir de la cárcel la semana que viene, porque ya ha cumplido sus diez años de cárcel. Rafa cumple su condena el 16 de marzo. Ese día será un hombre libre y las acusaciones pretenden expulsarle del país, pero su boda con una mujer española, Paloma Álvarez, el pasado mes de septiembre, puede dificultar su expulsión. Desde la prisión de Puerto I nos cuentan que en los últimos años Rafa ha sido un preso modelo: destinado en el comedor, gana 200 euros al mes por este trabajo. Se ha convertido al Islam, aunque está lejos de ser un radical, sigue cultivando su cuerpo con pesas y artes marciales. Forma parte de un grupo de teatro.
Hemos leído últimamente entrevistas con ese minero, Emilio Suárez Trashorras, en las que entierra definitivamente la teoría de la conspiración e incluso pide perdón por haber facilitado el explosivo y la metralla para los atentados. Trashorras, que fue una de las estrellas de los agujeros negros del diario El Mundo, ya contó la verdad o al menos una parte de ella, en 2011. Desde entonces se ha ratificado. Intentó estafar a los moros, a El Chino, cogiendo su hachís sin darles nada a cambio; pero El Chino era un tipo curtido. Trashorras le mareó durante meses y le envió a chavales de su grupo de Avilés, a los que vendía hachís, con muestras de los explosivos.
Al final, una noche de sábado, Trashorras no tuvo más remedio que cumplir. Cuatro terroristas se presentaron en Avilés y les condujo hasta Mina Conchita, donde había trabajado y donde estaban los explosivos. Trashorras recuerda que primero vio Salsa Rosa con su entonces mujer, Carmen Toro, que los moros tuvieron que ir a un Carrefour a comprar mochilas para cargar los explosivos, que eran más de los que ellos se esperaban encontrar y que volvieron a recogerlos, los cargaron y se fueron de vuelta a Madrid.
Trashorras ha cambiado en prisión de forma sorprendente. Se ha hecho religioso. Es fiel evangélico, pertenece a la Asociación Nueva Vida, ha pedido perdón a las víctimas, incluso ha tenido una entrevista personal con una de ellas. Ahora está en la cárcel de El Dueso, en Cantabria. Allí escribe relatos. Ha ganado el segundo premio del concurso de la fundación Mapfre Guanarteme con un texto llamado Gritó. Por cierto, en el jurado estaba la admirada Maruja Torres. Lo hemos leído y no está mal, no sería el primer criminal con talento literario.
Trashorras asegura que no sabía para qué quería el Chino el explosivo, pero eso es muy discutible. Trashorras era votante, convencido, de Aznar. De los chavales que usó para llevar pequeñas cantidades de explosivo a Madrid, uno, El Gitanillo, que era menor de edad, ya está en libertad vigilada. Nos dicen que tiene pareja, se porta razonablemente bien y acude a todas las tutorías. Otros saldrán en los próximos años y uno de los juzgados, el veterano vigilante de la mina, Emilio Llano, que pasó dos años en prisión y luego fue absuelto, murió de cáncer.
¿Qué ha sido de esos policías que participaron en la investigación del 11-M?
Pues, aunque parezca raro, prácticamente ninguno de ellos sigue dedicado a la lucha antiterrorista. El comisario general de Información durante el 11-M, Jesús de la Morena, dejó la policía y se fue a Iberia; su sucesor, Telesforo Rubio, fue enviado de oficial de enlace a Moscú y ahora está en el consejo asesor, es decir, sin ser operativo; Rafael Gómez Menor, uno de los hombres clave de las primeras horas de la investigación, es comisario y trabaja en la Fiscalía de la Audiencia Nacional; José Cavanillas, que se dejó la salud y es autor de una buena parte de los informes del sumario, es el jefe del Área de Publicaciones.
Otro de los jefes de sección de aquellos días está en el CNCA, el organismo que coordina la lucha antiterrorista; otro jefe de sección pasó a segunda actividad. Prácticamente sólo uno de los policías que intervinieron en las primeras horas de la investigación, el jefe de la UCAO, sigue en el mismo puesto. Nos decía uno de los policías que cargó con una buena parte del ingente trabajo de esos meses que el desgaste profesional y personal fue terrible, enorme y que casi nadie quiso seguir en ese destino, al margen de que algunos fueron, digamos, depurados.
El desgaste debió de ser terrible, porque recordemos aquellos días de marzo: la policía hacía su trabajo cercando a los islamistas y el Gobierno de Aznar sostenía la teoría de ETA. Y después, la tesis de la conspiración se llevó, o al menos intentó llevarse por delante el prestigio de algún policía.
Uno de los objetivos preferidos de los dardos conspiranoicos, fue el entonces comisario de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano. Hoy es el responsable de la comisaría de Móstoles y ha escrito un libro muy interesante, “Las bombas del 11-M”, en el que cuenta en primera persona lo ocurrido aquellas horas –la obcecación del gobierno por mantener la ilusoria tesis de ETA mientras todas las pruebas apuntaban a los yihadistas– y los ataques que sufrió desde las filas de la conspiranoia: Pedro Jota Ramírez, su sucesor, Casimiro García Abadillo, Jiménez Losantos. Algunos hasta llegaron a atribuirle una relación sentimental con una víctima del 11-M.
Otro de los policías más atacados fue Rodolfo Ruiz, en aquellos días de marzo responsable de la comisaría de Vallecas, en la que apareció en la noche del 11 de marzo la mochila con la bomba sin detonar. Desde la conspiranoia se llegó a apuntar que fue el comisario Ruiz quien dejó allí la mochila con la bomba para orientar las investigaciones hacia una dirección determinada. La mujer del policía, presa de una depresión, se quitó la vida en 2009. Él se prejubiló y vive en Zaragoza.
Sorprende que alguno haya pedido perdón desde la cárcel y los de las tesis conspiranoicas no lo hayan hecho aún. Pedro Jota Ramírez le dijo a Jordi Évole que no descartaba aún completamente, aunque le parecía improbable, la tesis de la autoría de ETA en los atentados del 11-M. Algunos parecen dar pasos hacia la verdad, pero por otro lado se sigue insultando y difamando a víctimas del 11-M, concretamente a dos mujeres de nacionalidad rumana, testigos protegidos, que fueron quienes reconocieron a Jamal Zougam en los trenes la mañana del 11-M. El diario El Mundo, que parece que se acaba de reconciliar con el juez Bermúdez escribió recientemente los reportajes según los cuales estas dos testigos, C65 y J70, ni siquiera estuvieron en los trenes, sino que urdieron una enorme mentira para beneficiarse de las ayudas a las víctimas.
¿No se supone que son testigos protegidos? Y lo son. Su nombre no aparece en ningún punto del sumario. La sospecha es que desde alguna asociación de víctimas, con la que un periodista de El Mundo tenía muy buena relación, se filtrase el nombre de estas dos mujeres. El periódico puso en duda sus testimonios para intentar sacar a Jamal Zougam de la cárcel, un trabajo que corresponde a sus abogados –que lo están haciendo francamente bien–, pero que extraña que hayan asumido periodistas. Lo cierto es que mientras desde El Mundo se sigue insinuando que ni siquiera estuvieron en los trenes, mañana el Gobierno les concede a las dos, que trabajan como limpiadora y vigilante de seguridad, la Medalla al mérito civil como víctimas del terrorismo.
Que diez años después sigamos así no sé si me da más pena o asco. Pero habéis querido dejar para el final a lo que fue la primera línea de combate aquellos días: los que trabajaban en el juzgado central 6, el que llevó las investigaciones.
El juez Juan del Olmo es hoy magistrado de la Sección II de la Audiencia Provincial de Murcia; la fiscal, Olga Sánchez, es fiscal del Tribunal Supremo; Luis Velasco, el secretario del juzgado, ejerce la abogacía. Y queremos acabar con un reconocimiento a una persona que no ha salido en los periódicos, pero de la que muchas personas con las que hemos hablado nos han dicho maravillas: se llama Soraya y sigue siendo oficial del juzgado central 6. Fue la persona que atendió a casi todas las víctimas en trámites tan dramáticos como ruedas de reconocimiento, exámenes forenses. Nos dicen que jamás con un mal gesto ni con una mala cara.